(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)
La trágica vida del 'Chato' Calles
Hoy quedaré mal con mis pocos lectores. No habrá filón para disfrutar el humor. Es la de hoy una columna para recordar a alguien muy querido, el “Chato” Raúl Pérez Calles, quien un día 12 de febrero, pero de1957, murió ahogado en alcohol y penas.
Lo conocí cuando yo era un adolescente de apenas 15 años. El “Chato” era mecánico de banco en aquella vetusta fábrica que era el Ingenio del Mante, en Tamaulipas. Tenía dos pasiones: el ciclismo, que abandonó muy pronto cuando sufrió un terrible accidente bajando con su “bici” en la cuesta de Llera, en la Sierra Madre Oriental y el baile.
El ciclismo lo hizo invertir su sueldo en patrocinar a otros jóvenes ciclistas. En cuanto al baile, no había una fiesta a donde el “Chato” no llegara y cautivara a las damas. Dibujaba sus pasos de manera tan grácil y perfecta, que todas las muchachas se lo disputaban ante el encabornamiento de sus novios.
Sin embargo, el sino del “Chato” estaba marcado. Visitaba casi todas las noches el “Río Rita”, un prostíbulo del pueblo, donde llegaba a ver a Luciana, una hermosísima puta. No había quien disputara al “Chato” a ésta. Luciana, por su parte, no era indiferente a los requiebros del aún joven de veinticinco años.
El amor creció tanto que ver a Luciana con el galán ciclista era ya una costumbre para los que lo conocíamos. Mi amistad con él creció cuando alguna vez, buscando tener esa primera experiencia amorosa con una prostituta, no completaba este escribidor los cuatro pesos que costaba la damisela de marras.
Aunque inicialmente traté de esconderme de él por temor a que el “Chato” –amigo de mi padre- le llevara el chisme, finalmente, mi necesidad erótica me hizo pedirle prestado un peso para completar los cuatro del precio por disfrutar mi primera aventura. Antes me preguntó divertido “que se me había perdido” ahí.
--“No le digas a papá que me encontraste aquí, o se me va a armar”, le supliqué...
Su amplia sonrisa se hizo más grande cuando me dijo: “No tengas miedo, ya estás en edad de tener vieja”…El “Chato” me extendió el peso que necesitaba, acompañado con una sonrisa de complicidad. Cumplida su encomienda me dejé llevar por una mano suave, la de mi primera compañera en el amor.
Entretanto, el idilio entre Pérez Calles y Luciana, la putita aquella, progresó. Ya no solo iba a verla al “putero”. Ahora la llevaba todas las tardes al cine “Morales”, el mejor del Mante, antes de que ésta se pusiera a “chambear”.
Un buen día –sin embargo- el destino les jugó a Luciana y al “Chato” su peor jugada. Amándose hasta el delirio, nunca pensaron que el diablo, el peor consejero cuando no se está seguro del amor, empezó a corroer poco a poco sus voluntades. Las escenas de celos eran cada vez más frecuentes y las reconciliaciones, cada vez más y más violentas.
Para acabarla de joder, un día apareció en el prostíbulo una puta más joven y tan bonita como Luciana. Codiciosa, envidiosa Isabel, como se llamaba, empezó a lanzar miraditas descaradas al “Chato”. Luciana, una bomba a punto de estallar, lo supo. Esa noche fue de perros para Raúl y para Luciana.
Se reconciliaban brevemente y luego se autoflagelaban el alma cuando el galán ponía en la sinfonola aquella destructora letra de Ferrusquilla: “Sabes mejor que nadie, que me fallaste,/ que lo que prometiste, se te olvidó,/ Sabes a ciencia cierta que me engañaste,/ aunque nadie te amara igual que yo”...
Aquel fatídico 12 de febrero, Raúl y Luciana fueron a nadar al balneario el “Nacimiento”. Los bordeaban estrechos caminos de terracería y aguas cenagosas. Bebieron alcohol como locos, se amaron y se refocilaron como si fuera a ser aquella la última vez que lo hicieran. Se prometieron amor eterno y luego –ya ebrios- regresaron al Mante.
“El Chato” encendió la radio. Curiosamente, un cantante entonaba aquella maldita canción: “Lleno estoy de razones pa´despreciarte/ y sin embargo quiero, que seas feliz/ que allá en el otro mundo,/ en vez de infierno encuentres gloria,/ y que una nube de tu memoria, me borre a mi”/.
Luciana no esperó más. Llorando y besándolo le dijo a Pérez Calles: “No mi amor, no cabrón, la nube no te borrará a ti solamente, a quien quiero con toda mi alma, nos va a borrar a los dos”.
Acto seguido dio el “volantazo” trágico. El pequeño automóvil con los dos enamorados se hundió en las cenagosas aguas del canal. Ahí terminó aquel amor sin esperanza, enfermizo y cruel. Ayer 12, aquella trágica y espantosa prueba de amor cumplió 53 años de que fue realizada. Aún la recuerdo, por eso hoy quise compartirla con usted. Discúlpeme si le fallé por hoy…
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