Pancho
fcoperalta@hotmail.com
(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)
Este mundo moderno no es para viejos. ¿O acaso sí?
“Esos viven en otro mundo”, “esos andan en las nubes”(o “en la luna”), se decía de las personas que como que no encajaban con la realidad y la forma de ser de los demás.
“Esos andan en otro planeta” (o “en otra galaxia”), se diría también. Su forma de comportarse --de vestirse, inclusive-- daba de que hablar, y más todavía si eran jóvenes y estaban enamorados, y si ya habían entrado en senectud y como que empezaban a perder el buen juicio.
“Esos jóvenes de ahora están perdidos: viven en otro mundo”; “esos enamorados andan en la luna y tienen perdida la realidad”; “ese viejo ya no sabe ni dónde está”; se diría de unos u otros.
Empero quienes menos se adaptaban a esa forma de vida eran --¿quienes más que ellos?-- los jóvenes. Esos como que no encajaban del todo en la sociedad tradicional. ¿Recuerda usted lector, lectora, que inclusive se acuñó la denominación de “rebeldes sin causa” o la de “desadaptados” (o “inadaptados”), precisamente porque se rebelaban contra lo establecido y al parecer no estaban conformes con nada?. (Quizá usted mismo, o usted misma, en sus tiempos mozos fue de éstos y hasta intentó romper con los estándares históricos de aquellas sociedades que habrían sido construidas por adultos y para adultos y poseían cánones que tenían que ser cumplidos por todos)
Y allí como que los jóvenes se sacaban de onda y no se sentían a sus anchas. Los adultos, en cambio, estaban en su lodo (a gusto, por costumbre o porque de qué otra les quedaba). Los viejos no andaban en la luna, por las nubes, en otras galaxias; éstos tenían los pies firmes en la tierra (salvo a los que su ancianidad los sacara un poco o un mucho de la realidad).
En estos tiempos modernos seguramente los jóvenes tampoco viven en su mundo ideal. Su rebeldía, su inconformidad, sus inadaptaciones naturales, les impedirán sentirse a gusto y estar en plenitud de ánimo.
No obstante ellos hoy viven su mundo (que no es más que éste). Se adaptan, aprenden a sobrevivir, se las ingenian para desplegarse (y aún realizarse) en él; se la llevan, pues. Resisten, si se quiere, y funcionan. Son seres con doble vida: real y virtual, o más metidos en la tecnología que en la física terrenal (de la que luego suelen distraerse, enajenados por la magia que hay en el ciberespacio).
En cambio el hombre viejo --y la mujer vieja-- cada día pierde más su mundo real y según pasan los años se siente menos parte de la realidad moderna y se aparta de ella. Como que está siendo expulsado del paraíso terrenal y hasta rezagado y remitido a la nada (pues para él no hay tecnología ni ciberespacio).
Éste, a medida que avanza la era tecnológica y no se pone al corriente de los nuevos inventos cibernéticos --y de ese mundo virtual que se ha creado al lado del real, o en lugar suyo--, es expulsado del que fue su hábitat natural.
Hoy quien no sabe entrar a internet, quien no es capaz de realizar operaciones financieras oprimiendo botones, quien no puede abrir una puerta a través de una tarjeta electrónica, quien no acciona una computadora, quien… para qué seguirle… anda en la luna, vive en el limbo, está perdido, cada vez es menos funcional y llegará el momento en que nada tendrá que hacer en este mundo, que cada vez es más difícil descifrar qué tan real o qué tan virtual es.
¿A usted no le ha pasado que luego se sienta fuera del mundo en que se desarrolló toda su vida y que en muchos momentos no sepa qué hacer ni cómo conducirse?. ¿No se ha sentido algo así como un inútil, como un disfuncional, como un desadaptado, como alguien que necesita que una gente joven esté cerca para que le ayude a salir de las trampas en que le mete la moderna tecnología?. ¿No le ha ocurrido que el celular no va mucho con usted, que no se atreve a tocar una laptop, que le intimide todo lo que esté computarizado?.
¿No ha sentido que en este mundo moderno cada vez se queda más a la zaga, mientras que sus hijos --y ya no se diga sus pequeños nietos-- se conducen siempre teniendo a la mano aparatos electrónicos, mismos que manejan con enorme destreza?.
Cierto es que hay muchos abuelos --usted lector, lectora, podría ser uno de ellos o cuando menos conocer a alguno o a varios-- que usan la tecnología moderna y que en una ciudad de primer mundo funcionan casi como cualquier joven, pero hay otros --quizá como usted lector, lectora, sin duda alguna como yo, todavía “Generación Remington”, como dijera mi amigo Joel Hernández Santiago--, que cada vez somos más disfuncionales ante la realidad actual.
Así es. Cuántos viejos no son --somos, diría aquel-- víctimas de la modernidad y los avances tecnológicos. A cuántos no se les acabó el mundo que vivieron durante la mayor parte de su vida y en el que hoy ya no funcionan y muchas cosas les resultan algo así como extrañas.
Y hasta el domingo próximo, Dios mediante.
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