(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)
Sí, ya a los padres no se les respeta como antes
Al padre antes se le respetaba, o más que eso, se le reverenciaba, o, por qué no decirlo con todas sus letras, se le temía. La autoridad paterna era muy especial y había que someterse a ella (por las buenas… o por las malas).
Hoy no se respeta a los mayores”… “Ni tampoco a los padres”… “No, no es como antes, cuando sí se les respetaba”… Estas son voces que se escuchan durante la transmisión de uno de los programas que conduce Juan Urcola, producto de una serie de entrevistas aplicadas en las calles de Villahermosa por sus reporteros.
Y sí, el viejo respeto a mayores, a padres, a maestros, se ha perdido. O al menos ha dejado de ser tan intenso, tan riguroso, tan sacramental. Desde luego que se ha relajado. Al padre antes se le respetaba, o más que eso, se le reverenciaba, o, por qué no decirlo con todas sus letras, se le temía. La autoridad paterna era muy especial y había que someterse a ella (por las buenas… o por las malas).
A los mayores se les guardaba todo tipo de consideración y desde luego se les respetaba. Ser viejo --o cuando menos llevarle años a un joven-- tenía sus ventajas.
Cuándo un jovencito iba a cometer una desatención con él y ya no se diga hacerle una grosería. A estos de rigor se les daban los buenos días, las buenas tardes o las buenas noches, se les concedía el paso, se les cedía lugar, no se les interrumpía si estaban hablando y, aunque fuera a regañadientes, no se les contradecía.
Empero no sólo se respetaba a los padres de familia, a los mayores, a los profesores de escuela-- que también ejercían autoridad no nada más dentro del aula sino socialmente y que además tenían poder para castigar hasta con golpes físicos--, sino a todo mundo.
A nadie se faltaba al respeto (claro, como regla general y con sus obvias excepciones). En la vieja sociedad prevalecía el respecto hacía el padre, los mayores, el profesor, el cura, la autoridad pública, el doctor, el tendero, el boticario, el peluquero, el hombre común y corriente; vamos, si se vale bromear, hasta al político se le respetaba.
Así era aquella vieja sociedad, en donde todos se respetaban entre sí. El respeto era norma y quien no respetaba a los demás merecía la censura pública y aún la exclusión de ciertos círculos sociales y familiares. “¡Chamaquito irrespetuoso!”, se satanizaba al joven que asumía tales conductas, de las que supuestamente estaban exentos los adultos.
Desde luego que se respetaba a la mujer mexicana. A esa no se le podía faltar al respeto (y comúnmente no se le faltaba, en parte por educación, pero también porque ésta no lo permitiría jamás y a quien la hiciera objeto de una grosería se le tendría por majadero y se le vería mal).
Por supuesto que los padres de familia, los mayores, los profesores, la sociedad misma, con su ejemplo y sus consejos, influía para que los jóvenes --y en general las nuevas generaciones-- se condujeran con respeto hacia ellos mismos y los demás.
Los educarían en la cultura del respeto a los demás (“respeta para que te respeten”). Y respetándose unos y otros se daba aquella convivencia familiar y social que en la mayoría de los casos fue armónica.
El hijo respetaba al padre (y a la madre, aunque ésta fuera tolerante y permisiva) y él sabía hacerse respetar, pero si aún así el vástago fuese irrespetuoso no dudaría en hacerle sentir el peso de su autoridad castigando su atrevimiento con el rigor que considerara necesario.
Algo parecido ocurrió con los profesores de aquellos tiempos, capaz de sancionar al irreverente con un reglazo, un manotazo, un jalón de patillas, un borradorazo. La mujer ofendida podría responder con un cachetadón (que el atrevido no tendría más que aguantar).
Hoy en efecto no se respeta a los mayores, ni a los padres, profesores y muchos más; tampoco a las nuestras mujeres.
No, al menos como se les respetaba antaño, y más bien se actúa irrespetuosamente con unos y otros. Estos por su parte no se hacen respetar, porque la vieja cultura se relajó, entre unos y otros se da una relación interpersonal de diferente corte y aquel principio de autoridad que llegara a ser tan riguroso se perdió.
Son los tiempos modernos, con sus ventajas y desventajas. Antes quizá se respetaba en exceso al padre, a la madre, a los mayores, al profesor, al médico, al cura, al pastor, a quien fuera, sea hombre o mujer humilde o un don o una doña, una dama adulta o una señorita.
El respeto fue general y recíproco, lo que ahora no ocurre. ¿Qué puede uno hacer para que regresen esos tiempos de respeto? Seguramente nada. ¿O acaso cree usted lector, lectora, que podría hacerse algo?
Y hasta el domingo próximo, Dios mediante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.