domingo, 27 de junio de 2010

Doble Filo: Homero T. Calderón / Jun 26

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(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)

Y tú que te creías el rey

Usted, lector que nació en la segunda parte del siglo XX pasado, debe recordar aquella vieja canción de José Alfredo, "Fallaste, corazón". Son versos escritos a lo macho, ¿la recuerda?: "Maldito corazón,/me alegro que ahora sufras,/que llores y te humilles,/ ante este gran amor"//. Qué increíble componía el "guanajua" sus canciones.

Todo esto viene a cuento cuando hace unos treinta años, este columnista en funciones de arquitecto, su primer oficio, fue requerido por un consejo vecinal en el pueblo de San Juan Evangelista, en el estado de Veracruz.

De este escondido villorrio no se hablaría nada, si no fuera porque en él nació un hombre de leyenda, Cirilo Vázquez Lagunes.

La encomienda que se me asignó era resolver un pequeño problema de acústica en el templo católico del lugar. No era realmente nada importante, pero había que subsanarlo por etapas. Así que con unas cuantas visitas al pueblito, donde todos te recibían como si fueras el salvador del planeta, todo se resolvió afortunadamente.

Obviamente, usando algunos trucos que da la experiencia y preguntando aquí, allá y acullá. De mi breve estancia ahí trabé amistad con tres personas a las que estimé mucho aunque ya no recuerde sus nombres. Les pondré sin embargo identidad para efectos del relato: Justo Alatorre Díaz, gerente de la única institución bancaria del pueblo y felizmente casado con María de la Luz Córdova, hermana a su vez de Mariano Córdova.

Los hermanos eran dueños de una vieja casa de unas seis habitaciones, la mayor de ellas ocupada por el pequeño banco que regenteaba Justo. Fueron muchos los domingos que pasé al lado de los tres, todos excelentes conversadores, como buenos veracruzanos que eran. Comíamos, bebíamos, tocábamos la guitarra y hasta cantábamos.

Le gustaba a ellos una canción de José Alfredo, porque Mariano alguna vez hombre de prosperidades, había estado casado con Aurora Covarrubias, mujer de hermoso porte y mejor figura y que vivía a unas tres casas del domicilio de los Córdova.

Al calor de las copas, Mariano me contó una vieja historia de amor, que tuvo que ver con él. Aurora había sido su mujer y se amaron con locura. Los padres de ésta, sin embargo, nunca aceptaron a Mariano porque eran de superior situación económica.

Y ya se sabe que en estos pueblos la clase social hace sus arreglos muy diferentes a como lo hacemos usted y yo.

Total que en medio de aquel amor tormentoso en que Mariano y Aurora se amaban hasta el delirio, el diablo se metió entre ellos.

Digo diablo porque así identificaron a cierto agente de ventas, que un día llegó al pueblo y se metió entre los enamorados. Muchos dicen que este desgraciado la "enyerbó". Quién sabe, lo cierto es que Aurora desapareció como por arte de magia, o por intermediación del "Diablo". Algunos indicios decían que –inicialmente- el rufiancete se la había llevado a Coatzacoalcos y luego nadie más volvió a saber de ellos.

Unos años después, arrastrando su vergüenza, regresó Aurora a San Juan evangelista. Alguien se lo avisó a Mariano pero éste ni se inmutó. Era mucho su rencor.

Más aún, la informante le decía que Aurora le pedía que la perdonara. Mariano se portó frío, como si no tuviera alma. Ni un sí o un no pronunció, sin embargo, empezó a beber sin medida tratando de ahogar en alcohol las penas que le dejara su amada.

La tienda que regenteaba, a veces abría y otras no, hasta que –finalmente- cerró para siempre. Aurora por su parte envejeció mirando pasar los días por la pequeña ventana de la sala. Su única actividad fue desde entonces de recogimiento y oración. Y más aún, envejeció lastimosamente hasta parecer un fantasma errante. Nunca más volvieron a hablarse los amantes.

Por eso cuando empecé a cantar con Mariano aquella vieja copla de José Alfredo, sentí que la disfrutaba aguijoneándose el corazón por aquel amor del pasado que le lastimaba el alma.

"Y tú que te creías, el rey de todo el mundo,/y tú que nunca fuiste capaz de perdonar,/y cruel y despiadado, de todo te reías,/ hoy mendigas cariño, aunque sea por piedad.//A dónde está el orgullo,/a dónde está el coraje,/ porque hoy que estás vencido,/ mendigas caridad,/ya ves que no es lo mismo,/amar que ser amado,/ hoy que estás acabado,/que lástima me das"//… En los secos ojos de Mariano asomaban a veces pequeñas gotas de dolor que laceraban el alma de los que lo queríamos: "Maldito corazón –cantaba adolorido- me alegro que ahora sufras,/que llores y te humilles, ante este gran amor"//.

Unos pasos más allá, por los portales de la calle donde Mariano y Aurora se amaron, cuentan que alguien vio llorar a ésta más de una vez. Quizá el remordimiento por haber sido ligera de cascos. Quizá porque nunca aquilató el valor del amor de Mariano. Quizá porque en el fondo le quedaba un amargo sabor a prostituta.

"La vida es la ruleta,/ (seguía cantando tercamente Mariano), en que apostamos todos,/y a ti te había tocado/nomás la de ganar,/ pero hoy tu buena suerte/la espalda te ha volteado,/fallaste corazón, no vuelvas a apostar"…

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