viernes, 15 de julio de 2011

Transparencia Política: Erwin Macario Rodríguez / Columna / Jul 15

(Publicado en el Diario Rumbo Nuevo)
* erwinmacario@hotmail.com

El carisma político

(Las masas) nunca han ansiado
la verdad. Demandan ilusiones,
y no pueden vivir sin ellas.
Sigmund Freud / Obras completas,
volumen XVIII

Un libro de mis preferidos, para intentar entender y manejar muchas circunstancias en la política, es El arte de la seducción, de Robert Greene, autor de otras dos importantes obras (Las 48 leyes del poder y Las 33 estrategias de la guerra) que, junto a El Príncipe, El Padrino y las dos versiones de El arte de la guerra —una de Sun Tzu y la otra de Nicolás Maquiavelo—, así como otros autores, gusto de mencionar como epígrafes de mis columnas.

En esta hora de reflexión para todos en Tabasco pude haber recurrido —tal vez lo haga— al recurso de la fábula o de la literatura de los maestros de la ironía, pero he recordado una lectura de El arte de la seducción, que espero sirva de algo.

A mis dos o tres lectores ruego comprensión. Poco afecto a reproducir textos completos, lo hago en esta ocasión ante la necesidad de revisar otras lecturas en preparación de nuevos textos que documenten la historia cotidiana y revisen los hechos que dan luces a lo que sucede al mundo político tabasqueño en estos días.

Les dejo pues a Robert Greene:

“Hace miles de años, la gente creía en dioses y espíritus, pero muy pocos podían decir que hubieran presenciado un milagro, una demostración física del poder divino. Sin embargo, un hombre que parecía poseído por un espíritu divino —y que hablaba en lenguas, arrebatos de éxtasis, expresión de intensas visiones— sobresalía como alguien a quien los dioses habían elegido. Y este hombre, sacerdote o profeta, obtenía enorme poder sobre los demás. ¿Qué hizo que los hebreos creyeran en Moisés, lo siguieran fuera de Egipto y le fuesen fieles, pese a su interminable errancia en el desierto? La mirada de Moisés, sus palabras inspiradas e inspiradoras, su rostro, que brillaba literalmente al bajar del monte Sinaí: todo esto daba la impresión de que tenía comunicación directa con Dios, y era la fuente de su autoridad. Y eso era lo que se entendía por “carisma”, palabra griega en referencia a las profetas y a Cristo mismo. En el cristianismo primitivo, el carisma era un don o talento otorgado por la gracia de Dios y revelador de su presencia. La mayoría de las grandes religiones fueron fundadas por un carismático, una persona que exhibía físicamente las señales del favor de Dios.

“Al paso del tiempo, el mundo se volvió más racional. Finalmente, la gente obtenía poder no por derecho divino, sino porque ganaba votos, o demostraba su aptitud. Sin embargo, el gran sociólogo alemán de principio del siglo XX, Max Weber, señaló que, pese a nuestro supuesto progreso, entonces había más carismáticos que nunca. Lo que caracterizaba a un carismático moderno, según él, era la impresión de una cualidad extraordinaria en su carácter, equivalente a una señal del favor de Dios. ¿Cómo explicar si no, el poder de un Robespierre o un Lenin? Más que nada, lo que distinguía a esos hombres, y constituía la fuente de su poder, era la fuerza de su magnética personalidad. No hablaban de Dios, sino de una gran causa, visiones de una sociedad futura. Su atractivo era emocional; parecían poseídos. Y su público reaccionaba con tanta euforia como el antiguo publico ante un profeta. Cuando Lenin murió en 1924, se formo un culto en su memoria, que transformo al líder comunista en deidad.

“Hoy, de cualquier persona con presencia, que llame la atención al entrar a una sala, se dice que posee carisma. Pero aun estos géneros menos exaltados de carismáticos muestran un indicio de la cualidad sugerida por el significado original de la palabra. Su carisma es misterioso e inexplicable, nunca obvio. Poseen una seguridad inusual. Tienen un don —facilidad de palabra, a menudo— que los distingue de la muchedumbre. Expresan una visión. Tal vez no nos demos cuenta de ello, pero en su presencia tenemos una especie de experiencia religiosa: creemos en esas personas, sin tener ninguna evidencia racional para hacerlo. Cuando intentes forjar un efecto de carisma, nunca olvides la fuente religiosa de su poder. Debes irradiar una cualidad interior con un dejo de santidad o espiritualidad. Tus ojos deben brillar con el fuego de un profeta. Tu carisma debe parecer natural, como si procediera de algo misteriosamente fuera de tu control, un don de los dioses. En nuestro mundo racional y desencantado, la gente anhela una experiencia religiosa, en particular a nivel grupal. Toda señal de carisma actúa sobre este deseo de creer en algo. Y no hay nada mas seductor que darle a la gente algo en que creer y seguir”.

LADO CLARO

Propósito: Si la gente cree que tienes un plan, que sabes adonde vas, te seguirá instintivamente. La dirección no importa: elige una causa, un ideal, una visión, y demuestra que no te desviaras de tu meta. La gente imaginará que tu seguridad procede de algo real, así como los antiguos hebreos creyeron que Moisés estaba en comunión con Dios simplemente porque exhibía las señales externas de ello: Robert Greene.

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