(Publicado en el Diario Rumbo Nuevo)
* erwinmacario@hotmail.com
El mejor candidato
Entre un hombre que puede ser
un buen presidente, pero que es
un mal candidato, y otro que es un
buen candidato aun cuando no podrá
ser tan buen presidente como el primero,
el partido nunca vacila: opta por este último.
Alfonso Reyes / Obras completas Tomo III
Sigo en el impasse político: todo este texto, ha sido tomado del tercer tomo de Obras Completas de Alfonso Reyes:
Aunque es evidente que la necedad merece el desprecio, no creemos que la política se guíe precisamente por el culto de la inteligencia, ni tienda precisamente a hacer de los gobiernos democráticos un privilegio para la clase intelectual. Hay, entre los dos extremos, una zona intermedia, y es la zona de la política. Dichosos los pueblos donde ese nivel medio es muy alto. Y nada ganamos con soñar en una humanidad ideal gobernada por los filósofos. Porque, en rigor, una humanidad ideal ¿necesitaría gobierno, gobierno como hoy lo entendemos?
Mucho se ha dicho que el gobierno ideal sería la dictadura, siendo el dictador un hombre perfecto…
Pero todavía habría mucho que añadir sobre esto, porque al paso que el hombre se acerca a la perfección tiene menos ansias de dictadura. Y en suma, por aquí no iríamos a la democracia. El gobierno mexicano de Porfirio Díaz, con sus puntas y ribetes de “despotismo ilustrado”, habría transcurrido sin obstáculos, a haberse dado en plena era monárquica de la humanidad. Por haberse dado en una era democrática, paró en un fracaso y admitirá siempre en la historia un grave reparo: el no haber contado con la integración fundamental y la movilidad y dinamismo que caracterizan a la democracia; el haber creído que podían ponerse — de una vez para siempre— de este lado los gobernantes y del otro los gobernados; el no haber dejado que el pueblo se educara gradualmente para gobernarse a sí mismo, puesto que el porvenir había de desarrollarse dentro de una atmósfera democrática. Y aquí gobernarse a sí mismo quiere decir algo muy preciso; quiere decir educarse para un cambio continuo y fácil de los hombres en los puestos públicos (no en los técnicos), entregando al resultado de los sufragios y a la mecánica constitucional el decidir periódicamente estos cambios, de modo que la función de gobierno interese a todos de un modo, a la vez, normal y no exclusivo.
La naturaleza, a fuerza de complejidad, o de abismal sencillez, procede a veces toscamente. Y el secreto de la política está en no tener excesiva fe en los primores y exquisiteces. Lo muy difícil —reservado siempre al técnico— no es lo más político. Cierta buena fe general y el contrastar a unos con otros es mejor que crear políticos profesionales, ora aleguen como suprema virtud la inteligencia, ora la inmoralidad más elegante y sutil, las buenas o las malas costumbres, ora los parentescos ilustres o infames, ora la capacidad de hablar sin comprometer una sola idea, o aun la de enfilar números y estadísticas inacabables. Todas las capacidades especiales —y aquí la inteligencia— son auxiliares de la política, no son la política…
El visconde de Bryce, examinando las características de la gran república norteamericana, dedica un capítulo de inconsciente humorismo a estudiar “por qué no pueden ser electos presidentes los grandes hombres”. Se le ha objetado, más tarde, el caso de Wilson, que en rigor nada dice en contra, porque siempre hay que contar con lo imprevisto…
Bryce advierte que, en aquel país, generoso por excelencia para la “carrera del talento” —y descontados los héroes de la Revolución, Jefferson, Adams, Madison—, ningún presidente, a excepción del general Grant, habría dejado en la historia un nombre famoso a no haber sido presidente; y ninguno demostró cualidades personales extraordinarias, fuera de Abraham Lincoln… Y al examinar las múltiples y complejas causas del fenómeno que de hecho sólo quedan explicadas en el conjunto del libro, deja entender claramente que tal fenómeno es una consecuencia de la modestia esencial de la política.
Entre un hombre que puede ser un buen presidente, pero que es un mal candidato, y otro que es un buen candidato aun cuando no podrá ser tan buen presidente como el primero, el partido nunca vacila: opta por este último. ¿Y qué es un buen candidato? Ante todo un hijo de las circunstancias, y además, un hombre vigoroso y magnético, aunque no sea muy original ni profundo, ni `posea muy vasta cultura. Cierto buen sentido común y aun su tanto y buena sazón de astucia no están de más. Entre Don Quijote y Sancho Panza, nadie vacila en admitir la superioridad de Don Quijote. Y compárese ahora la pobre justicia que hacía Don Quijote por los caminos, con los salomónicos juicios de Sancho Panza —honrado engendro de la tierra— en su famosa ínsula.
LADO CLARO
La inteligencia sirve mejor para consejero que para gobernante: mejor que para llevar la rienda, para ejercer una bien intencionada censura, asomarse de cuando en cuando a la portezuela del coche y gritarle al cochero de la nación: —¡No es por ahí!
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