Lletraferit
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Usted disculpará amable lector, la melancolía de éstas letras, pero en ésta ocasión, entre tristeza y alegría, quiero referirme a un sentimiento personal, quiero expresar con mucha humildad mi agradecimiento a Barcelona, a Cataluña, a la España que tanto queremos los mexicanos por haberme cobijado durante mi estancia como estudiante en la Universidad Autónoma de Barcelona. Escribo ésta columna como reconocimiento a éste gran pueblo del que aprendí muchos valores y descubrí dificultades. En éste lado del mundo me inspiré, revelé una inquietud a la que temía por no caer en la mediocridad: la escritura.
Quizá cuando esté leyendo usted ésta columna el lunes estaré volando de Londres a la Ciudad de México concretando un billete redondo, cerrando un ciclo de muchas enseñanzas, de sueños cumplidos y con el ánimo renovado para aportar lo mejor de mí a mí querido Tabasco.
No quisiera hacer de este texto un apunte de viaje, por el contrario deseo manifestar mi experiencia de vida en otra cultura y por qué no, que éstas vivencias sirva para que los indecisos den el paso en busca de mayores conocimientos, dejando de un lado los apegos y falsos sentimientos que tanto nos detienen para alcanzar nuestras metas.
Lletraferit, que en catalán significa apasionado de las letras, es un bar-librería ubicado en el Raval (barrio céntrico, histórico y popular donde conviven múltiples países y culturas en Barcelona) cuya decoración interior son libros en estanterías que se pueden consultar o comprar, es también una galería de arte y punto de reunión de los aficionados a la lectura; de ahí el nombre de ésta columna motivado también por las enseñanzas en las clases de narrativa en el Ateneo Barcelonés.
Mi admiración por España, parte de su riqueza histórica y cultural, del arraigo de sus costumbres, de su literatura intensa, de la gastronomía exquisita, del respeto a la monarquía, de sus triunfos deportivos, de las excelentes condiciones de sus carreteras, del buen funcionamiento del sistema de transporte, del respeto a la legalidad, de sus ríos, montañas, el mar, de la infraestructura para los turistas y de la seguridad que hasta la semana pasada asimilaron los españoles con el anuncio del cese de la actividad armada de ETA.
Desgraciadamente, no todo es felicidad y armonía, durante estos meses presencié acontecimientos históricos que colocaron a España como uno de los países con las peores crisis económica y social del mundo. El surgimiento de “Indignados” y la masificación de las redes sociales, provocaron el movimiento juvenil más importante de la historia del país ibérico; y en plena manifestación, la visita del Papa Benedicto XVI a Madrid para presenciar las Jornadas Mundiales de la Juventud.
Observé a un Presidente del gobierno español desgastado, a un José Luis Rodríguez Zapatero abrumado por las cifras de desempleo y ante una inminente derrota de su partido en las próximas elecciones generales del 20 de noviembre. Una España controlada políticamente por dos institutos políticos que se pasan el poder el uno al otro desde la democracia, del Partido Popular al Socialista Obrero Español, no hay tercera opción. Un país donde está perfectamente marcada la diferencia entre clases, los ricos son muy ricos y los pobres muy pobres. Una generación de jóvenes con altos grados académicos pero sin oportunidades. Una sociedad indignada por la desaparición de niños y el homicidio de más de 70 mujeres a manos de sus parejas.
Solo me quedaré con lo mejor de España: Entre rosas y libros en Sant Jordi, con las “Paraules de amor” de Joan Manuel Serrat, con la Catedral del Mar de Ildefonso Falcones, con la evolución cinematográfica de Pedro Almodovar, desde Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón hasta La piel que habito. Me quedo con las charlas en la bohemia con amigos nuevos, me quedo con los miles de kilómetros andados y con una historia qué contar en el gran proyecto literario de mi vida.
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