domingo, 9 de octubre de 2011

Solo en Domingo: Francisco Peralta Burelo / Columna / Oct 09

(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)

¿Qué tanto venden los titulares prosaicos?

>El lenguaje procaz estuvo prácticamente prohibido por años y años. La mayor dispensa que se permitía era que una mala palabra solamente se escribiera la letra inicial seguida de puntos suspensivos. Las palabras groseras estuvieron proscritas de las letras durante mucho tiempo. Usarlas era casi blasfemo. No había autor que empleara lenguaje procaz (a excepción de Petronio --lo leyó usted-- autor de El Satiricón, que casi había que leer a escondidas). La dispensa de las malas palabras prácticamente no se le permitía a nadie (aquí entre nosotros a Octavio Paz, en su Laberinto de la Soledad y a algunos pocos más, amén de que no cualquiera se exponía a la censura social y a la severidad de la crítica literaria, que acaba con el presagio del más encumbrado autor). El leguaje procaz estuvo prácticamente prohibido (o vetado) por años y años. La mayor dispensa que se permitía era que una mala palabra solamente se escribiera la letra inicial seguida de puntos suspensivos. ¡Cuándo se iba a poner completa una expresión prosaica!. Y nada más. Poco a poco, sin embargo, se fue rompiendo esa regla que no permitía la escritura de malas palabras, y de la letra inicial como única referencia se pasó a la expresión íntegra, pero, eso sí, dicha con el mayor de los cuidados, de manera que no resultara tan brusca u ofensiva. Escritores, periodistas, y todo este tipo de gente, comenzó a escribir con libertad malas palabras. Fue un acta de independencia o un libertinaje. ¡Vaya uno a saber!. El caso es que la procacidad llegó a las páginas de los libros y de los periódicos (quien sabe si ello haya aumentado el número de lectores o no). En los medios orales de comunicación, no obstante, la mala palabra no fue permitida, aunque sí el albur y el doble sentido, y eso, dicho con gracia (aunque luego la comedia mexicana llegara a vulgarizarse). Un comentarista, un lector de noticias, un entrevistado, etcétera, no podía decir una grosería, y si la decía inmediatamente la acallaban con un ruido. A alguno de ellos le habrán cancelado su programa por cometer tal desatino; otros darían mucho de qué hablar por habérselos ido una palabrota durante, por ejemplo, la narración de un partido de beisbol. Hoy a nadie espanta leer en cualquier libro una mala palabra (o muchas), escuchar un chiste (aunque de chistoso no tenga nada. rociado de palabrotas). Eso es parte del lenguaje escrito y, todavía con algunas limitaciones, del verbal. Lo que ahora está llamando la atención, como señala Héctor Zagal, es "la trivialización de la majadería", usando "el insulto como llanto", lo que vemos en los títulos de determinados libros, cuyos autores o editores quieren vender más su mercancía. Usted seguramente, lector, lectora, habrá visto varios (si no muchos) de ellos en los estantes. La mala palabra no está adentro del libro ya, sino afuera, y con letras grandes, como para llamar la atención e inducir al presunto comprador. Y nadie se escandaliza. Los ve, si quiere los compra y no pasa nada (ni los moralinos protestan). Ya aquí, en Sólo en Domingo, en algunas ocasión hicimos referencia al libro titulado "Los hombres prefieren a las cabronas". Empero eso no es nada ante títulos como "Hacía una Teoría General Sobre Hijos de Puta", "Más Pendejadas Célebres", "Estamos Hasta la Madre", y otros más, que será cuestión de buscar en las librerías para dar con ellos, (digo, si es que le interesan a usted lector, lectora).

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