domingo, 9 de octubre de 2011

Atalaya: Rogelio Pizano Sandoval / Columna-Colima / Oct 09

(Publicado en el Diario de Colima)

Los tres García

Al primero que me referiré es a don Marcelino García Barragán, hijo de Luis García y Virginia Barragán, que nació en el poblado del Aguacate, del municipio de Cuautitlán, Jalisco el 2 de junio de 1895. Desde muy joven se enroló en la lucha por la Revolución mexicana, habiendo participado en la brigada Juárez y con los villistas en la División del Norte.

Militó con los constitucionalistas y con Obregón también. Soldado de la Revolución en sesenta y siete combates, dejó su grado de capitán e ingresó como cadete al Heroico Colegio Militar en 1920 del que veinte años después sería director General.

Combatió a los cristeros y fue ascendiendo rápidamente hasta que en 1943, resultó electo gobernador de Jalisco en donde realizó una encomiable labor. Sin embargo, habiendo sido un decidido partidario e impulsor de la candidatura presidencial del general Miguel Henríquez Guzmán, frente a don Adolfo Ruiz Cortinez, fue destituido como represalia, dos semanas antes de que terminara su periodo constitucional, retirándose de toda actividad.

Pese a ello, en 1960 el presidente Adolfo López Mateos, lo reincorporó al activo del Ejército Mexicano, nombrándolo comandante de la Zona Militar en el Estado de México y luego en Querétaro.

En 1964, el presidente Gustavo Díaz Ordaz, lo designó secretario de la Defensa Nacional y se le recuerda por haber sido el primer soldado con estricta formación militar y prohijado que su secretario Particular, Félix Galván y su jefe de Ayudantes, Enrique Cervantes Aguirre, fueran posteriormente, secretarios de la Defensa también.

Muchos mexicanos recuerdan a García Barragán, por la actuación de las fuerzas armadas bajo su mando, en el conflicto estudiantil del 68, pero también, como el soldado fiel e institucional, que hizo oídos sordos a la insinuación directa de la Casa Blanca, para que diera un golpe de Estado y se quedara como dictador en México.

Por el contrario, soldado forjado en la lucha revolucionaria y fiel a las instituciones nacionales, hizo entrega oportuna al presidente Díaz Ordaz del mando único que ya ostentaba y le protestó lealtad absoluta, gracias a lo cual a la fecha seguimos siendo un país democrático. Don Marcelino murió de cáncer en la ciudad de Guadalajara el 3 de octubre de 1979, satisfecho por el deber cumplido.

A don Javier García Paniagua, lo conocí bien y muy de cerca, conviví con él y fui su auxiliar en Gobernación, merced a la relación de compadrazgo con mi padre y de haber sido ambos compañeros de escaño en el senado de la República, desde donde tuvo meteórica carrera que lo llevó a dirigir la poderosa dirección Federal de Seguridad, la subsecretaría de Gobernación, la secretaría de la Reforma Agraria, la presidencia del CEN del PRI, de donde aspiró --sin éxito-- a convertirse en presidente de México, resultando ungido Miguel de la Madrid, de lo que después se arrepentiría amargamente López Portillo, según lo relata en su memorias “ Mis tiempos”.

Luego fue don Javier efímero secretario del Trabajo, de donde renunció dignamente, retirándose de la política todo el sexenio de De la Madrid, permaneciendo largas temporadas en su rancho de Sayula, Jalisco. Con Salinas retorna como jefe de la Policía de la ciudad de México y termina como director de la Lotería Nacional.

Julio Scherer lo recuerda en su libro “Parte de guerra”, como muchos de nosotros: “cáustico en sus juicios, áspero en su lenguaje, obeso hasta la patología, transitaba en los extremos. Aborrecía y amaba con parecida intensidad”.

Cuando le sugirieron a García Paniagua que visitara a Zedillo en Los Pinos. ¿Para qué?, respondió. Opinaba que Zedillo gobernaba con cautela, flojas las manos en el timón. De pupila breve, no miraba más mundo que el mundo inmediato”.

De Carlos Salinas, expresaba que era una inteligencia dañina: de cuerpo menudo y ambición desmedida, nació y creció para él mismo y en él mismo se agotaba. De Miguel de la Madrid: Decía una que otra vez inspira sentimientos. Agregaba: Cera sin pabilo. Y a José López Portillo prefería eludirlo, no evocaba episodio alguno a su lado, cercanos como fueron. Culto, carismático, resumía. Lástima”.

Luis Echeverría concentraba la malquerencia de García Paniagua. Pensaba que no tuvo más fidelidad que la debida a su propia personalidad. Así traicionó a todos. La solidaridad es asunto de hombres y esa solidaridad no la conoció Echeverría. Responsable por omisión o por comisión de los sucesos del 2 de octubre, como secretario de Gobernación, evadió el compromiso, ocultó la cara. Quería la presidencia. Vio a su jefe envuelto en la tragedia y siguió de largo”.

Finalizaba diciendo don Javier: “me alejé de la política, porque me aparté de los personajes que la procuran para su provecho. Veo lo que a nadie se le oculta: rapiña o engaño. La banda presidencial es ya una solo una seda hermosa”.

Enfermo del corazón, don Javier ya no quiso ser operado y murió al igual que su padre don Marcelino, en la Perla tapatía una mañana del 24 de noviembre de 1998, al lado de su esposa doña Olivia Morales Gómez, originaria de Colima y con quien procreó seis hijos, cuyo primogénito, Javiercillo fue cobardemente ultimado recientemente, causando gran consternación en diversos círculos políticos, sociales y empresariales de Jalisco y Colima, en donde se desempeñaba como asesor del gobierno estatal en materia de seguridad.

De Javier chico, como también se le llamaba, se decían muchas cosas y con su asesinato se han escrito otras, en diversos medios de comunicación. No abundaré en ellas porque no se debe de lastimar aún más a su estimable familia.

Solo diré que Javiercillo supo capitalizar las múltiples relaciones que tuvieron su abuelo y su padre en la política nacional y dentro del Ejército, lo que le permitió estar cercano en las campañas presidenciales de Labastida y de Madrazo, fungiendo como secretario Adjunto del CEN del PRI, por su relación estrecha con la maestra Elba Esther Gordillo, quien siempre le dio un trato preferente y lo trataba como su “sobrino”.

Habrá que recordarlo, al igual que su padre, como el hombre generoso que siempre fue y de lo que pueden dar fiel testimonio los habitantes de Tepames, a los que dio trabajo permanente en su rancho “Pueblo Viejo”, en donde yacen sus restos mortales. Hoy en día, los tres García, descansan en paz. Y en el horizonte se vislumbran sus hijos Javier y Fabián, dignos bisnietos del general Marcelino García Barragán.

Apostilla: La semana antepasada durante el XVI Congreso Nacional sobre Menores Infractores desarrollado en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, fueron expresamente reconocidos por la Asamblea conformada por más de 700 asistentes de todo el país, el doctor Sergio García Ramírez, el doctor Luis Rodríguez Manzanera y Roberto Pizano Camberos, maestro en Criminología y Derechos Humanos, por lo que infiero que nadie es profeta en su tierra; porque no han sabido aprovechar en Colima, la amplia experiencia en la materia, de más de cuatro décadas de mi hermano mayor. ¡A ver hasta cuándo!

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