domingo, 5 de diciembre de 2010

Doble Filo: Homero T. Calderón / Columna / Dic 05

(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)

Doblefilo

Recuerdo mi añorada infancia. Nací --para que se lo sepa, lector lectora-- en una humildísima champa. El piso era del mismo material que afuera: de tierra apisonada. Todos los días --recuerdo-- mi mamá tomaba una cubeta con agua y pacientemente sobaba una vez y otra el duro suelo. Finalmente, el piso aparecía casi brillante. Muchos años después llegué a Tabasco. Me introduje subrepticiamente en la manera de vivir de los tabasqueños. Aprendí de cada uno de ellos y empecé mi vida aquí. Comprendo entonces cada proyecto que aquí se hace. Conocí entonces a José Manuel Zurita, hoy columnista del Tabasco HOY y a sus hermanos. No es éste un recordatorio para hablar de cada uno de ellos. En realidad quiero hablar de su señora madre, una tabasqueña ejemplar que murió hará unos veinte años, doña Auristela Oropeza Arpáiz de Zurita. La señora se casó alguna vez con un político de fama en ese tiempo, don Luis Antonio Zurita, mejor conocido entre los priístas como el "Chelo" Zurita. Era este hermano --además-- de otro tabasqueño ejemplar, "Loncho" Zurita, propietario del "Café Casino". Quienes conocimos a "Loncho" nunca dejamos de tener un amigo. Así de hermoso y noble era éste. Bien, la relación que este columnista tuvo siempre con José Manuel "Pepe" Zurita, trae al espacio de este periodista una historia singular y muy triste. La escribo hoy porque estamos a escasos 21 días de navidad. No es este relato algo para celebrar, mejor dicho, es una historia de amor tabasqueño. En la amistad que trabé con doña Auristela Oropeza de Zurita, prima de "Chicho" Oropeza y madre de José Manuel "Pepe" Zurita, ésta me narró una historia que me conmovió desde entonces (Por los años 40´s ó 50´s). Narraba doña Auristela una historia de su pasado donde se entremezclaban el amor y la tragedia: la muerte de su hermanita Chabelita. Palabras más palabras menos, doña Auri me narró que en su primera infancia, viviendo en su natal Jalapa (municipio serrano de Tabasco), ella, niña de unos ocho años, bucólicamente disfrutaba de una vida prácticamente rural. Como sus hermanos eran mayores que ella, finalmente su vida la compartía con su pequeña hermana, Chabelita. Su padre, don Tárcilo Oropeza, rudo agricultor jalapaneco, se iba todos los días a su parcela a buscar el pan cotidiano. Se quedaban en casa su esposa doña Carmita Arpáiz y su prole. A eso de las nueve o diez de la mañana regresaba de las duras faenas de la parcela don Tárcilo. Regresaba hambriento pero feliz. Todo se le daba bien a tan noble y sencilla familia. Mientras tanto, Auristela y Chabelita correteaban mariposas y colibríes a la orilla del río. Pero lo que más le gustaba a Auriestela era colmar a su hermana Chabelita de flores. Apenas llegaba al corredor de la casa paterna, su primer ejercicio era peinar pacientemente a Chabelita, que por añadidura poseía una larga cabellera rubia y luego la colmaba de flores de todos colores. Cierta vez, al regreso de don Tárcilo, el padre, de sus labores del campo, Chabelita fue como siempre a recibirlo y a compartir con él el exquisito desayuno. Después de retozar en sus piernas, lo acompañó --como siempre-- a disfrutar la consabida siesta en la hamaca.Tras unos veinte minutos de hacerlo, don Tárcilo despertó y trató de hacer lo mismo con Chabelita. La niña --sin embargo--no volvió a abrir sus ojos. Todos trataron de reanimarla. Tarea inútil. Chabelita se fue sin anunciar su partida al reino de los ángeles. Gritos y angustias surgieron. Todo mundo --inconscientemente-- echó la culpa a las flores con que Auriestela adornaba a su hermanita. Desde entonces, Auriestela cargó con la culpa. Las flores se convirtieron en los clavos del ataúd de su vida. Una vez traté de regalarle flores en un día de la madre. Cortésmente, me mandó al carajo. Las flores nunca entraron en su vida. En la atmósfera cotidiana, Chabelita y su dulce sonrisa se lo impidieron cuando partieron tras la muerte niña y marcaron la vida de Auriestela para siempre…

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