(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)
Fernandez de Ceballos
Tras siete meses y medio de cautiverio --que más bien parece sustracción del escenario nacional por el talante y las condiciones físicas en que reaparece-- Diego Fernández de Cevallos ha hecho su reaparición pública, convirtiéndose en el eje toda la información nacional, que gira en torno suyo de manera profusa. Con una barba más poblada que la que usualmente luciera, casi con su ancestral corpulencia, con la firmeza de su mirada, con la misma voz de siempre, con su altivez habitual, Diego Fernández de Cevallos está de nuevo en circulación.
Es noticia, y además sabe serlo. Aparece cuando ya muchos lo daban por muerto y otros veían improbable su reaparición, cuando, en el mejor de los casos, tras pagarse el rescate exigido y todo eso, se creyera volverlo a ver en muy malas condiciones físicas y con cierto deterioro mental, esquelético, mal vestido, con grandes greñas, con señales de maltrato. Fernández de Cevallos, sin embargo, no solamente reaparece sino que lo hace de manera contraria a la esperada, a pesar de esos siete meses y días en que se pensó --y temió-- lo peor para él. Con la barba más poblada pero estilísticamente arreglada, con el pelo bien cortado, impecablemente vestido, al volante de un lujoso automóvil (y con un ramo de flores para entregárselo a su novia, a la que no tarda en ir visitar y a dar un beso), dictando una conferencia de prensa en la que casi pronuncia un discurso y en la que hasta cita de memoria algunos versos, "humilde", dice él, pero con la misma firmeza de siempre (que raya en arrogancia). Si algo pudo no coincidir con el polémico barbado sería la falta de aquel inseparable puro.
Tal parecería que en esos siete meses y días lo único que le cambiara al jefe Diego fuera el tamaño de la barba, porque de ahí en fuera eso de genio y figura habría de cumplirse casi cabalmente. Pero, en fin, Fernández de Cevallos está de regreso, perdonando a sus captores y declarando que no buscará la Presidencia de la República en el 2012. No es el hombre abatido, el que viene de un largo y desgastante cautiverio, el que trae temores o resentimientos. Nada de eso. O al menos no se le nota. Hasta luce como un triunfador, como una estrella del medio político o, por qué no suponerlo, del espectáculo, no sólo con los medios de comunicación siempre encima de él, que proyectan su imagen de cualquier modo, sino en cada momento sabiendo asumir la pose que debe, hacer la declaración que conviene, moverse de un sitio a otro como si todo hubiese sido cuidadosamente estudiado y aconsejado por un grupo de publicistas o de expertos en tal tema.
Lo que desde el momento en que De Cevallos reaparece viene ocurriendo en torno suyo --y lo que él mismo ha estado diciendo y haciendo-- no dejaría de parecer si no hasta un montaje escenográfico muy bien cuidado, con un gran actor como figura principal. Aquellos siete meses pudieron ser trágicos y difíciles para Fernández de Cevallos. Los días recientes, estos que él y nosotros hemos vivido hasta ahora, son como de película (o de novela).
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