Prospera la desesperación
Las consecuencias de las calamidades climatológicas que venimos sufriendo de sobremanera desde 2007, ameritarán la realización de un estudio profundo, tanto desde la perspectiva económica e hidrológica, como sociológica y psicológica.
Hoy, más allá de lo que dijo o no nos pudo decir ayer el Presidente Felipe Calderón -así como los funcionarios y los expertos del sistema de presas, el agua y el clima- se observa una actitud de frustración, de victimización, que afecta a individuos de todas las condiciones sociales y ubicación geográfica.
El miedo, la angustia, el enojo, la búsqueda de culpables, la receptividad ante versiones sesgadas, caracterizan a los alrededor de dos millones de habitantes de esta entidad federativa: tanto a quienes ya están inundados o en vías de estarlo, como a los otros damnificados, que son aquellos que no se van al agua pero sufren efectos colaterales.
Ante ello, resulta urgente que los medios seamos prudentes, aunque por desfortuna, como siempre, los actores políticos mayormente no lo son.
En esta hora todos vivimos circunstancias difíciles que marcarán nuestras decisiones futuras; que comprometen la estabilidad social y el devenir político. Estamos ante la profundización de la crisis de credibilidad en el régimen de instituciones, en una circunstancia que alimenta la descomposición social y genera desesperación.
Con sus decisiones, con su manera de reaccionar ante esta crisis del agua que en estos días afecta a ¡25 estados del país!, la administración de Felipe Calderón pone de manifiesto el hecho de que aún no se percata de que la seguridad nacional tiene ante sí dos enemigos:
1. El crimen organizado, con un evidente fracaso gubernamental en su combate. Pero además:
2. Las referidas consecuencias generadas por la incapacidad, por la impertinencia en el manejo de las emergencias producto de los desastres naturales.
Este martes, durante su visita a Tabasco, Calderón hizo lo que pudo en un intento de demostrar que su gobierno tiene la situación bajo control, tanto en Tabasco, como en otros estados. No obstante, a quienes escuchamos sus palabras o las leímos en medios, nos quedó claro que el señor actúa como el médico que ante la gravedad del paciente le receta algo para el dolor y dice a los familiares: vean cómo pasa la noche y tráiganmelo mañana.
Esto es: preparémonos para lo peor, pero no hay que perder la esperanza; puede ser que el paciente sobreviva. Recémosle a Dios. Y en realidad, si vamos a ser justos, tampoco se le puede echar la culpa, o al menos no toda, al gobierno federal: los desastres hidroclimatológicos azotan a una amplísima región del país y de Centroamérica.
Eso sí, es difícil que alguien nos pueda quitar de la cabeza la pregunta de por qué de nuevo, como hace algún tiempo, no se previó con mucha antelación sacar agua de las presas, si desde febrero -según admiten los expertos de CFE y Conagua- se sabía que venía una circunstancia climatológica fuera de lo común.
Recordemos que, en cambio, desde enero de 2008 y a lo largo de ese año, luego de la inundación de 2007, se estuvieron extrayendo altos volúmenes del sistema hidrológico del Grijalva, de modo tal que cuando llegó mayo el Samaria y sus derivaciones nunca mostraron los habituales bancos de arena.
Sí. ¿Cómo no ser desconfiados? ¿Por qué a veces sí tienen la CFE y Conagua la capacidad de previsión? Ya reconocieron que las extraordinarias precipitaciones de julio y agosto, al igual que las que aún vendrán, así eran esperadas.
Y sí: también es cierto que los damnificados tenemos parte de la culpa, porque ignoramos o pretendimos ignorar que las zonas que ahora mismo están inundadas, hace cuarenta, cincuenta, sesenta años, eran refugio natural de escurrimientos provenientes del alto Grijalva, así como de la región de la sierra y del siempre imponente Usumacinta.
En días recientes, en una expresión que no sabemos si encerró dolo o si es producto del desconocimiento de la historia regional, cierto personaje legislativo cuestionó a las autoridades porque en estos años posteriores a la inundación de 2007 no han reubicado a los tabasqueños que habitan zonas inundables.
El problema, en principio, está en que si de eso se trata, habría que reubicar quizá al 80 por ciento de la población. ¿Y llevarla a dónde? ¿Nos vamos todos a Mérida?
En Villahermosa, en Balancán, así como Cunduacán, Nacajuca, Huimanguillo, Cárdenas y muchas otras ciudades, basta con preguntarles a las personas que tienen más de cincuenta años o hacer memoria, para percatarse de que las áreas urbanas que nunca se han ido ni irán al agua, representan una pequeña parte de la mancha habitada.
Y sí: ha habido mucha corrupción e ineptitud en este rubro del quehacer gubernamental: es cierto que los bordos recientemente construidos nos están ayudando mucho a los habitantes de la capital del estado; pero, ¿cuánto y en qué se gastó antes vía la supuesta aplicación de, por ejemplo, el Programa Integral Contra Inundaciones?
¿Cuánto dinero se ha presupuestado para desazolve de drenes en Plan Chontalpa, en Plan Balancán-Tenosique, y por qué no se aplicó ese recurso? Por otra parte, ¿qué tanta responsabilidad tienen en esta crisis aquellos que dijeron que extensas zonas como Tabasco 2000 y las inmediaciones del actual hospital Juan Graham eran propias para ser habitables?
Las consecuencias de ese cúmulo de errores y corruptelas las paga, para variar, la gente pobre. Hoy esta nueva inundación nos encuentra a muchos con severos problemas económicos, con fuertes deudas, en la incertidumbre en nuestro futuro, ciertamente imbuidos de desconfianza.
juan_ochoa45@hotmail.com
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