Baseball spoken here. Aquí se habla béisbol. Ese es el eslogan del Clásico Mundial desde su surgimiento en el 2006. Diez años después lo retomamos; dos lenguas, un mismo idioma, interpretado a la perfección en los diamantes por quienes viven cada strike, cada fildeo, cada jonrón, por quienes sufren tras un error, tras un ponche.
Justamente, si algo une como nada a estadounidenses y cubanos es el dialecto de la pelota. Ellos la crearon, pero aquí, al igual que allá, se metió en la raíz más profunda de la cultura, detalle muy perceptible en la fiesta de este 22 de marzo en el parque Latinoamericano, escenario perfecto para el partido de exhibición entre los Rays de Tampa Bay, escuadra de la Major League Baseball (MLB) y la selección nacional de Cuba.
Y todo ocurrió frente a los presidentes Raúl Castro Ruz y Barack Obama, quienes presidieron una tarde beisbolera en la que la paz y la amistad se dibujaron en rostros de niños felices, cargados en los brazos de grandes estrellas, y un bando de palomas que sellaba la apertura tras el lanzamiento de la primera bola por dos gigantes: Luis Tiant y Pedro Luis Lazo. Solo faltaba un buen juego, y los Rays y sus anfitriones, lo regalaron.
PERDIENDO SE ENSEÑA BÉISBOL
Amparados en su filosofía exacta y sus movimientos milimétricos, los norteños chocaron con el ímpetu de los cubanos, ávidos por demostrar que todavía está intacta la calidad con la que hemos escrito una larga y exitosa historia. El resultado de ese encuentro fue un partido peleado, en el cual ambos aprendieron y descubrieron al mundo su poderío.
Vencedores salieron los Rays (4-1), amparados en un pitcheo sin manchas (solo regalaron un boleto) que mantuvo la concentración en cada trance, liderados por el zurdo Matt Moore, autor de seis ceros. Su producción ofensiva fue precisa, capaz de sacar petróleo de las pequeñas fallas de sus rivales (anotaron cuatro veces con cinco jits), con tres remolques del inicialista James Loney. Justo esos detalles lastraron al plantel caribeño, necesitado de topar una y otra vez con el alto nivel.
“Los muchachos se ganaron mi respeto, que nadie se sienta preocupado, estuvimos en un gran juego y el resumen es positivo. Una vez más se demuestra que perdiendo también se puede enseñar béisbol”, reseñó el mánager cubano Víctor Mesa, quien señaló algunas de las deficiencias que afectaron a su elenco.
“Arrastramos problemas técnico-tácticos, cuestiones que les explicamos todo el tiempo. El error de Manduley llegó porque se adornó demasiado, antes el out en primera en el viraje fue por un fallo de nuestro bateador, que no captó bien las señas, gesticuló y descubrió la jugada. No me dio tiempo a pararla, porque ellos, sin moverse, se percatan de todo”, recalcó Víctor, satisfecho a pesar de las fallas.
“Esas cosas las explicamos en los videos y ahora ellos aprenderán de los errores. De cualquier forma, dimos más jits que Tampa y batallamos hasta el final a pesar de las figuras que nos faltan. Aquí probamos que preparándonos bien somos un peligro, lo que nos pasó está en el juego, y se mejora con más pensamiento y concentración”, precisó el estratega cubano.
“Sin duda, piensan más que nosotros, funcionan perfecto, y eso lo da el juego diario al máximo nivel. Ayuda, además, el hecho de que sean profesionales bien remunerados, la mente rinde más, su disciplina es impecable y saben siempre lo que tienen que hacer. Pero nosotros vamos a resolver esos problemas, hay que unirse para lograrlo”, dijo Víctor, quien destacó la connotación de la jornada por la presencia de Raúl y Obama, espectadores de un duelo con mucha disciplina en el terreno y las gradas.
UNA TARDE DE ENSEÑANZAS
En sentido general, todos se percataron de sus errores, pero también todos sacaron nuevas experiencias contra oponentes de mucha carretera. “Una gran vivencia, me llevo en la mente la disciplina táctica con la que jugaron los contrarios y también un trofeo, el ponche a Evan Longoria. No lo conocía, pero todo el mundo habla de él”, confesó el lanzador Yosvani Torres.
Al pinareño le preguntamos: ¿Lo que más te impresionó? “La alta concentración de la atención de cada uno de los Rays, tanto los lanzadores como los bateadores; su lenguaje corporal en el plato y la lomita los mostraba muy seguros, sin un asomo que delatara alguna deficiencia. Y no es que no la tengan, pero no la muestran”.
¿Y de nuestro equipo? “La satisfacción porque demostramos que podemos jugar a ese ritmo, sostener un duelo sin complejos, aunque es cierto que nos quedan muchos detalles por pulir, trabajar más en el control, por ejemplo, y eso lo alcanzaremos si jugamos a un buen nivel, de otra manera no se consigue”.
Si bien el partido no puso un marcado desbalance en la pizarra, lo cierto es que el elenco de casa, pese a batear más, careció de efectividad y aun cuando llevó más jits a las hojas de anotaciones, no registraba en el marcador, hasta que Rudy Reyes hizo temblar las graderías del remozado y bello Latinoamericano con su jonrón por el jardín izquierdo frente al cerrador Alex Colomé.
“Te imaginas, que me den la oportunidad y pegarle un jonrón a un cerrador de la MLB. Además, salvamos la honrilla con esa carrera. Sin embargo, con o sin jonrón no lo hicimos mal, pudimos hacer juego frente al rival y la gente disfrutó de buena pelota, eso es lo más importante”, afirmó el capitalino, quien mandó de viaje una bola rápida que se movió hacia fuera y quedó en zona.
CAMISETAS DE FRATERNIDAD
Cuando cayó el out 27, los Rays levantaron el puño en señal de victoria. Sin embargo, instantes después, sobre la grama del Latino no había un festejo solitario, pues ambos equipos salieron a intercambiar sus camisas, hecho bastante poco común en el béisbol, mucho más frecuente en el fútbol.
La espontaneidad del momento refleja el ambiente espectacular que se apoderó del Coloso del Cerro, santuario donde los visitantes constataron que aquí se respira béisbol por los cuatro costados.
“Al final hemos estado solo unas pocas horas en Cuba, pero nos llegó el calor y la amistad de los hermanos cubanos. Aquí sentimos como en ningún otro lugar el sabor a béisbol, nunca lo vamos a olvidar”, aseguró el receptor boricua René Rivera.
“Esto quedará en la memoria, es un paso de avance indiscutible del deporte”, nos confesó el gran Omar Linares, y guarda mucha razón, porque el episodio no solo aportó experiencias competitivas en los dos dogouts, sino que sirvió para solidificar los cimientos del puente entre Estados Unidos y Cuba.
La mecha se ha encendido, como nos expresara el otrora estelar torpedero de los Yankees de Nueva York, Derek Jeter: “Siempre he sentido algo particular por los cubanos, su forma de competir atrapa a cualquiera. Tuve la oportunidad de jugar con algunos, y a través de ellos vi que existían diferencias políticas entre los países, pero también comprendí que el béisbol lo tenemos en común y navegamos en el mismo rumbo, con la misma pasión”.
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