Armagedón
“El alma que pecaré, esa morirá...”
Ezequiel 18:4
Concebidos para matar...
Alfredo A. Calderón Cámara
Publicado en el Diario Novedades de Tabasco
Hablar de Los Almeida no es ir atrás en el tiempo al lejano Oeste, no. De la nada entraron a balazos a la escena pública, matando policías sin lástima, sin mínimo sentir por quitarles la vida y murieron, entregando el último aliento jalando el gatillo, disparando: sí. Vivieron y murieron en la delgada y trágica línea de: matar o morir. Versiones hay muchas, una dicta que en una juerga que continúo con el dicho de una de las meretrices qué “su novio iba sacar mucho dinero del banco” y Los Almeida fueron tras la presunta víctima. Todos los que iban al asalto iban por el jugoso botín, todos iban a matar o morir, asesinar a quien se les pusiera enfrente sin tomar en cuenta, fuera: civil o uniformado. Robar sin mesura, dinero fácil, de quién fuera y al precio que fuera.
Años y años en que Los Almeida ejercieron una forma de vida en la que para vivir había que matar sin lástima a las víctimas: su arbitraria, soberana e inviolable ley, insobornable, del aquí te mueres y el aquí te quedas, del aquí no pasas y del aquí te acabas. Virgilio, Emilio y Freddy Almeida, todos hijos de Isabelino Almeida apodado el “Chelino” ahora recluido en el CRESET, los tres muertos en su último asalto, los tres –aseguran- cabecillas de una banda dedicada al robo, secuestro y demás flagelos, incluso en el café hay quienes se atreven a decir que si las autoridades dragaran el río cerca de la casa de Los Almeida, de seguro encontrarían: cajeros automáticos, autos y no pocas personas dentro de dichos autos, ya que muchos de los secuestrados aunque sus familiares pagaron el rescate ¡Ellos nunca regresaron a casa! El llanto y la angustia de los familiares de los secuestrados aunque no sabían, tenían que desechar cualquier esperanza: Los Almeida no eran amigos de nadie.
La saña y el odio por la vida humana sólo podía ser comparada con las fotos tomadas a sus propios hijos en pañales con sendas pistolas, dejando entrever que para ellos a esa edad los niños de sangre Almeida, ya tenían definido su futuro. Nadie duda del dolor de sus pérdidas en sus familiares; sean como fueran, ellos eran amados por los suyos porque aún el asesino más sanguinario siempre tendrá una demostración de amor en la vida, aunque ese canal de sentimientos sanos sólo sea para dos o tres personas, fuera de ese cerrado círculo ¡Nadie más importa! Ellos eran asesinos de sangre fría. Ahora bien, nadie en su sano juicio puede alegrarse de la muerte de Los Almeida, aunque la mayoría de la sociedad respire con mayor tranquilidad. Para su familia ellos eran amados, aunque ellos no se detuvieran a meditar y menos valorar tamaño del amor de sus hijos o esposas y cambiaran su vida a tiempo. Él hubiera no existe.
Tiempos son estos en los que hay un escenario donde confluyen dos sentimientos contra puestos; uno, donde la familia demanda justicia, siente que fueron ajusticiados sin misericordia; dos, el social que en silencio habla del más cruel sentimiento con que Los Almeida ajusticiaron tres policías sin misericordia y de igual manera sin misericordia debían morir: ojo por ojo y muerte por muerte. Si se supiera de las demás muertes, de esas víctimas a quienes cobraron el rescate y sin misericordia fueron asesinadas, el sentimiento social se volcaría implacable aún en contra de quienes desde la defensa de los Derechos Humanos quisieran o trataran de defender el derecho a la vida de Los Almeida. En lo particular el columnista no es afín a la pena de muerte, pero en el análisis serio y equilibrio de sensaciones hay que decirlo, vivos, nadie entendería el futuro de Los Almeida ajeno a sus crímenes porque mismas vidas gritaban que fueron: concebidos para matar…
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LA SEPTIMA TROMPETA
Descanse en paz el amigo Lacides García Detjen, un caballero y Rector de la Universidad Olmeca. estaremos a sus órdenes en el 99 32 95 14 89. También puede revisar esta columna en el portal http://www.elimparcialdetabasco.com/.
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