ooo
(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)
Y apareció un nuevo ídolo: “el chicharito”
Sin ídolos populares México quizá sería otro país (o a lo mejor ya hubiese desaparecido de la faz de la tierra).
Sí, como que sin ídolos no somos nada. O seríamos un país huérfano. Quizá por eso cuando los mexicanos no tenemos un ídolo lo andamos buscando como locos, si se vale decirlo así y no se ofende nadie.
¿Qué haríamos sin ídolos?. ¿Nos pondríamos a llorar en el rincón de una cantina o nos iríamos de rodillas hasta la villa de Guadalupe?. Quién sabe qué haríamos, pero desde luego como que nos haría falta algo y como que nuestra moral se nos iría al suelo.
¿Cómo nos hubiera ido si no hubiéramos tenido un Pedro Infante al cual idolatrar?. Seguramente este México habría sido otro y los mexicanos habríamos sufrido esa orfandad que tanto daño nos haría.
¿Cómo nos hubiera ido si no hubiese aparecido por ahí “El Santo”, lo mismo en el encordado que en el cine y en los cómics de su tiempo?. Sin él la raza de bronce quizá no hubiera sido nada.
Sin un Ratón Macías que nos levantara el ánimo y la autoestima, que nos hiciera sentirnos triunfadores cada vez que le ganara una pelea a alguien y que nos diera motivo de adoración y de júbilo colectivos. --aún de tristeza como cuando aquel fulano, Nate Brooks, o algo así-- le rompió la mandíbula y le impidió ser campeón del mundo, ¿qué hubiera sido de nosotros, los mexicanos?.
Qué pena que se nos haya muerto Sal Sánchez, quien volando iba para ídolo por sus resonantes triunfos, y su campeonato mundial, en los rings internacionales. Sí no idolatráramos al “Púas” Olivares, otro valiente, fajador y triunfador (y además salido de la nada o del barrio de Tepito).
Ídolos populares también serían, aunque en menor proporción, Hugo Sánchez, el “pentapichiche”, quien triunfó en España y en Europa; Chava Reyes, aquella leyenda del mexicanísimo Guadalajara; “Kid Azteca”, vieja gloria del boxeo mexicano; acaso “Blue Demon”, el rival de “El Santo”.
Un ídolo sería Fernando Valenzuela, “El Toro”, que en Estados Unidos y en México provocara aquel fenómeno de masas llamado “fernandomanía”. Y otro, Julio César Chávez, el mejor boxeador mexicano de todos los tiempos, según se dijera en su momento y se continúe diciendo actualmente.
Y qué decir de Luis Miguel, “El Sol”, capaz de arrastrar multitudes a sus eventos. El “Chavo del Ocho”, creación de Roberto Bolaños Cacho, también llegaría a estar dentro de nuestros ídolos, como el propio Juan Gabriel “Juanga”.
Ídolos surgidos del boxeo, del futbol, de la lucha libre, del cine. Los alter ego de los mexicanos. Los que ponían en alto el nombre de México, los que seducían a multitudes, los que provocaban el alarido o despertaban la admiración, los que eran amados y venerados, los que hacían sentir triunfador a la raza, los que se cubrían de gloria, los que tenían su fanaticada en trance de dar la vida por ellos…
Empero un día los mexicanos se quedaron sin ídolos. Ya éstos no surgían de ninguna parte. Ni del boxeo (cantera de tantos), ni de la lucha libre, ni del futbol, ni del cine o la cantada. La televisión no creaba a ninguno de ellos, o si lo hacía era sólo de manera efímera. El idolazo no aparecía; la orfandad de héroes populares provocaba un hondo vacío en el corazón colectivo.
¿Cuánto tiempo tendría de que no surgiera un nuevo ídolo en México?. Quién sabe; tal vez diez o más años. Los viejos ídolos --entre ellos “Cantinflas” y “Tin Tán”-- ya hasta se habían muerto y otros nada más quedaban en meras leyendas y mitos.
Y es ahí que de repente, así como por arte de magia, quizá como surgen todos los grandes ídolos, un jovencito de veintidós años, enfundado en la camiseta del “Rebaño Sagrado” y con el número 14 y la leyenda “Chicharito” en la espalda, comenzó a meter goles para “Las Chivas” del Guadalajara --de dos por partido--, luego en juegos amistosos con la selección mexicana, después en la Copa del Mundo y más adelante como centro delantero de uno de los mejores equipos del mundo, el inglés Manchester United.
Los goles, su estampa juvenil y carismática, su sencillez, su aplomo ante la portería contraria, su manera certera de patear el balón (que no le temblaran las corvas ante el portero contrario), su ascenso vertiginoso en el mundo de las patadas, su identificación con la gente --pese a que ese terco vasco Aguirre le negara minutos de juego en Sudáfrica--, lo convertirían en el nuevo ídolo y héroe no solamente de la fanaticada futbolística sino de los mexicanos. El grito de “¡Chicharito!” expresa ya la idolatría popular de que es objeto.
Hoy los mexicanos tienen nuevo ídolo: el “chicharito. ¡Qué bueno que la orfandad nacional haya terminado!.
fcoperalta42@hotmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.