viernes, 23 de abril de 2010

Comunidad: Ponencia de Manuel Rodríguez en el Día Internacional de la Madre Tierra /Abr 23

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Día Internacional de la Madre Tierra
Diez años de la Carta de la Tierra
Lic. Manuel Rodríguez González
22 de abril de 2010

Es una gran satisfacción compartir con ustedes, especialmente con tantos jóvenes, este maravilloso y cálido día de primavera, para rendir tributo a nuestra Madre Tierra.
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Es un anhelo propio y de muchas personas en el mundo, hacer de este día una celebración de la vida que nos inspire a cada uno de nosotros acciones de amoroso cuidado hacia nuestra generosa Madre.
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Creo que el arte, en cualquiera de sus expresiones es siempre una de las mejores vías para transmitir estos mensajes. Como en la “Canción de la Tierra”, que es el tema del video que acabamos de ver.
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Después de observar esas imágenes y leer la letra tenemos mucho para reflexionar y mucho más por hacer.
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Porque los temas a que hace referencia esta canción, que fue escrita hace más de una década, siguen siendo, por desgracia, absolutamente actuales y aún más preocupantes.
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Pero de igual manera son mayores los grados de consciencia de todos acerca de estos problemas y las acciones de cada vez más numerosas personas, que alrededor del mundo, se involucran de manera activa en su solución.

Podemos entonces, compartir y hacer nuestro el sueño de ver restituidos los mares, las selvas, las montañas como en esas imágenes que acabamos de ver producto de la razón sensible y emocional de un artista.

Se trata de un mensaje de esperanza, de fe en la humanidad y en su capacidad de generar un profundo cambio de mente y corazón para dar paso a un nuevo comienzo.

Ese es el mensaje que debemos tener en cuenta: Nosotros podemos hacerlo, nosotros podemos detener la destrucción y el sufrimiento a que estamos sometiendo a la tierra y a todos los seres que en ella habitan, incluyéndonos a nosotros mismos.

Para hacerlo, tenemos que empezar por cambiar los valores, en que hasta ahora, hemos sustentado nuestra forma de vida como sociedad.

Y tenemos que hacerlo de inmediato, porque ya no tenemos tiempo.

Han sido demasiado extensos los años de predominio de la visión utilitaria de la naturaleza en que se ha fundado el progreso humano.

Y es a todas luces, evidente, que no podemos seguir sosteniendo estos patrones de producción y consumo que están causando devastación ambiental, agotamiento de recursos y una destrucción masiva de la biodiversidad en todo el planeta.

¿Vieron la película Avatar? Una de las más exitosas en los últimos tiempos. Sin duda, tiene un fuerte mensaje ecologista.

Espero que coincidan conmigo en que más allá de los espectaculares efectos visuales, se trata de una gran historia.

Una historia que nos deja ver con claridad como la codicia, la arrogancia y la ignorancia pueden llevar a cometer los actos más irresponsables y despiadados en contra de la vida.

Algunos de ustedes podrán decir, eso es sólo ficción. La imaginación desbordada de un director de cine con suficiente presupuesto, como para recrear una maravillosa y divertida fantasía en una de las lunas de un inexistente planeta perdido en la inmensidad del universo.



Quiero decirles que en este mismo momento, aquí en la Tierra, existen pueblos que como los Na’vi de Pandora de la película Avatar, que luchan desesperados por salvar su entorno de la depredación de grandes empresas que ambicionan los recursos que resguardan en sus tierras.

Les voy a dar sólo un ejemplo, que tiene una enorme similitud con la historia ficticia de los Na’vi.

Se trata de los Dongria, un pueblo que habita desde hace miles de años e incontables generaciones en las colinas de Niyamgiri, una cadena montañosa cerca de la costa este de la India.

Los Dongria veneran la cima de la montaña como la morada de su Dios, y protegen los densos bosques de la zona y la gran variedad de animales que en ellos habitan.

Pero justo en la cima de su montaña sagrada, existe uno de los más ricos yacimientos de bauxita, mineral del que se obtiene el aluminio.

Una multimillonaria y poderosa empresa, que ha dado muestras de no detenerse ante nada, está a punto de derribar sus bosques y devastar la Montaña de la Ley, el lugar más sagrado de este pueblo.

Los Dongria no están dispuestos a abandonar su hogar. Han decidido permanecer en las colinas, y proteger con sus vidas la montaña sagrada.

Porque para ellos, la tierra lo es todo, su vínculo con la montaña es tal que su destrucción supone la destrucción de su propia vida.

Pero para la empresa minera, la montaña representa más de mil millones de dólares.

Ante esas cifras, poco les importa la vida y el bienestar de un pueblo entero.

Poco les importa que las colinas de Nayamgiri constituyan el reservorio de una excepcional diversidad biológica, y menos aún les importa su majestuosa belleza.

Poco les importa que la montaña sea la fuente que provee de agua limpia y pura a los ríos e innumerables arroyos que mantienen el equilibrio de la temperatura en esa zona.

Y poco les importa que la contaminación de esas fuentes de agua traiga consigo la extinción de bosques que aportan oxigeno a nuestro asfixiado planeta.

¿Cuál será finalmente el destino de los Dongria y su montaña sagrada?

¿La humanidad entera contemplará pasivamente cómo se abre una herida más a nuestra sufriente Madre Tierra?

Existe la esperanza de que no sea así.

Alrededor de la lucha de este valiente pueblo se ha generado una fuerte corriente de opinión que se opone a que la cima del Nayamgiri, se convierta en una mina a cielo abierto.

Si ustedes quieren saber más acerca de los Dongria, pueden entrar a la página de Survival, una organización internacional que apoya a los pueblos indígenas de la Tierra.

Ahí podrán ver un video titulado “La mina: historia de una montaña sagrada”.

También podrán conocer las historias de otros pueblos indígenas del mundo, que tienen una clara conciencia de que la Tierra es generadora de todo lo viviente.

Y solo un ser vivo puede producir vida en sus más diferentes formas, la Tierra es entonces, la Madre Universal.

¿Qué significado tiene esto?

¿A qué nos referimos cuando usamos esta expresión?

Nos referimos al origen común de toda la vida en la Tierra. A la interdependencia que existe entre los seres humanos, las demás especies vivas y el planeta que todos habitamos.

Nos referimos a la Tierra como un superorganismo vivo en el que se articula permanentemente lo físico, lo químico y lo biológico de forma tan sutil y equilibrada, que en los 4.4 mil millones de su existencia, siempre ha sido propicia para producir y mantener la vida.

Uno de los ecologistas más reconocidos de América Latina, Leonard Boff, en su exposición de motivos éticos para reconocer a la Tierra como nuestra Madre, escribió:

“La tierra en algún momento avanzado de su evolución y de su complejidad empezó a sentir, a pensar y a amar. Es la emergencia del ser humano. Con razón en las lenguas occidentales homo/hombre viene de humus, tierra fecunda y Adam se deriva de adamah, tierra cultivable”.

Y concluye recordando al poeta indígena y cantor argentino Atahualpa Yupanki: “Por eso el ser humano es la Tierra que anda, que piensa, que siente y que ama”.

No podría haber una mejor descripción de nuestro íntimo vínculo con la Tierra, con nuestra Madre Tierra.

No es que nosotros, los seres humanos, seamos producto de una evolución paralela a la de la Tierra. Es que nosotros somos una de las infinitas expresiones de la evolución de la Tierra.

Es que nosotros, los seres humanos, formamos junto con la Tierra y todos los demás seres vivientes una única entidad. Un mismo ser.

Y es preciso subrayar que no se trata solamente de una visión romántica de nuestra existencia. Sino de hechos concretos observados y observables, y comprobados científicamente.

Bajo esa concepción del origen de nuestra existencia es que los pueblos, naciones y razas del mundo, debemos entendernos como hermanos, hijos e hijas de nuestra generosa y fecunda Madre común.

Ese es el sustento de la Carta de la Tierra. Un documento que constituye una declaración de principios éticos fundamentales para la construcción de una sociedad global justa, sostenible y pacífica en el Siglo XXI.

En el primer año de este nuevo milenio, la Carta ya nos advertía que “estamos en un momento de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro…”

La elección es nuestra dice la Carta, “o formamos una alianza global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o nos arriesgamos a nuestra propia destrucción y a la devastación de la diversidad de vida”.

Ese el gran reto de la humanidad: aceptar que cada uno de nosotros tiene una responsabilidad compartida.

Que a cada uno de nosotros le corresponde acelerar el proceso de toma de conciencia, que nos conduzca a restablecer los vínculos olvidados entre el hombre y la naturaleza.

Que a cada uno de nosotros le corresponde cuidar de la familia humana y de toda forma de vida.

Significa también, reconocer que cada uno de nosotros tiene una responsabilidad con el futuro.

La Carta de la Tierra es entonces, un llamado urgente para que entendamos que la Tierra y la humanidad somos parte de un vasto universo en constante evolución unidos por un mismo destino.

Y que ese destino está amenazado por la irresponsable codicia y falta de cuidado de los seres humanos.


Es un llamado para que la humanidad deje a un lado la arrogancia que artificial y absurdamente la ha llevado a creer que puede sostener un proyecto de crecimiento ilimitado.

Nótese que he dicho crecimiento y no desarrollo. Que son cosas muy distintas.

El crecimiento se preocupa por la cantidad. El desarrollo busca el bienestar común.

En ese sentido, la Carta de la Tierra nos apremia a que adoptemos una nueva cultura de cooperación que reemplace a la cultura de la competencia.

Esa mano invisible y tiránica que nos fustiga de manera constante a la acumulación de más riqueza, de más poder, y que es la causa de las mayores y más despiadadas injusticias, de los más terribles sufrimientos para nuestra Madre Tierra y para millones de sus hijas e hijos que padecen hambre, guerras, enfermedades.

Ocupados en responder complacientes a las exigencias de una cultura que se ha ido vaciando de valores éticos y sepultando los más nobles sentimientos humanos, olvidamos lo esencial.

Olvidamos que lo importante es vivir bien y en armonía con la naturaleza y con los demás miembros de la familia humana.

Olvidamos que los grandes problemas del mundo requieren nuestra atención, y muchas veces creemos que se encuentran lo suficientemente lejos de nosotros como para no preocuparnos por ello.


Por eso la Carta de la Tierra, busca inspirar en todos los pueblos y en cada ser humano, un nuevo sentido de interdependencia y responsabilidad global, que abra el camino para el bienestar compartido de toda la familia humana, la gran comunidad de vida y sus futuras generaciones.

De ahí que en la Carta la protección ecológica, que constituye uno de sus enfoques principales, no se concibe como un objetivo asilado de otras metas igualmente urgentes de alcanzar como la erradicación de la pobreza, el desarrollo económico equitativo, el respeto a los derechos humanos, la democracia y la paz.

Es como les dije hace unos momentos una declaración de principios éticos fundamentales para la construcción de una sociedad global justa, sostenible y pacífica.

Pero no sólo se queda en la enunciación de principios, sino que presenta pautas concretas para proponer y concretar soluciones a los complicados problemas del mundo y de nuestras comunidades locales.

Pero además, y esto es algo que dota a la Carta de la Tierra de un valor y una fuerza excepcional para inspirar en todos los que la leen acciones a favor de nuestra Madre Tierra.


La Carta, en sí misma, es un documento de una gran belleza. En ella se expresa la razón sensible y emocional, esa en la que se generan los sueños y la creatividad humana.

Esa en la que se elaboran los valores éticos, en la que nace y se cobijan los sentimientos.

Es esta razón emocional la que nos permite entender que no somos dueños de la Tierra, sino que pertenecemos a ella. La que nos hace entender la preciosidad de cada vida.

Y es también la que nos advierte que hemos estado equivocados, que nuestra misión no es someter a la naturaleza, sino cuidar de ella con reverencia y amor.

Sólo un largo diálogo intercultural, que se extendió a lo largo de una década, y que es el más inclusivo y participativo que se ha haya efectuada jamás en torno a una declaración internacional, pudo haber dado como resultado un documento así.

Y sólo un documento como la Carta de la Tierra es capaz de convocar a líderes gubernamentales, organizaciones civiles y a cientos de millones de personas en el mundo que la avalan y se movilizan teniendo a la Carta como guía para la realización de acciones concretas para un futuro sostenible.


Hoy en el Día Internacional de la Madre Tierra. Hoy que nos reunimos para celebrar nuestra comunidad de origen, para proclamar que cada vez estamos más conscientes de nuestro lugar y nuestra misión, igual que lo están haciendo millones de personas alrededor del mundo.

Es bueno recordar que para llegar a este momento primero fue necesario un cambio de actitud, una reflexión colectiva y una determinación común de detenerse por instante y prestar atención a los llantos y la agonía de nuestra Madre Tierra.

Fue necesario esperar casi medio siglo, desde la primera vez que se celebró el Día de la Tierra el 22 de abril, para que los estados que integran el Consejo General de las Naciones Unidas aprobaran establecer esta fecha como el Día Internacional de la Madre Tierra.

Ha sido una respuesta lenta por parte de los gobiernos. Pero al fin respondieron.

Y éste es un logro de los ciudadanos y organizaciones civiles de las naciones del mundo.

Quiero subrayarlo, para que tengamos presente el valor de la participación social.



Aquello que inició desde las primeras décadas de la segunda mitad del siglo pasado, cuando los primeros ecologistas considerados un grupo marginal, expresaron su preocupación por la desaparición de especies animales y vegetales, la contaminación del aire y el agua, de los suelos, la acumulación de basura y desechos tóxicos, impulsó la investigación científica sobre los impactos de la actividad humana en los ecosistemas.

Y marco el nacimiento del movimiento ambientalista moderno, cuando el 22 de abril de 1970, miles de esta dou nidenses tomaron las calles, los parques y los auditorios para manifestarse por un ambiente saludable y sustentable.

Ese día señaló también, la emergencia de una nueva forma de participación social en la que convergen las más variadas tendencias. Se logró una coincidencia política que parecía imposible.

Políticos de distinta ideología, empresarios, líderes sindicales, ciudadanos de grandes ciudades y áreas rurales, artistas, profesionistas, obreros, amas de casa, estudiantes apoyaron el movimiento.

Y lograron influir en las decisiones políticas de ese país para que fuera creada la Agencia de Protección al Medio Ambiente de Estados Unidos, así como la aprobación de leyes relacionadas con el aire y el agua limpia y la conservación de especies en peligro de extinción.

Esos son los antecedentes de este día consagrado a La Madre Tierra.

Y las razones para adoptarlo como el Día Internacional de la Madre Tierra, son el agravamiento de la crisis ambiental, del calentamiento global.

Nuestra Madre está enferma. Tiene calentura. Se sofoca y asfixia. Se convulsiona y deshidrata a causa de nuestra irresponsabilidad y nuestro descuido.

Hemos sometido a nuestra Madre Tierra a una sobrexplotación irracional.

El incremento constante de nuestras demandas para satisfacer las necesidades de una población que va en aumento, el descuido con que desafortunadamente procedemos, están superando por mucho su capacidad de regeneración, desatando peligrosos desequilibrios que han puesto en riesgo su salud, y con ello nuestro propio futuro.

Desde 2006 la comunidad científica advirtió que la huella ecológica humana supera en 30 por ciento la capacidad biológica de recuperación de la Tierra.

Es decir, la humanidad utiliza el equivalente de 1.3 planetas para proporcionar la cantidad de recursos que consume y absorber los desechos que produce.

Esto significa que ahora la Tierra tarda un año y cuatro meses para regenerar lo que agotamos en un año.

Significa que en estos momentos, siguiendo los mismos patrones de producción y consumo, necesitamos más de un planeta para satisfacer nuestras necesidades.

Los datos son contundentes.

Y no necesitamos más que conocer un poco de la geografía del lugar donde vivimos y observar con atención a nuestro alrededor para tener una prueba de su validez.

Pongamos por ejemplo nuestro caso.

Pongamos por ejemplo a Tabasco que tiene fama de ser paradigma de abundancia.

Que tiene fama de vestirse con la exuberancia del verde selvático, de despertar con el jolgorio de las aves, y arrullarse por las tardes con el murmullo de los cientos y diferentes habitantes de sus selvas.

Desafortunadamente, fama, sólo la fama es lo que nos queda. Una desventura que compartimos lastimosamente con el resto de nuestro país.


Porque aún siendo México una de las pocas regiones en el mundo con la generosidad de un clima propicio para el desarrollo de selvas, la deforestación ha dado cuenta del 90 por ciento de esta maravillosa expresión de la vida.

Casi la cuarta parte del territorio nacional eran selvas. Y en Tabasco éstas ocupaban 15 mil kilómetros cuadrados. Es decir el 60 por ciento de todo el territorio.

Ahora en Tabasco sólo nos quedan 300 kilómetros de selvas, menos del dos por ciento.

Y junto con las selvas se han ido especies de plantas y animales que nunca volveremos a tener, y que las nuevas generaciones no conocerán.

Si no defendemos lo poco que nos queda en menos de una década ya no tendremos selva.

Y qué decir de nuestras aguas, de la abundante vida que se recreaba en los incontables ríos y lagunas. Que se agitaba en las aguas de nuestras costas.

De la belleza inigualable de nuestros humedales, que aún siendo declarados Reserva Biológica, que aún siendo patrimonio de la humanidad, siguen siendo amenazados de destrucción.

Tenemos que detenernos y prestar atención a la voz suplicante de nuestra Madre Tierra.

¿Cómo podemos hacerlo?

¿Cómo restaurar la debilita salud de nuestra Madre?

Ya sabemos que para la mayoría de las naciones del mundo la crisis ambiental, especialmente el calentamiento global, constituye el tema central de la geopolítica y la economía mundial.

Ya sabemos que existe una preocupación global por la sostenibilidad de la Tierra, que es la premisa básica para resolver las demás crisis, las sociales, la alimentaria, la energética y la climática.

Pero, ¿qué podemos hacer nosotros?

Nosotros como ciudadanos de nuestra propia comunidad y del mundo, podemos, y quizá esto sea lo más importante, avanzar hacia nuevas formas de organización y participación social.

Podemos avanzar apoyando aquellas iniciativas locales, aquellas acciones concretas que demuestren preocupación por la naturaleza.

Hoy aquí quiero presentar y difundir una de esas iniciativas que vale la pena conocer y apoyar, porque se inscribe en el marco de las acciones necesarias para salvaguardar la integridad ecológica.

Se trata de dos proyectos realizados por Industrias Charritos, una empresa tabasqueña que está adoptando patrones de producción ecológicamente responsables.

Para ello ha creado un área de investigación científica, donde en una asociación estratégica con el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, la Unión Ganadera Regional de Tabasco y la Secretaría de Economía, se desarrolla un proyecto de generación de biogás y fabricación de composta, a partir de desechos animales generados en el Frigorífico y Empacadora de Carne de Tabasco.

Con esto se logran importantes beneficios ecológicos, como la reducción hasta 40 por ciento del consumo de gas LP en los procesos de producción de Industrias Charricos.

También al reducir significativamente la utilización de químicos para tratamiento de desechos de la planta de la Unión Ganadera.

Y al mejorar tierras de cultivos con el uso de la composta resultante del proceso de generación del biogás, que se entrega gratuitamente a productores de plátano, palma africana y cacao para ser usada como fertilizante.



La otra iniciativa de esta misma empresa tabasqueña consiste en un sistema de recolección y procesamiento de desechos domésticos para ser transformados en biogás y composta, en instalaciones especialmente destinadas por la empresa para este propósito.

Lo más interesante de este proyecto, que por ahora se encuentra en preparación para una primera fase piloto en una de las colonias de Villahermosa, es que involucra de manera directa a los ciudadanos.

Para ello, la empresa impartirá conferencias sobre el adecuado manejo de los desechos a los habitantes de esa colonia, y les entregará el material necesario para hacerlo.

Quiero felicitar por estos proyectos al empresario Eleazar Cabrera Paredes, propietario de Industria Charricos, por estas importantes contribuciones a la preservación de nuestro entorno.

Que además constituyen un impulso a la investigación y aplicación de conocimientos científicos a favor de la naturaleza en Tabasco, a la creación de nuevos empleos, y un estímulo para que otros empresarios tabasqueños decidan adoptar procesos de producción ecológicamente responsables.



Sería realmente alentador que el próximo año en la Celebración del Día Internacional de la Madre Tierra, iniciativas y proyectos concretos como estos se hayan multiplicado.

Podemos hacerlo. Debemos hacerlo, porque quizá estemos ante la última oportunidad de centrar nuestra atención y esfuerzos en cambiar el paradigma de crecimiento que hasta ahora hemos sostenido.

La historia nos está dando la oportunidad de lograr formas más solidarias, conscientes e informadas de participación y acción para lograr entre todos un desarrollo viable y duradero.

Ante la crisis ambiental debemos visualizar una oportunidad para intensificar esfuerzos comunes en la búsqueda de alternativas que permitan generar respuestas que estén a la altura de lo que nuestro planeta y la humanidad necesitan.

En este terreno tenemos mucho trabajo por realizar, especialmente en países en desarrollo como el nuestro, donde a pesar de los avances democráticos, aún no ha enraizado lo necesario una cultura de participación social reflexiva y organizada.

Hace poco leí que en los países donde mayores logros en materia de cuidado al medio ambiente se han alcanzado, la sociedad civil ha liderado los procesos de construcción de políticas ambientales.

Pero para que la sociedad llegue a este punto, debe asirse necesariamente a la construcción de un capital social suficiente que genere el cambio de actitud que nos permita asumir como una responsabilidad propia el cuidado del medio ambiente.

Esto es vital cuando se trata de implementar programas exitosos que redunden en la conservación y el cuidado de nuestro entorno.

Porque no hay gobierno suficiente ni recursos que alcancen, si no logramos generar en los ciudadanos la determinación de participar en la solución de la problemática ambiental.

Una problemática cuya resolución no es sencilla, porque requiere de cambios profundos en todos los ámbitos, que en no pocas ocasiones, hay que reconocerlo, chocan con obstáculos económicos.

Por lo mismo, tampoco hay voluntad política que alcance, sino tiene como sustento el apoyo y la responsabilidad compartida por toda la sociedad para lograr que el entorno no se degrade, encontrando las vías para modificar la situación a través de un trabajo conjunto en el que el compromiso es el eje de cambio.





De modo que poner a la participación social en el centro de la estrategia de resolución de los conflictos ambientales, requiere de un esfuerzo común de parte de los gobiernos y la sociedad por generar nuevos espacios, donde se puedan expresar los diferentes intereses involucrados en estos problemas.

De lo que se trata es de establecer un diálogo abierto y dinámico, donde las opiniones de la sociedad sean tomadas en cuenta.

Donde la participación organizada y responsable se convierta en un motor para evitar, en muchos casos, conflictos sociales, volviéndose un requisito esencial para el desarrollo sostenible y la cohesión social.

Así, uno de los objetivos principales de la participación es establecer líneas de diálogo que permitan cambiar la forma de hacer las cosas.

Que de igual manera haga posible la transmisión de información, que fomente el tejido social y búsqueda de consensos.

Por ello el primer paso es promover la reflexión amplia y abierta sobre lo que está aconteciendo que genere sensibilidad para encaminarse al cambio, presentar alternativas y encontrar soluciones.

Y creo firmemente que la mejor manera que tienen para logar estos objetivos es difundiendo entre los ciudadanos la utilidad de la participación.

Hacerles saber por qué es necesaria la participación de todos en la problemática ambiental, y no solamente de aquellos que toman las decisiones.

Para lograr que la participación sea efectiva, de manera paralela tenemos que hacer esfuerzos por llevar a cabo un proceso de educación para el desarrollo sostenible.

Para ello contamos con la guía de un documento precioso e inspirador: La Carta de la Tierra, que nació precisamente de la sociedad civil mundial, y que desde 2003 fue asumida por la UNESCO como instrumento educativo y una referencia ética para el desarrollo sostenible.

En esta tarea, la participación de los jóvenes es fundamental. Diría indispensable.

Porque en los jóvenes y en los niños la razón sensible, la inteligencia emocional necesaria para conectarnos con la sencilla y profunda sabiduría de la vida, aún no ha sido doblegada por la lógica instrumental y utilitaria.

Por ello, los jóvenes son especialmente sensibles ante los problemas sociales.

Por eso los jóvenes son capaces de las más bellas demostraciones de solidaridad, de entrega a favor de las causas más nobles.

Y que causa puede ser más noble, más digna y trascendente que la salvación de nuestra querida Madre Tierra.

Hoy más que nunca nuestra Madre Tierra necesita de sus jóvenes hijas e hijos.

Con frecuencia escuchamos decir que los jóvenes son el futuro, que los jóvenes son la esperanza de los pueblos.

Una frase que de tan dicha parece desgastada y vacía de contenido.

Sin embargo, debemos recordar que no son las palabras las que le dan sentido a las acciones.

Sino nuestras acciones las que le dan sentido a las palabras. Es nuestro proceder lo que les da significado y contenido.

Yo los invito, jóvenes, a que le devuelvan a esta frase su sentido profundo.

Los convoco a que con la vital energía de sus nobles espíritus rescaten a nuestra Madre Tierra de sus sufrimientos.

En esta época donde pareciera que la apatía y el desinterés van ganando terreno.

En una época donde pareciera que predomina una cultura cada vez más vacía de valores éticos esenciales, sólo la determinación de Ustedes, podrá lograr que la humanidad continúe esta exigente pero maravillosa aventura de la vida.

Nuestra Madre Tierra, nos dota generosamente de todo cuanto necesitamos para sostener nuestra vida.

Hoy nosotros, todos, y especialmente Ustedes, jóvenes, con esa bondad que brilla directamente desde sus corazones, podemos darle a nuestra Madre Tierra un regalo:

Avalar la Carta de la Tierra, como muestra de un amoroso reconocimiento de que junto con ella y todas las demás formas de vida constituimos un único e indivisible ser.

Comprometiéndonos además, con los principios que se expresan en la Carta y difundiendo los valores en que se sustenta.

Estoy seguro que cuando la lean se sentirán plenamente identificados con los principios y valores que se expresan en la Carta.

Profundamente inspirados para dar vuelo a su creatividad aplicando estos principios en su hogar, en sus escuelas, en sus lugares de trabajo, en sus comunidades.

Motivando a más personas para que también los apliquen en su vida diaria.

Colaborando en los proyectos que seguramente se están gestando en sus Universidades, que ya han suscrito su adhesión a la Carta de la Tierra.

Antes de concluir quiero leer una pequeña parte de la Carta de la Tierra:

“El espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza.

Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de un nueva reverencia ante la vida, por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad, por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida.”

Celebremos pues con esperanza y determinación, una nueva relación de la humanidad con nuestra Madre Tierra.

Este es el tiempo en que más debemos mantener la fe en que podemos logar la armonía y el equilibrio, en que podemos restituir los vínculos olvidados entre el hombre y la naturaleza.

Al logro de ese propósito todos podemos y debemos contribuir.

Por mi parte he entendido que como ciudadano del mundo, como hijo de nuestra Madre Tierra, me corresponde asumir esa responsabilidad.

En consecuencia doy el primer paso, avalando la Carta de la Tierra, comprometiéndome al ejercicio cotidiano de los valores y principios que la sustentan, y a la realización de esfuerzos para ampliar la Red de la Carta de la Tierra.

Los invito a que Ustedes hagan lo mismo.

Gracias

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