domingo, 25 de abril de 2010

Sólo en domingo: Francisco Peralta Burelo /Abr 25

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(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)

Jalapa, el viejo Tabasco que no se ha ido del todo

fcoperalta42@hotmail.com

“Buenos días”, escucho decir a una persona que se cruza en mi camino en una de las calles de ese pueblo. “Buenos días”, le contesto, sorprendido de que alguien a quien no tengo el gusto de conocer me salude de manera tan inesperada y cordial.

Topo más adelante con otra persona y la circunstancia es la misma. “Buenos días”, me dice con expresión amable. “Buenos días”, ¿Cómo le va?, le correspondo gratamente estimulado.

Sé que ni una ni otra persona me conoce. Estoy consciente que ninguna de las dos sabe quién soy, ni si vivo en el pueblo o ando de visita. La siguiente vez decido ser yo el de la iniciativa. “Buenos días”, digo al que me encuentro al paso. “Buenos días, señor”, me responde de manera sumamente natural.

“¿Cómo se porta Cosme?, le pregunto, ya entrado en confianza con el ambiente que campea, a una persona que veo sacar su bicicleta de su casa y montar en ella. “Pues hasta ahorita bien pero a ver cómo se comporta después”, me responde, siguiéndome la chanza.

Camino entre el parque y el palacio municipal y la operación, se repite una y otra vez. Personas que me saludan y personas a las que yo saludo; con las que inclusive cruzo palabras y bromeo con ellas y ellas bromean conmigo.

Estoy en Jalapa, y esto en días recientes, pero tal pareciera que estuviera en cualquier pueblo o ciudad del viejo Tabasco, en donde las cosas eran antes así porque no hacía falta conocerse mutuamente para intercambiar saludos, agarrar plática, tomarse confianza, cruzar sonrisas y simple y llanamente sentirse en casa, en cualquier lugar.

Esa sensación percibí, y he percibido cuantas veces he ido a recalar por Jalapa. La de entrar un poco, o un mucho, en el viejo Tabasco, ese que ya no vive en nuestras ciudades y nuestros pueblos, en donde la gente ya no se saluda si no se conoce y hasta le niega el saludo al desconocido; en donde todo mundo desconfía de los demás y mejor prefiere aislarse; en donde por ningún concepto se quiere entrar en confianza con otros; en donde unos y otros se ignoran y ninguna importancia se prestan entre sí; en donde ya no impera aquel ambiente de cordialidad y de afecto vecinal.

La verdad, sentí gusto y nostalgia. ¿Cómo se nos fue a ir ese Tabasco que hizo que en cada pueblo se formaran grandes familias más por vínculos amistosos que sanguíneos?. ¿Por qué dejamos que todo eso que nos unía y nos hacía saludarnos y ayudarnos sin conocernos aún se nos fuera?, ¿Cómo pudimos habernos quedado sin ese espíritu de hospitalidad en que se desarrollaron y fueron felices nuestros ancestros?.

Sentí gusto porque ahí, en Jalapa, como lo he podido constatar varias veces --ojala que así sea, en otras partes de la entidad--, vive mucho de ese Tabasco que los tabasqueños debimos de haber preservado para siempre, y que a falta de haberlo retenido tendremos que encontrar la manera de recatarlo.

En Jalapa no hay rostros serios, displicencia hacia el desconocido, saludos negados, resistencia a la plática con quien no se conoce, desdén hacia el otro, respuestas omisas o cortantes, gente estresada o desconfiada o poco o nada amistosa. No, no, ahí es otra cosa: es aquel Tabasco de antaño (o cuando algo muy parecido).

Dista mucho de ser como Villahermosa, en donde al que no se conoce se le niega o se la escatima el saluda; en donde la gente cada vez tiende menos a intercomunicarse; en donde abundan los rostros adustos, el desdén hacia los demás, el estrés y la desconfianza; en donde se ha dejado de ser una gran familia no solamente en la ciudad misma --ya de por sí tan grande y cosmopolita-- sino en las colonias y aún en las mismas privadas, en donde ni entre vecinos se conocen y frecuentan y menos se ayudan unos y otros.

Villahermosa es hoy una ciudad estresada, en donde la cordialidad ha pasado a un segundo o tercer plano y a muy pocos de sus habitantes les importa comunicarse con el otro porque les gana la desconfianza y no los motiva aquel espíritu de confraternizar con el vecino o el paisano y aún con el familiar mismo.

Debe haber otros pueblos como Jalapa. No tendría por qué no haberlos, porque de no ser así el viejo Tabasco se nos habría escapado de las manos, lo que desde luego sería una de esas pérdidas irreparables para los tabasqueños.

No le estoy sugiriendo a usted lector, lectora, a que se vaya a vivir a jalapa si el ambiente villahermosino le resultara hostil, pero quizá le estaría recomendado que de vez en cuando se diera sus vueltecitas por ahí para disfrutar, en la gente de ese pueblo, algo o mucho de aquel viejo Tabasco en donde si bien no todos nos conocíamos si pareciera que lo de menos fuera que nos conociéramos o no, porque de todas manera unos y otros nos tratábamos con gran familiaridad y afecto.

P.D. Un saludo para Magnolia Reyes Zurita, tabasqueña por los cuatro costados.

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