domingo, 25 de abril de 2010

Opinión: Víctor Manuel Barceló R. /Abr 25

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Día de la Tierra. ¿Un día más?.

En días pasados se conmemoró el Día de la Tierra, -22 de abril- creado en 1970 para analizar los problemas ambientales del Planeta e insistir en acciones ciudadanas y gubernamentales, para abatirles. Con ese pretexto mucho se habló de acciones humanas que afectan al Planeta. En los gobiernos –de los tres órdenes- hubo sonoros “golpes de pecho” con el noble propósito de enmienda. Iremos a una economía sustentable –se afirmó- como camino de regeneración nacional, colaborando con esfuerzos internacionales para detener el calentamiento global.

¿Habrá que esperar pacientemente, para conocer medidas que transformen al Plan Nacional de Desarrollo –por lo pronto sin pies ni cabeza- en un empeño real y comprobable por la sustentabilidad de la actividad económica en el país?. La obligación ciudadana es participar ampliamente para que los órganos del poder, cumplan sus dichos y planifiquen el presente y futuro nacionales. No lo dejemos en palabras.

Porque queda bien claro –se reiteró en diversas instancias nacionales e internacionales- que el Planeta Tierra muestra vulnerabilidad, sobre todo por diversas acciones del ser humano –su más terrible enemigo-. El Hombre (genérico) con su aplicación de medidas para vivir en el mayor confort, obtiene bienestar para una minoría de los habitantes de la Tierra, incrementando los resultados negativos para la vida de las mayorías humanas y de flora, fauna y minerales, allí inscritos.

Hay, también, graves consecuencias por sus fenómenos atmosféricos, movimientos telúricos, exhalaciones volcánicas y demás expresiones, normales de un Planeta vivo. El hacinamiento en lugares inadecuados hace más graves las resultantes de tales reacciones terráqueas, como podemos registrar, con: tormentas e inundaciones –Tabasco y China-; terremotos y destrucción de pueblos y ciudades –Haití, Chile- erupción volcánica e interrupción de la actividad humana -volcán Eyjafjalla, situado al sur de Islandia y espacio aéreo europeo-.

Precisemos aún más. Los huracanes son necesarios para la distribución del agua en el Planeta. Si ocurren en áreas deforestadas, no hay capilaridad del suelo para absorber agua. Se provocan: avenidas e inundaciones o, sequías intensas y de larga duración. Desaparecer grandes extensiones forestales elimina raíces que absorban humedad, no se filtra el agua. Esas zonas son más susceptibles a inundaciones y huracanes.

No son palabras huecas. El PNUMA informa: la deforestación en el mundo alcanza 3, 870 millones de Has. 95 % de esa superficie eran bosques naturales, el resto, plantaciones forestales. Cada año se pierden 14.2 millones de Has. a causa de la deforestación, y se plantan 5.2 millones, lo que implica disminución neta anual de 9.4 millones de Has en el mundo. Este proceso es muy alto en regiones pobres, que usan los árboles para sobrevivir. En México, Chiapas y Oaxaca, muestran grandes índices de pobreza, ligados a altas tasas de deforestación que exponen a esos fenómenos naturales. Ocurre, sin la conciencia de que estamos modificando el suelo. La naturaleza se cobra con inundaciones o sequías.

Lo mismo ocurre con el mal uso del suelo –relleno de vasos reguladores, lagos, lagunas, ríos- construyendo en lugares que el agua “reconoce” como propios e inunda sin consideración. Así están conformadas la mayoría de las ciudades.

En zonas volcánicas y sísmicas los asentamientos están o deben estar prohibidos; pero la sobrepoblación lleva a grupos humanos –muchas veces los más desprotegidos- a construir moradas en esos lugares, propensos a catástrofes, como las que hemos vivido en casi todo el planeta. Lo grave es que lo sabemos, pero no definimos caminos para resolver los problemas de estas poblaciones. Están allí, por razones históricas, geográficas y sociales. Poblaciones asentadas en el llamado “Cinturón de Fuego”, que corre por parte del territorio nacional. Allí ocurre el 80% de temblores y actividad volcánica planetaria.

Desde hace décadas se concluyó que el ser humano era plaga en la vida terrestre. Ello debido, tanto al crecimiento de la población, como al hacinamiento en que vive, por el incremento de la pobreza, en la mayoría de las naciones del Planeta. Poco o nulo caso se hizo a investigadores y científicos, que se atrevieron a emitir tan delicada apreciación. Estamos pagando las consecuencias; éstas no respetan grupo étnico, calidad de vida o nación. Todos somos iguales ante la naturaleza. Empero, la vida miserable expone más a los embates del terremoto, huracán, tsunami y otros, como corroboramos en Haití.

La afectación al Planeta, sus consecuencias nefastas para la vida, son, a la vez, resultante de la inapropiada y exhaustiva utilización de recursos naturales, para el bienestar de minorías ricas, en cada país; en particular de habitantes privilegiados de naciones poderosas, que continúan incrementando su consumo. Éstas, sobreexplotan los limitados recursos forestales, hídricos, de suelo y en particular energéticos, sin considerar su volumen finito conocido. En algunos casos se llega a límites, tanto por consumos excesivos de naciones poderosas, como por el incremento poblacional, en naciones sobreexplotadas.

La planeación brilla por su ausencia. Es indudable que esta no puede ser sino indicativa –los gobiernos no tienen potestad para hacerlo de otro modo, salvo excepciones--. A través de políticas como la monetaria, fiscal, de producción agropecuaria e industrialización, puede lograrse mucho. Salvar obstáculos para corregir vicios y componendas, que destruyeron proyectos citadinos, agropecuarios o productivos, no es fácil. Por ello se piensa en la conformación de otros, integrales, basados en actividades de producción –agropecuaria y sus cadenas productivas- y a partir de ellas, la urbanización.

Valdría la pena conocer bien proyectos como “50 nuevas ciudades”, “yucalcol” y sus derivaciones, junto a otros, que surgen -razón y ciencia juntos- de un empeño productivo para lograr niveles de empleo amplios. De allí vienen, decíamos: la urbanización, para formar pueblos, villas o ciudades, con todos los servicios, como corresponde a un pueblo trabajador. México merece entrar en una nueva ruta de crecimiento, en que lo fundamental sea el ser humano vis a vis con la naturaleza.

Siempre se “pisarán cayos” con estas determinaciones. Solo gobiernos fuertes, con sentido claro de hacia donde ir, tendrán viabilidad de avanzar en ese terreno. La vida terráquea se los demanda. La educación es factor fundamental para que, desde pequeños, los niños entiendan el porqué de una ruta, que sus mayores no quisieron o no pudieron recorrer.

Correo electrónico: v_barcelo@hotmail.com Villah.Tab. 25-IV-10.

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