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(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)
Si maneja… ¡no le dé el paso a nadie
fcoperalta42@hotmail.com
Esto es algo así como ¡cuidado: si maneja… no ceda el paso!. Y lo digo en serio, más que nada porque yo todavía soy de esos que lo mismo dejo pasar antes que yo (y desde luego antes que los que vienen detrás de mí) a peatones que a automovilistas.
Y no digo esto porque nadie --o caso unos cuantos-- corresponda a mi atención con una sonrisa, con un gesto amable, con un saludo a distancia. No, no es por ello, que por lo demás qué más da, dado que uno lo hace por atento y no por recibir mayor reconocimiento de quien está atorado en medio de la calle y no hay quién le ceda el paso, ya no digamos gentilmente, sino cuando menos --como se dice-- por humanidad.
No, no es por eso, sino por las que pasa en estas calles de Villahermosa cualquier “queda bien” que detenga ligeramente su vehículo para que otro conductor logre salir de un atorón o para que un peatón salga con vida --e ileso-- después de haber quedado atrapado a media rúa. Y es que no se la acaba uno. “¿Cómo que le vas a dar el paso a otro en perjuicio de mí, que vengo detrás de ti y que no puedo perder ni un segundo en el tráfico villahermosino?”.
Bueno, si usted lector, lectora, le ha cedido el paso a alguien alguna vez sabe bien de lo que escribo. Se lo acaban a uno a claxonazos, a acelerones, le encienden las luces altas, le manotean, y una vez que lo rebasan --porque ay de usted si no los deja que lo rebasen inmediatamente-- le echan cada mirada que para qué contarlo.
Aquí en Villahermosa está prohibido ceder el paso a otro. Ni lo ceden ellos ni permiten que usted lo haga, lector, lectora. Es como si uno insultara al que viene atrás y le diera todos los derechos para que le gritara a uno las cosas que se le vengan en gana (a esos no les importa que el otro conductor sea “Zeta” o no; con el volante en las manos esto les importa un bledo).
Aún así yo --ahora sí ya no sé si por educación o por simple terquedad-- sigo cediendo el paso al conductor que nadie deja circular y al peatón que está exponiendo su integridad física y su vida a media calle. Quizá un día --“eso ni lo digas”, me reconvendría mi madre, si viviera-- alguien se pase de los claxonazos, los acelerones, los encendidos de luz y saque un arma y me pegue un tiro. ¿Qué podemos hacer con tanto neurótico al frente de un volante? Pues manejar como ellos o ponernos a rezar. No hay de otra.
¿A usted lector, lectora, no le ha ocurrido que al asomar el pico para tratar de entrar a una calle donde otros tienen preferencia el conductor de un vehículo que viene todavía a distancia le mete a fondo el acelerador a su máquina, se pega al claxon, enciende y apaga las luces y con cara de energúmeno casi se avienta en contra suya sólo para frenar estrepitosamente de última hora? A mí ya me ha pasado varias veces. ¡Qué mala suerte la mía!, ¿verdad? Es como para decirle a uno “pinche güey, este es mi territorio y te puede llevar la chingada si te metes en él”.
Cuántas veces yo he decidido no poner mi direccional para evitar que el que viene atrás se dé cuenta y me impida dar una vuelta. O lo que ocurre con esos benditos taxistas y combieros que cambian de carril abruptamente y que tras rebasarte te dan un cerrón de esos y enseguida un frenón nada más porque un pasaje --que luego ni lo levantan, porque no va para donde ellos van-- les hace la parada.
Eso de las mujeres que se estacionan en doble fila en las escuelas, que les vale todo, que se distraen con frecuencia porque se están dando todavía los últimos retoques o porque no pueden ceder a la tentación de echarse una platicadita por celular, es lo de menos. Que se le meten a uno, que se le atraviesan, que sientan que siempre tienen la preferencia, ni en cuenta, porque esas van en lo suyo y no son neuróticas y por lo tanto no claxonean a uno, no le aceleran su motor y menos lo insultan (aunque no dejan de haber las que hacen gala de su muy linda boquita).
Ah, y ya no hablemos de esos padres de familia que a horas tempranas, pero tardes para ellos, van fletados a dejar a sus hijos a la escuela. A esos hay que dejarles libre el paso para que no se la refresquen a uno tan de mañana.
Y para qué le sigo, lector, lectora. Usted seguramente habrá pasado por las mismas o por muy parecidas, con su consiguiente recordatorio de diez de mayo y un buen coraje de a gratis.
Feliz domingo, y no lo olvide: por nada del mundo dé el paso a nadie en vía pública, digo, si es que no quiere que se la refresquen.
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