domingo, 18 de julio de 2010

Solo en Domingos: Francisco Peralta Burelo / Jul 18

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(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)

“Erase que se era…”

“Erase que se era un reino de un lejano país en donde aún no había cine ni televisión…”, podría comenzar la hipotética narración de un cuento de aquellos que las madres de entonces contaban a sus hijos pequeños antes dormirse (y precisamente para que se quedaran dormidos y entre dulces sueños los cubrieran con una sábana o les cerraran el pabellón).

Las versiones que las madres de entonces contaban a sus hijos pequeños eran las mismas que de niñas habrían oído de boca de su mamá --y a veces de su abuela--, aunque con las adaptaciones propias de la narrativa de cada una de ellas (o con las improvisaciones que tenían que hacer sobre la marcha a causa de naturales olvidos o de no haberse aprendido completamente el cuento).

Como entonces no había nada más que hacer que irse a dormir entrada la noche --cuando se apagaba el último quinqué encendido-- la madre tenía que meter a la cama a sus hijos pequeños y mantenerlos tranquilos en ella mientras el sueño les llegaba. Recurría al único recurso que estaba a su alcance: contarles cuentos (bien a ofrecimiento suyo o a petición de los pequeñines).

“Erase que se era…”, comenzaba siempre, para terminar con un “colorín, colorado, este cuento se ha terminado”, que ya algunos, sumidos en profundo sueño, ni siquiera escucharían. Antes del final el mismo estribillo: “y vivieron eternamente felices… y murió rodeado de sus seres queridos… y se casaron y tuvieron muchos hijos y nunca más se separaron…”

Príncipes, reinas, reyes, hadas madrinas, palacios, castillos, alfombras mágicas, encantamientos, lobos, brujas malas volando sobre escobas, doncellas, corceles, brebajes, ogros, malvados, buenos, dragones que arrojaban bocanadas de fuego, mendigos, esclavos, etcétera, eran los protagonistas de esos cuentos, llenos de fantasía, con los que las madres tranquilizaban a sus hijos pequeños y los inducían al sueño placentero.

Las madres se sabían muchos cuentos. El de Pulgarcito, el de El Gato con Botas, el de Simbad el Marino, el de Gulliver en el País de los Enanos, el de Blanca Nieves, el de Caperucita Roja, el de Pinocho, el de Alicia en el País de las Maravillas, el de El Príncipe Encantado, el de El Mago de Merlín, el de La Cenicienta, el de El Sastrecillo Valiente, el de La Lámpara de Aladino, el de Los Tres cochinitos, el de La Bella Durmiente, el de El Siete Leguas (o algo así, que era un gigante que recorría enormes distancias a grandes pasos gracias a sus botas mágicas).

Esos cuentos, más algunos leídos del libro de las Mil y una Noche, relatados por Sherezada, era común que los escucharan los niños y niñas que habitaban no en un reino de un lejano país, sino en el planeta Tierra, donde entonces no existía ni la televisión ni el cine… y aún no había nacido Walt Disney (ni menos habría formado éste su productora de películas cinematográficas).

Eran los tiempos de la narración oral, sin imágines de ninguna especie, de sólo echarle imaginación a las cosas y generar fantasías en la mente de los pequeños; de oír hablar de castillos, de reyes, de reinas, de brujas voladoras, de dragones, de príncipes y princesas, pero sin ninguna posibilidad de ver nada. Los mismos que con Walt Disney cambiarían radicalmente, dándole a aquellos cuentos otra versión, producto ésta de su adaptación cinematográfica.

Con Walt Disney Hollywood se apoderó de esos cuentos. A la narración le dio imágenes y aún le cambió el sentido a muchos de ellos. Surgió la versión hollywoodesca de La Cenicienta, de Pinocho, de Alicia en el País de las Maravillas, de Caperucita, y de tantas más. Para esto las madres dejaron de contarles esas historias a sus hijos a la hora de dormirlos.

Hace unos días leería por ahí --en mala hora no guardé la nota periodística-- que Walt Disney había “acabado” con los cuentos infantiles tradicionales al imprimirles el sello de su producción cinematográfica, en las más de las veces muy poco respetuosa de la versión original y casi siempre siguiendo la línea de la trama hollywoodesca. ¿Será así, o acaso lo contrario, pues de alguna manera no habría rescatado --y quizá hasta perpetuado-- esa expresión que de otra suerte podría estar condenada a su propia desaparición?.

Lo cierto es que ya los pequeños de hoy no escuchan de labios de su madre esos fantásticos relatos, que antaño hicieron volar la imaginación de millones de niños y niñas. Lo de Walt Disney podría ser lo de menos, o lo de más. ¿O no lo cree usted así, lector, lectora?.

fcoperalta42@hotmail.com

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