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Crisis mundial: ¿hay alternativas de solución?.
En los vaivenes de la economía internacional –de la que países como el nuestro somos espectadores- aún no dan “pie con bola” para enfrentar positivamente la recesión planetaria, que sacrifica crecientemente la forma de vida de la mayoría de los pobladores de la Tierra, muchos de ellos inscritos en territorios de países ricos, llamados del Norte.
Las últimas reuniones del G-20 (siete, más trece comparsas, con excepción del BRIC) discuten sin ponerse de acuerdo, acerca de mecanismos que mejoren las condiciones generales de la economía global, endeudada consigo misma. (Mario Lettieri y Paolo Raimondi) recogen cálculos de que para 2014, la relación entre deuda pública y PIB, de países del G20, promediará el 101,8%. El FMI es más drástico: llegará al 245% en Japón, 108 en Estados Unidos y 100% en la C.E.
Por razones financieras, la deuda pública absorberá volúmenes mayores de capital y ahorros. Los gobiernos entrarán en competencia con la banca internacional y corporaciones privadas, colocando obligaciones en los mercados globales. Mal momento para las inversiones productivas, motor real del crecimiento de la economía.
Dos mecanismos se analizan para reducir la deuda pública: a través de inflación “controlada” o los lastimeros recortes al presupuesto, que generalmente afectan inversión y empleo. Se dice que la primera opción podría provocar "nueva demencia ideológica". Tal afirmación requeriría amplia explicación; se entiende, viniendo de círculos de investigación neoliberal. Solo el buen uso de recursos, para provocar la recuperación de los mercados internos, podrá ir sacando a la economía globalizada de su postración. ¿De donde obtener tales requerimientos?.
Con la segunda, como lo demuestra la experiencia de los últimos 15 años (condonaciones fiscales, privatización, tratados de libre comercio -países pobres vs imperios- y otras operaciones contables) solo desmantelaron sectores económicos y destruyeron mercados internos, en la mayoría de los países, principalmente en los dependientes.
Se coincide, en dichos círculos, que –guardando proporciones de cada región o país- la salida fundamental de la crisis económica global -con manejo adecuado de la deuda- está en el crecimiento real del PIB. Para ello corresponde: una política de inversión a largo plazo en infraestructura, energía y para la modernización técnica. Precisamente por esto las CDP (Cajas de Depósitos y Préstamos Europeas) con capital de Dlls. un billón 300 mil millones, están empeñadas en una nueva estrategia mediante nuevos instrumentos de inversión.
Los presidentes de dichas Cajas (CDP) vilipendiaron hace semanas, los cambios estructurales (fiscales sobre todo) decididos por gobiernos europeos tras la reciente crisis del euro y su área de influencia. Los motivos pueden ser válidos, pero consideran: "tendrán efecto negativo en el crecimiento, y harán todavía más difícil el ajuste necesario, con el peligro de fuertes recortes a inversiones". Estiman: la "primera tarea …debiera ser el sostenimiento del crecimiento por un periodo largo."
Mientras ello ocurre, las guerras de intervención –OTAN-Imperio- siguen sangrando los presupuestos y a la juventud, sin los resultados en la economía, que alguna vez se adjudicó a las guerras localizadas, como promotoras del mercado interno de los países involucrados. Los resultados son raquíticos en lo interno, solo sirven a los “señores de la guerra” para apoderarse de recursos naturales de países invadidos; reanudar producciones de estupefacientes, que habían liquidado los movimientos sociales armados, hoy combatidos sin éxito.
Ello ocurrió en las últimas siete décadas. El periodista y escritor William Pfaff dedica su columna del “International Herald Tribune” (23 de junio) al "registro de guerras perdidas e intervenciones fracasadas de Estados Unidos". Allí observa: "En los 65 años pasados…los estadounidenses derrocharon más en gastos militares, que todo el mundo en conjunto, con intención declarada de pacificación y democracia global. Hicieron guerras en: Corea, China (a través de mercenarios del Kuomintang y tribus tibetanas), Cuba (con exiliados), Laos (grupos tribales), Vietnam, Camboya, Líbano, Libia, Irak (2 veces), Irán, Somalia, Afganistán (2 veces), Paquistán, Nicaragua ("contras"), Granada, Panamá, República Dominicana, Sudán, Kosovo (con OTAN). Estuvieron envueltos en golpes de Estado en Guatemala, Chile, Grecia y otros lugares. (…)”.
Confirma Pfaff: “El punto central de la lista es un hecho que nadie parece entender: se ganaron batallas, pero ninguna de esas intervenciones tuvo éxito en términos de objetivos… Las únicas victorias militares claras fueron: en Granada, contra…trabajadores de la construcción cubanos y en Panamá, donde, según estimaciones de Naciones Unidas, fueron asesinados 500 civiles para prender al presidente Manuel Noriega y juzgarlo en una cárcel de Miami…)". Vigoroso testimonio, sin filiación, a considerar precautoriamente.
Todos esos recursos, desperdiciados –favorecen a unas cuantas empresas armamentistas y aquellas que se apoderan de los recursos de los países invadidos- bien podrían servir para resolver ingentes requerimientos demandados, para el crecimiento económico y social sustentable, del Planeta. Por ejemplo, la demanda mundial de inversiones en energía (incluidas las alternativas), ambiente (considerando una producción agropecuaria sustentable) e infraestructura respetuosa del hábitat, es cuantiosa y creciente.
El Banco Mundial –sin considerar alternativas sustentables- calcula que para energía se requieren 26 billones de dólares de aquí al año 2030, con estimaciones de inversiones anuales de 40 mil millones de euros en infraestructura nueva (producción energética, telecomunicaciones y transporte) y 60 mil millones para mantenimiento y remplazo.
Si esas estimaciones son realistas y posibles de ejecutar, aumentará la demanda de productos de inversión a largo plazo y de riesgo menor, de parte de fondos de pensiones, aseguradoras, fondos soberanos y también de los pequeños ahorradores. Si desde el ángulo de la teoría económica hay esperanza de soluciones –sin cambio aparente de sistema- por el lado de la expansión imperial es cada vez más difícil.
Los esfuerzos negociadores –que inició México con el Tratado de Tlatelolco en los setenta del siglo XX- para un mundo libre de armas nucleares, debiera avanzar a un Planeta libre de armas de destrucción masiva, esas de que se acusó injustamente al régimen de Hussein en Irak, para privarle de la existencia. El movimiento internacional está en marcha, falta que los gobiernos se decidan a secundarlo, pensando en las condiciones de vida de las generaciones futuras.
Correo electrónico: V_barcelo@hotmail.com Centla, Tab. 18-VII-2010.
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