lunes, 12 de julio de 2010

Opiniòn: Vìctor Manuel Barceló R. / Jul 12

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¿Cómo y para qué conmemoramos las gestas patrias?.

Por disposición oficial, este año -2010- es el “Año de la patria”. Ocurre que se cumplen doscientos y cien años, del inicio de dos de las gestas fundamentales para la construcción del México moderno: la guerra de Independencia de España, en 1810 y el inicio de la Revolución Mexicana, un siglo después. La otra, sustancial para la conformación de nuestra nacionalidad, es La Reforma, en que bajo el conjuro de Benito Juárez y su generación, adquirimos como nación, identidades al interior y reconocimiento planetario. Conviene no soslayarlo para mantener integralidad en el análisis de nuestro proceso histórico.

Bajo el conjuro de las celebraciones se están realizando diversos actos, no todos plenos de realismo y muchos faltos de fervor patrio, que buena falta nos hace por estos tiempos. Así vemos: consignas para hacer obras conmemorativas municipales y estatales –no todas utilitarias, menos en atención a requerimientos ingentes de los pobladores- la realización de eventos “con bombo y platillo” referidos a momentos relacionados; publicaciones conmemorativas y hasta una revista-libro, “Viaje por la historia de México”, que es buena idea, si no contuviese veladas o claras interpretaciones históricas, que trastocan hechos, alteran circunstancias y pretenden dar giros hacia la derecha, en ambos movimientos. Aclaremos, su autor no es responsable visible.

Una frase coloquial afirma que “la historia la escriben los vencedores”. Sin duda esto es real, hasta que intervienen: la investigación documental, las interpretaciones apoyadas en diversas técnicas, científicas o que pretenden serlo y otras estrategias que se aplican en el apasionante campo que escudriña en el pasado, para entender el presente y prevenir –en lo posible- lo que pueda ocurrir en adelante.

Ya no será, entonces, resultado de apreciaciones subjetivas, sino producto de análisis provenientes de una perspectiva holística -historia de las civilizaciones e historia total- o su enfoque inverso -microhistoria-. En los dos sentidos, solo la información documental puede dar luces respetables para la interpretación de uno o varios acontecimientos. Pero dejemos esto para los especialistas y veamos un tema que nos interesa por su actualidad y penetración social.

La revista-libro mencionada arriba, está siendo profusamente repartida en la población. Bueno, como información del pasado nacional; malo, si soslaya hechos estelares de ese pasado, o los enmascara. Hay allí apreciaciones “ingenuas” que llevan a criterios distintos, de los que vienen formándose, en base a lo que conocemos de nuestros procesos históricos, de sus seres humanos –con sus virtudes y defectos, su luz y sombra-. Esto sobre todo, de aquellos que impulsaron cambios sociales, producto de movimientos armados, propuestas en la academia, la ciencia o la vida social.

No puede cambiarse la realidad a gusto del poder constituido. El pasado es uno y a su entendimiento se le pueden aplicar nuestras técnicas de investigación-análisis -provenientes de las ciencias sociales en general- pero no alterar, sin bases, lo acontecido, sobre todo sus consecuencias y relación con otros hechos estelares; por muy contrario a nuestras ideas, que pueda ser. La historia es ciencia, arte, no ficción.

La primera llamada de atención acerca del libro, se da desde la carta de envío –por cierto firmada por Felipe Calderón Hinojosa, en su calidad de Presidente de los Estados Unidos Mexicanos-. Allí se afirma que “La Independencia y la Revolución son los dos acontecimientos más grandes y más importantes en la Historia de México”. Aparte de una numeración innecesaria –habla de “dos” tras mencionar a dos- que no es un error gramatical solamente, sino una manera de dejar un mensaje subliminal en los lectores, hay un fondo muy delicado.

Habría de entenderse –por tanto- que los mexicanos del siglo XIX estuvimos peor que ahora. No solo no criticamos lo que ocurre, sino que además, no hicimos nada que valga la pena de contarse, en cuanto a la conformación de la patria. Ese es el saldo de una frase preparada con mucho cuidado, para provocar el impacto deseado: la Independencia, que fue culminada por criollos que buscaban el poder a toda costa y lo lograron de arranque; junto a la Revolución, mediatizada en su influencia popular, con los asesinatos de Zapata y Villa, para ser cooptada por grupos de la oligarquía norteña, son lo más relevante de la historia nacional. Verdad a medias que esconde un contexto ideológico fundamental, culminado a mediados del siglo XIX.

Por supuesto que ambos movimientos tuvieron su faceta de participación del pueblo en armas y de caudillos e intelectuales con un gran sentido de nación, cuyas ideas se plasmaron primero: en la Constitución de 1824 -que recoge mucho de los “Sentimientos de la Nación” de José María Morelos- aplicando el sistema federal, a la usanza estadounidense. Dicha Constitución es defenestrada por otros intentos de regir al país, como las llamadas “Siete Leyes” de corte centralista, que provocan escisiones graves entre territorios nacionales. Tal fue el intento de crear un país (“La República del Río Grande”) compuesto por Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y partes de la entonces ya República de Texas -17 de enero de 1840 hasta el 6 de noviembre del mismo año- durante el gobierno de Anastasio Bustamante.

Estas situaciones se repiten –de diversas formas- durante la primera mitad del siglo XIX, bajo gobiernos conservadores –antecedente de lo más radical del PAN- hasta que los liberales, bajo el comando recio e indomable de Benito Juárez, arrebatan con las armas el control del país a los grupos confesionales. Desesperados y vencidos, buscan un príncipe en Europa y se dejan engatusar por Napoleón el pequeño, quien resuelve un asunto de sucesión en el imperio austro-húngaro, enviando al hermano del emperador austriaco, como prospecto para crear un imperio en México, capaz de evitar el avance imperial de la Confederación estadounidense.

Mucho más podría decirse respecto a la perspectiva de que nuestro territorio pasara a ser parte de cualquiera de los imperios –ya habíamos perdido más de la mitad, en la más injusta de las guerras de intervención, con el naciente imperio estadounidense-. Ahora, se enquistaba un descendiente imperial europeo, cuando en el Norte de América se gestaba una guerra de secesión, que dejaba camino libre a otros intereses. Juárez aprovecha –su tozuda genialidad- el conflicto entre intereses imperiales y negocia recursos con Estados Unidos.

Un punto oscurecido de esa acción merecería un análisis más profundo: El Tratado Mac Lane Ocampo, aprovechado por la derecha para acusar al movimiento juarista de entreguismo a los gringos. Nada más falso; leamos a Agustín Cué Cánovas y a otros, o las cartas entre Don Benito y su representante diplomático en el imperio: jamás hubieran aprobado en el Congreso Imperial un acuerdo que fortalecía al sur, en pié de g uerra con el Norte de Lincoln. Fue, al final de cuentas, una “jugada” diplomática a la alta escuela.

Pero lo estelar de ese medio siglo XIX está en la tarea de titanes de la “Generación de la Reforma” encabezada por Juárez, que legisló (Leyes de Reforma), convenció (en periplo territorial en lucha) –viniendo de cero- y armó el rompecabezas de la nación, para entregárnosla con un diseño moderno. Allí se superaron oscurantismos, crearon instituciones civiles, conformaron identidades –al menos la puerta para que éstas se concretasen en algunos casos- y, sobre todo, enseñó a defender la soberanía nacional, aún en las peores condiciones políticas, económicas y sociales, respetando la de los demás pueblos de la Tierra.

Si este tipo de precisiones falta, en la presentación de un libro, el demérito es grande. Penoso para maestros de escuelas oficiales –en todos sus niveles- y de privadas que piensen en el país, tener que hacer aclaraciones, en vez de aprovechar el enorme gasto de la publicación, en experimentar con nuestra niñez y juventud, no solo fervor patrio, sino esperanza en que así, como salimos de otros momentos tensos y dolorosos como nación, saldremos de éste. Si bien sólo en manos más diestras, menos entreguistas, más apegadas a las esencias de lo mexicano; logrado con tanto fervor, sangre y dolor de nuestros ancestros y el sufrimiento de nuestra generación.

Correo electrónico: v_barcelo@hotmail.com Villah. Tab. 11-VII-2010.

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