domingo, 14 de marzo de 2010

Sólo en domingo: Francisco Peralta Burelo /Mar 14

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fcoperalta@hotmail.com
(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)

¿Por qué no programarse para vivir noventa años?

Es un decir, claro, que alguien se programe para vivir determinada cantidad de años. Sí, por que como suele afirmarse, nadie tiene comprada la vida y eso de que se haga larga o se vuelva corta de nadie más depende que de Dios.S

in embargo hay muchos que se programan para vivir equis años. No sé: cincuenta, sesenta, o inclusive más. Unos dirán “a mí me gustaría vivir tantos años”, otros “yo espero vivir muchos años”, algunos más dejarán esto a la divinidad: “viviré lo que Dios quiera”, quizá, los menos sí se programen para llegar a determinada edad.

Antaño, cuando la expectativa de vida era baja en Tabasco, mucha gente pensaba en poder vivir cincuenta años, o un poquito más, suficiente, se decía, para hacerse viejo y ver crecer a los nietos. Pocos creían estar en posibilidad de permanecer mayor tiempo sobre la faz de la tierra (éstos más bien por descender de padres, abuelos o familiares longevos, caso que desde luego no era el de quienes vieron morir todavía jóvenes a sus ancestros).

Y de alguna manera entonces se programaba la vida para cincuenta años (o acaso para sesenta o setenta), tiempo durante el cual se vivía. Lo demás se tomaba “por ganancia” o “por gracia divina”. Y la gente, inclusive, cuando sentía que estaba por llegar al medio siglo arreglaba sus cosas (heredaba a sus hijos) y se preparaba para lo inevitable.

Yo recuerdo a un tío mío, el doctor Otto Wolter Hayer, que solía decir que él estaba programado para vivir sesenta años (vivió cerca de diez años más), esto en razón de la herencia familiar y de otras circunstancias genéticas que ya he olvidado. Y podría citar otros casos semejantes, cuyo límite sería el medio siglo de existencia.

Al paso del tiempo, con un Tabasco menos insalubre, con una medicina que ya casi cura todo y que consigue prolongar la vida, y con vaya uno a saber cuántas cosas más, la expectativa de vida mejoró en esto que se dice es nuestro edén. Hoy un buen porcentaje de tabasqueños vive más que lo que en promedio se vivía antes: setenta, ochenta años (y sin tantos achaques como antaño, aunque ahora los fastidien los triglicéridos, el colesterol, la hipertensión, el azúcar, etcétera, pero con la ventaja de que todos esos padecimientos son controlables y que con una buena atención y un buen cuidado no matan).

Bueno, pues yo fui de los que siendo joven programó su vida para cincuenta años --porque de niño me di con que a esa edad eran viejos los hombres y la mujeres y muchos estaban en malas condiciones de salud y ya casi de salida--. Cuando ajusté medio siglo me reprogramé para vivir setenta años, setenta y cinco, ochenta, si bien me iba. Y hasta hace unos días, cumplidos los setenta y un años, me dije que por qué no reprogramarme nuevamente, ahora considerando llegar a los noventa años o cuando menos acercarme a ellos lo más que se pudiera.

Lo que me hizo caer en está reprogramación fue algo que no solamente no pensé mucho sino que se presentó de repente. Me explico, lector, lectora. Al volante de mi camioneta circulaba por Villahermosa cuando observé que por la puerta del conductor de un pequeño auto compacto salía una persona de más de un metro ochenta centímetros de estatura, de complexión robusta, sin canas ni calvicie, que lograba erguirse sin mayor dificultad (pese a que esos vehículos traen sus asientos casi a nivel de piso) y que luego caminaba a buen paso hacia la entrada de una pastelería. Pronto pude percatarme que se trataba de don Juan Puig Palacios. “Doctor, ¿ya noventa años?”, le preguntaría desde cierta distancia. “me faltan todavía tres; llevo ochenta y siete”, me respondería

“Qué bien está el doctor a sus cerca de noventa años”, me dije. Conduce su vehículo, camina sin dificultad, conserva la figura, atiende su consultorio médico, luce saludable, se vale por sí mismo. “No, pues tengo que reprogramar mi tiempo de vida; debo dejar de pensar sólo en setenta y tantos años”, sopesé. Y desde luego tomé la decisión de imitarlo (o cuando menos de tratar de hacerlo). Si él puede, ¿por qué yo no?

El día de hoy ya estoy reprogramado: voy por los noventa años, y no por los setenta y tantos. ¿Conseguiré vivir todo ese tiempo?. Bueno, eso no dependerá de mí sino de Dios, pero por ganas de parte mía no quedará.

Y hasta el domingo próximo, Dios mediante.

P.D. El miércoles entrante don Dunstano García, un amigo muy querido por mí, estará cumpliendo noventa y cuatro años de edad, motivo por el que su esposa, sus más de doce hijos, sus ochenta y tanto nietos y su veintena de bisnietos lo agasajarán con una riquísima comelitona. Un abrazo para él.

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