Lunes, 6 de febrero de 2017 - 4:11 am
Publicado en el DIARIO DE YUCATÁN
Don Pedro le ha dedicado al oficio de bolero más de 50 años. “Nací y viví toda mi vida en la ciudad de Mérida, tengo 65 años y desde los 15 he estado boleando, empecé porque mi familia no tenía el dinero para costear mis estudios así que vendí de todo, como empanadas, salbutes y panuchos. En los fines de semana tomaba la caja de mi papá y me dedicaba a bolear los zapatos de las personas que iban a los cines, me ponía a las afueras del Cinema Fantasio o el Cantarell y hacía mi trabajo por solo 10 centavos”, nos comentó.
Contamos la historia de algunos boleros de zapatos que nos transportaron a través de sus recuerdos, dejándonos conocer desde diferentes vivencias la crónica de su noble oficio. A través de los años se han convertido en parte representativa de los parques del centro histórico de Mérida y de la cultura de los yucatecos.
Un día en la vida de un bolero
Un día en la vida de quienes desempeñan este oficio empieza a muy tempranas horas de la madrugada, algunos se levantan a las cuatro de la mañana, pues viajan desde comunidades o pueblos aledaños.
Otros tienen establecida su rutina de cada día como Don José, “Soy bien tempranero a las cinco ya estoy de pie, me cambio y desayuno mi café con pan mientras enciendo mi radio, vivo en Mérida ahí por Juan Pablo, así que cuarto para las seis voy a tomar mi camión para llegar al centro, mi base es la Plaza Grande y como ya tengo mi lugar solo instalo todo, tengo clientes que siempre vienen a que les bolee sus zapatos o a platicar conmigo, hay uno al que le digo don Manuelito siempre me trae una torta y también trae la suya para que comamos en lo que lee el periódico, luego vienen otros y me encargan zapatos, más que mis clientes hay quienes son mis amigos desde hace años”.
A través de los años algunos boleros conocieron a personajes representativos del estado, como al cantautor yucateco Armando Manzanero o al ex gobernador Víctor Cervera.
Entre saludos, charlas y confidencias su día transcurre, en ocasiones se toman un breve descanso para comer algo. En punto de las cinco de la tarde antes de que el sol se oculte recogen y limpian su lugar dejándolo todo listo para el siguiente día.
¿Por qué decidieron dedicarse a este oficio?
Algunos oriundos del estado y otros provenientes de diferentes lugares del sureste, se han unido a este tradicional oficio por diferentes causas. Para Don José Luis la necesidad familiar fue el principal motivo.
“Comencé a trabajar de bolero cuando tenía 14 años, mi papá nos abandonó y mi madre no estaba acostumbrada a trabajar, pero tenía ocho hermanos que mantener y como el mayor me correspondía asumir el papel de jefe de la casa”, nos narra mientras sujeta su trapo con fuerza tratando de quitarle una raspadura a un par de zapatos que le encargaron.
Hay quienes se vieron en la necesidad de encontrar un trabajo al ver que su oficio quedaba obsoleto con la innovación tecnológica.
“El oficio de bolero lo empecé a practicar cuando tenía 10 años se aprende sobre la marcha, compre mi cepillito y mi caja empeñando algunas alhajas de mi mamá, pero no siempre me dediqué a esto mi padre era pulidor de pisos y herede su oficio, pero de pronto empezaron a llegar pisos que no necesitaban pulirse como la cerámica, entonces muchos de nosotros nos quedamos sin trabajo, en la desesperación y con la responsabilidad de alimentar a mis hijos fui por mi cajita y salí a las calles”, nos narró don Armando.
Para algunos de ellos la vida no ha sido fácil se han enfrentado a un panorama adverso, sin embargo han sabido anteponerse a las dificultades encontrando en el oficio de bolero una forma de apoyar económicamente a sus familias.
“Uno de mis hijos se graduó de Economía y de aquí salió, tengo 20 años dedicándome al oficio y entre mutualistas y darle duro a la chamba se pudo graduar hace dos años” nos contó Don José lleno de orgullo.
Retos del oficio.
En cuanto a los retos y dificultades que enfrentan en su oficio algunas veces los problemas recaen en el proceso de toma de decisiones.
“Mucha gente no sabe que somos muchos, actualmente hay 48 de nosotros y tenemos un líder que elegimos para que nos represente con los patrocinadores, pero es muy difícil que todos elijamos lo mismo porque algunos son más cerrados que otros, todos pensamos de forma muy diferente y se vuelve un relajo”, agregó Don Pepe.
Todos los boleros de zapatos del centro de Mérida son integrantes del “Grupo de Aseadores del Estado de Yucatán” y actualmente están conformados por 48 personas distribuidas en el centro histórico. Al mes pagan por derecho de piso 200 pesos, también cualquier miembro nuevo debe someterse a un consenso y tener recomendaciones por parte de los integrantes del grupo.
La cantidad de miembros es también un reto si se considera el mercado de trabajo, lo que ocasiona demasiada competencia entre ellos.
A pesar que en el principio las circustancias fueron complicadas, no se arrepienten de su oficio y encontraron en él más que una manera de solventarse económicamente y se convirtieron en parte de la cultura de los yucatecos, de su identidad y de la Plaza Grande.
Don Pedro le ha dedicado al oficio de bolero más de 50 años. “Nací y viví toda mi vida en la ciudad de Mérida, tengo 65 años y desde los 15 he estado boleando, empecé porque mi familia no tenía el dinero para costear mis estudios así que vendí de todo, como empanadas, salbutes y panuchos. En los fines de semana tomaba la caja de mi papá y me dedicaba a bolear los zapatos de las personas que iban a los cines, me ponía a las afueras del Cinema Fantasio o el Cantarell y hacía mi trabajo por solo 10 centavos”, nos comentó.
La primera parte del proceso: Bolero limpiando los zapatos de un cliente.
Fotografía de Jennifer Alcocer
Contamos la historia de algunos boleros de zapatos que nos transportaron a través de sus recuerdos, dejándonos conocer desde diferentes vivencias la crónica de su noble oficio. A través de los años se han convertido en parte representativa de los parques del centro histórico de Mérida y de la cultura de los yucatecos.
Un día en la vida de un bolero
Un día en la vida de quienes desempeñan este oficio empieza a muy tempranas horas de la madrugada, algunos se levantan a las cuatro de la mañana, pues viajan desde comunidades o pueblos aledaños.
Otros tienen establecida su rutina de cada día como Don José, “Soy bien tempranero a las cinco ya estoy de pie, me cambio y desayuno mi café con pan mientras enciendo mi radio, vivo en Mérida ahí por Juan Pablo, así que cuarto para las seis voy a tomar mi camión para llegar al centro, mi base es la Plaza Grande y como ya tengo mi lugar solo instalo todo, tengo clientes que siempre vienen a que les bolee sus zapatos o a platicar conmigo, hay uno al que le digo don Manuelito siempre me trae una torta y también trae la suya para que comamos en lo que lee el periódico, luego vienen otros y me encargan zapatos, más que mis clientes hay quienes son mis amigos desde hace años”.
A través de los años algunos boleros conocieron a personajes representativos del estado, como al cantautor yucateco Armando Manzanero o al ex gobernador Víctor Cervera.
Entre saludos, charlas y confidencias su día transcurre, en ocasiones se toman un breve descanso para comer algo. En punto de las cinco de la tarde antes de que el sol se oculte recogen y limpian su lugar dejándolo todo listo para el siguiente día.
¿Por qué decidieron dedicarse a este oficio?
Algunos oriundos del estado y otros provenientes de diferentes lugares del sureste, se han unido a este tradicional oficio por diferentes causas. Para Don José Luis la necesidad familiar fue el principal motivo.
“Comencé a trabajar de bolero cuando tenía 14 años, mi papá nos abandonó y mi madre no estaba acostumbrada a trabajar, pero tenía ocho hermanos que mantener y como el mayor me correspondía asumir el papel de jefe de la casa”, nos narra mientras sujeta su trapo con fuerza tratando de quitarle una raspadura a un par de zapatos que le encargaron.
Hay quienes se vieron en la necesidad de encontrar un trabajo al ver que su oficio quedaba obsoleto con la innovación tecnológica.
“El oficio de bolero lo empecé a practicar cuando tenía 10 años se aprende sobre la marcha, compre mi cepillito y mi caja empeñando algunas alhajas de mi mamá, pero no siempre me dediqué a esto mi padre era pulidor de pisos y herede su oficio, pero de pronto empezaron a llegar pisos que no necesitaban pulirse como la cerámica, entonces muchos de nosotros nos quedamos sin trabajo, en la desesperación y con la responsabilidad de alimentar a mis hijos fui por mi cajita y salí a las calles”, nos narró don Armando.
Para algunos de ellos la vida no ha sido fácil se han enfrentado a un panorama adverso, sin embargo han sabido anteponerse a las dificultades encontrando en el oficio de bolero una forma de apoyar económicamente a sus familias.
“Uno de mis hijos se graduó de Economía y de aquí salió, tengo 20 años dedicándome al oficio y entre mutualistas y darle duro a la chamba se pudo graduar hace dos años” nos contó Don José lleno de orgullo.
Retos del oficio.
En cuanto a los retos y dificultades que enfrentan en su oficio algunas veces los problemas recaen en el proceso de toma de decisiones.
“Mucha gente no sabe que somos muchos, actualmente hay 48 de nosotros y tenemos un líder que elegimos para que nos represente con los patrocinadores, pero es muy difícil que todos elijamos lo mismo porque algunos son más cerrados que otros, todos pensamos de forma muy diferente y se vuelve un relajo”, agregó Don Pepe.
Todos los boleros de zapatos del centro de Mérida son integrantes del “Grupo de Aseadores del Estado de Yucatán” y actualmente están conformados por 48 personas distribuidas en el centro histórico. Al mes pagan por derecho de piso 200 pesos, también cualquier miembro nuevo debe someterse a un consenso y tener recomendaciones por parte de los integrantes del grupo.
La cantidad de miembros es también un reto si se considera el mercado de trabajo, lo que ocasiona demasiada competencia entre ellos.
A pesar que en el principio las circustancias fueron complicadas, no se arrepienten de su oficio y encontraron en él más que una manera de solventarse económicamente y se convirtieron en parte de la cultura de los yucatecos, de su identidad y de la Plaza Grande.
“No me arrepiento de nada de lo que hice, si no hubiera hecho esto no sé dónde estaría ahora y pues gracias a Dios hay trabajo”, agregó don Pedro para finalizar.
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