(Publicada en el Diario Tabasco Hoy)
Una paráfrasis circunstancial
Recuerdo de hace muchos años un pequeño verso de Gerardo Rivera: “Mi palabra –escribía Gerardo es como el látigo del capataz: nunca se cansa”. La cito con un dejo de sentimiento porque mi trabajo de periodista me hace usar diariamente las palabras para denunciar lo que a mi juicio de ciudadano está torcido.
Hoy –lamentablemente- no habrá denuncia. Me concretaré a escribir de los sentimientos de un hombre que procura, dentro de la mínima rendija que le dejan los imbéciles, reseñar la muerte de “Coqui”, su hermosa “cocker spaniel”, su compañera por casi trece años, que ayer jueves jugueteando después de mediodía, palmó para siempre.
Usted, en la intimidad de su casa podría comentarle a quien tenga más a la mano: “Y este buey que se trae? Le obsequian en su periódico un espacio de apenas 575 palabras y las desperdicia relatando la vida de una perra”. Quizá usted tenga razón… a medias. Quizá usted no entienda que a un perro se le llega a amar como un hijo.
“Coqui” fue –para empezar- hermana de Carlos Eduardo, Gustavo Adolfo, de Ximena y de Itzia Sofía. Todos los días a las seis de la mañana, con su primer ladrido de impaciencia, correteaba a los gatos de Tilita, mi vecina. Mi primer homenaje era bajarla de la azotea y soltarla para que en la privada donde vivo, quemara energía corriendo, corriendo, siempre corriendo.
A la hora del desayuno o la comida, malcriada como ha sido este su servidor, se echaba a sus pies plácidamente. No molestaba, sólo dormitaba dando pequeños ronquidos.
Quizá soñaba en vastas praderas celestiales donde poder correr. A la hora que éste columnista se ponía a escribir el DOBLE FILO, de nuevo, ahí estaba echada a sus pies. Qué hermosa era mi “Coqui”.
Qué hermosa fue aún en su muerte. Con sus ojitos cerrados para siempre, la depositó, acompañado de Ximena, mi “Benjamina”, en su cajita. Está a la espera que eche sobre ella los últimos palmos de tierra. Quizá usted lector, lectora, que vive con la adrenalina de la política, no entienda hoy el dolor que sacude mi ser. Es muy grande.
Mis pies ya no sentirán su reconfortante calor de perra cariñosa porque partió para el éter. Debe haber para ella un cielo nuevo donde ladrará incansablemente a las nubes, a los ángeles perro, aunque por hoy y para siempre –materialmente descansará en un pequeño espacio de tierra.
Su cuerpo aún caliente se mimetizará y tornará a ser polvo. Se olvidará que un día como ayer su vida fue segada por la imbecilidad de un irresponsable camionero. Que vacío deja en nosotros mi pequeña perra.
Una cosa sí te aseguro, adorada “Coqui”: junto a mis hijos y mi Toña, alguna vez más temprano que tarde, seremos junto a ti el abono para que los rosales, los crisantemos y los narcisos del futuro sean más rozagantes y lozanos.
Y en el plano amoroso, -¡cochina!- fui testigo de tus amores, junto a Lorena del Carmen, con el “Patas”, que te fue llevado a domicilio. O con el “Bobby”, alguna vez el orgullo canino-nepotista de Rubén Arnaldo de Jesús Arceo. ¡Te querré siempre, “Coqui”!…
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