Un huélum que erizaba la piel
La de ayer fue una marcha distinta. Sin encapuchados, sin bombas molotov ni cohetones... sin la basura que dejan al paso.
Pascal Beltrán del Río 01/10/2014 02:47 / Publicado en el Diario Excélsior
Llevo años de ver pasar manifestaciones desde la ventana de mi oficina. Las he visto grandes y pequeñas. La de ayer, lo supe muy pronto, era digna de hacerse notar. Y hacer historia.
No era solamente el gran número de participantes. Era, sobre todo, su calidad.
Durante las cerca de tres horas que pasaron los estudiantes por la Esquina de la Información, en Paseo de la Reforma y Bucareli, no escuché una sola mentada de madre. No vi una sola pinta en los alrededores. No supe de un solo negocio saqueado.
La de ayer fue una marcha distinta. Sin encapuchados, sin bombas molotov ni cohetones ni resorteras, sin camiones de acarreados, sin la basura que suelen dejar a su paso los manifestantes.
Chavos muy jóvenes, ordenados por escuela, credencial en mano. No puedo hablar por ellos, pero se veían absolutamente convencidos de la necesidad de estar ahí, en la calle.
Tampoco puedo juzgar sus demandas. No alcanzo a ver las implicaciones de los cambios que provocaron la protesta.
Lo que puedo decir, sin titubeo alguno, es que la actitud que mostraron ayer los miles de politécnicos que salieron a marchar fue impecable, ciudadana, ejemplar.
Hace rato que no veía una protesta en la que los mirones se involucraran, alentaran.
La llegada de la manifestación ocurrió a la hora en que había salido a comer. Cuando iba de regreso a la redacción, el entronque estaba cerrado.
Los estudiantes estaban sentados en la calle, reunidos en grupos. Algunos volteaban hacia la megapantalla deExcélsior Televisión y al ver que la cámara los tomaba, aplaudían.
Una de las primeras cosas que me llamó la atención fue la ausencia de policía en la calle. Era obvio que no hacía falta.
Otra ausencia fue la de las viejas y gastadas consignas de las marchas. Esas fueron sustituidas por otras, frescas e ingeniosas.
Era una marea guinda que, de cuando en cuando, estallaba en un huélum ensordecedor, que erizaba la piel.
Pasadas las seis de la tarde, ocurrió algo a lo que sólo se puede regatear el calificativo de histórico si uno es muy mezquino.
Desde un templete instalado frente al emblemático Reloj Chino de Bucareli, Miguel Ángel Osorio Chong salió a dialogar con los manifestantes.
¿Cuándo se ha visto que una marcha multitudinaria pueda tener un diálogo en plena calle, civilizado, con el responsable de la política interna del país?
¿Podría haber dialogado así Luis Echeverría con el Consejo Nacional de Huelga en 1968?
¿Hubiera salido de su despacho Mario Moya Palencia para calmar de esa manera los ánimos en 1971?
¿Lo hubiera hecho Manuel Bartlett —transformado hoy en figura de la izquierda— con el Consejo Estudiantil Universitario en 1987?
¿Alguno de ellos se hubiera atrevido a leer el pliego petitorio de los estudiantes desde un templete, como lo hizo ayer Osorio Chong?
Quizá debieron hacerlo.
Debajo del México bronco, que supura resentimiento por las heridas, hay un México ciudadano que no confunde la protesta con la descortesía, que no revuelve el diálogo con la claudicación.
Ayer ese último México se dejó sentir. Limpio, como el cielo de la ciudad.
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