sábado, 4 de junio de 2011

Doble Filo: Homero T. Calderón / Columna / Jun 04

(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)

¿Cómo no te voy a querer?

Allá por los años 50 del siglo XX pasado, entre la niebla del tiempo marqué mis pasos por la escuela secundaria. Recuerdo de aquel tiempo a más de una treintena de ex compañeros de aula en la ya legendaria "ESMAC" (Escuela Secundaria "Manuel Avila Camacho" en ciudad Mante, Tamaulipas): Arturo Carrillo Bucaram, hoy próspero empresario industrial en la ciudad texana de Houston; Blanquita Morales y Pilar Rodríguez, ambas hermosas sílfides; Víctor Reyes Banks, arquitecto dedicado a sembrar arroz en Emiliano Zapata, Tabasco, en fin, muchísimos nombres que se arremolinan aún en mi cabeza blanca, que ya rebasó las seis décadas.

Recuerdo la clase de Lengua y Literatura españolas, hoy huevonamente conocida como "español". Hoy los maestros de esa asignatura adolecen de pereza mental, de motivación para pronunciar solemnemente "Lengua y literatura españolas", por eso sólo dicen "español". Nos impartía esa asignatura un impresionante e impecable –hasta en su manera de vestir- maestro de unos 1.98 de estatura: don Víctor Manuel López Medina.

Don Víctor Manuel era de origen colombiano, concretamente de Barranquilla. Era tal su sabiduría que desde que llegaba al salón, no lo perdíamos de vista. Hablaba un perfecto español. Conocía la gramática con esa excelencia de los que dedican su vida a perfeccionar el lenguaje. Usaba un pseudónimo extraño ("Veemeleme"), sin embargo adoré hasta ahora su manera práctica para que nosotros, sus montaraces alumnos, aprendiéramos el idioma.

No sé si este su servidor le haya aprendido algo, pero con la sabia distancia que nos da el tiempo, creo que "Veemeleme" me hizo un hombre de provecho.

Recuerdo que nos pasaba al frente del salón y nos hacía leer y leer. Quien no tenía errores en la lectura, sumaba puntos que el jefe, o la jefa de grupo apuntaba celosamente y si después de diez sesiones de lectura no fallábamos, podríamos acceder a un mítico club de lectura. Obviamente, todos aspirábamos a estar en ese quimérico club.

Recuerdo que una vez nos hizo investigar sobre los cuentos tradicionales mexicanos. Me puse a machetear de inmediato y me encontré uno que a mi en lo personal no me gustó, pero a él sí. Hablaba éste de un mexicano de "equis" ranchería, que sustentaba la seguridad de su familia y su hato de cabras en un perro, el "Cachimbas".

Este era lo que se llamaba un auténtico cazador de cabezas. Coyote que se acercaba, coyote que salía sin "aquellito" o –mínimo- "desorejado". Pasaron los años y el "Cachimbas", así como el "Doblefilo", perdieron facultades.

Su olfato ya no le daba para sentir la cercanía de los depredadores salvajes.

Obviamente, el cabrero entendió que era necesario cambiar a su perro guardián. Y lo cambió por dos cachorros del "Cachimbas", el "Sacatiras" y el "Sacatrapos", que pasado el tiempo, ya ni volteaban a ver a su pobre padre. Así pasaba los días el pobre perro. Nadie le daba ya como antes de comer ni de beber; ya no ladraba, ni tenía motivo para hacerlo (Como cuando te quitan el "chayo" en Plaza de Armas).

Se la pasaba echado. Ya no les ladraba a las gallinas ni a sus pollitos que le pasaban por encima sin que siquiera gruñera.

Sus dientes y colmillos antes afilados y poderosos, eran hoy de una completa vergüenza. De viejas batallas todavía enseñaba algunos "relingos" de piel, pero sus dientes ya no poseían el poder de antaño.

La historia sin embargo, es muy cabrona. Una noche, a eso de la madrugada, cuando ni las cigarras hacen ruido; mientras el "Sacatiras" y el "Sacatrapos" andaban de "guzgos" detrás de las perrillas del rancho, un olor a coyote pasó una y otra vez por las maltratadas narices del "Cachimbas".

Quiso alertar a sus cachorros, decirles que cumplieran con su deber de guardianes pero estos, en medio de la calentura cánida de esa noche de canícula, ni se enteraron. "Cachimbas" supo que ya no tenía fuerzas para enfrentar a la manda de coyotes que querían llevarse las chivas de su patrón.

Pero desde lo más hondo de su impotencia, desde la entraña más escondida el deber lo conectó con algún instinto, alguna facultad perdida le regresó para cumplir con su deber de perro guardián y ladró. Quizás fueron sus últimas fuerzas pero ladró. No podía hacer más. El patrón y su mujer, alertados por los ladridos del "Cachimbas", dispararon la vieja escopeta y los coyotes –ahuyentados- se escaparon entre el monte. El viejo patrón tuvo que entender que "Cachimbas" todavía podía poner con los pies en polvorosa a los coyotes.

Su primera orden fue: "Vieja", el "Cachimbas" aunque está ya muy viejo, todavía puede. Dale ahorita mismo un premio. Hazle una tortilla gruesa que es la que más le gusta. Ha hecho un trabajo de primera, como solo un perro como él podría haberlo hecho. ¿Cómo no te voy a querer, mi perro viejo, si todavía sigues siendo el mejor"…

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