(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)
Para Ximena e Itzia Sofía; también para Elvira Aguilar…
Mi vida personal podría haber sido completamente dichosa si en México, mi patria originaria, no tuviera tanta desigualdad. En un universo de poco más de cien millones de mexicanos, más de la mitad han caído en pobreza extrema. Ello me hace infeliz. Sin embargo, a la hora que aparecen las depresiones, algo me rescata. Echo la memoria en retrospectiva. Me hago preguntas. Trato de ser autocrítico. Ello lleva mi pequeña barcaza existencial a dos pequeñas islas de salvación: una hermosa historieta creada por el primer mago que apareció en mi existencia a los tres años de edad –Lewis Carroll- y otro mago más, Felipe Calderón Hernández, mi abuelo materno.
Cuando la depresión por vivir en un país convulsionado por la corrupción y la desigualdad me llega, la magia de mis recuerdos me salva de morir.
Hacia 1951, mi señor padre, recuerdo, había cobrado su sueldo de obrero en el Ingenio -la fábrica de azúcar de ciudad Mante- y se dirigió a adquirir el diario, no recuerdo si “El Mundo” o el Sol de Tampico. En esos diarios habría trabajado como reportero mi amigo Salvador Antillón Fernández. Mientras mi padre compraba el diario, mis ojos no se apartaban de los dibujos de la portada de la historieta “Las Aventuras de Alicia en el país de las maravillas”. Mi papá, en un gesto de amor me preguntó, ¿si te gusta?, llévatela.
¿Qué podría responder un niño que no sabía leer ni escribir de tres o cuatro años? Le dije que sí, y ya en casa la revista roló entre mis primos y primas hasta casi desaparecer por los sudores de todos. “Alicia en el país de las maravillas”, magia pura en la primera infancia. El “Conejo blanco”, “el sombrerero”, “el Gato de Cheshire”, “la Reina de corazones”. Quien haya tenido en sus manos ese adorable cuento de Carroll nunca podrá olvidar ni su origen ni su esencia. Bastará con apretar el botón de plata de la imaginación para volver a caminar por esos hermosos senderos de los Elfos y volver a ser niño…
LA MAGIA DE LA ARQUITECTURA
La vida me ha hecho un ser humano que adora donde vive; que adora a sus amigos a los que cultiva minuciosamente. ¿Quién le dio estas dotes mágicas a este su servidor?: un oficio hermoso y noble: la arquitectura. En alguna etapa de mi vida dediqué mis mejores afanes a este oficio que se aprende, se ejecuta como si el arquitecto con sólo la varita mágica de su sensibilidad e imaginación, su técnica, hace felices a millones de seres.
Supe del intento, que debe haberse llevado a cabo ayer viernes, de proponer el pleno de asistentes a la LXXXIX (88) Asamblea Nacional de la Federación de Colegios de Arquitectos de la República Mexicana, de la llamada “Carta de Villahermosa”, que en los hechos y el tiempo recupera el espíritu de la “Carta de Atenas”, suscrita en 1931 por los genios Jean Luis Sert y Jean Pierre Janeret.
¿Qué pedía la “Carta de Atenas”? Pedía que los arquitectos de todo el mundo se ocuparan de procurar viviendas dignas a los pobres en espacios urbanos generosos tomando en cuenta el clima, la luz solar y los espacios verdes tan necesarios para que el individuo creciera y se desarrollara como auténtico ser humano. A 80 años de aquellos sueños, los arquitectos mexicanos reunidos en la 88ª. Asamblea, reinsertarán en el tiempo otra carta de intención como la malograda “Carta de Atenas”. Por qué otra Carta? Porque los arquitectos le fallamos a los que menos tienen. Nunca les dimos una vivienda digna y si caímos en manos de los especuladores inmobiliarios.
Los arquitectos nos aburguesamos. Hicimos ciudades radiantes con hermosas avenidas y barrios residenciales sólo para los ricos y su juguete preferido: el automóvil. ¿Y los barrios para los pobres? Se pospusieron. Recientemente en Villahermosa, la famosa Canadevi y sus adláteres, los negociantes de vivienda, ¡trataron de hacer casas de 32 metros cuadrados y una altura de apenas 2 metros 40 centímetros! ¿No es esta una mentada de madre a las intenciones y genio de Sert y Le Corbusier? La Carta de Villahermosa me parece que es un Mea culpa. Pero nunca es tarde para volver a empezar. Finalmente, los arquitectos nunca dejaremos de tener una deuda impagable con los más jodidos. La carta que cito es –desgraciadamente- la suma de errores de casi cuatro generaciones que aceptan que fallaron. Ojalá que no sea demasiado tarde…
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