El centenario de una revolución inconclusa. (Parte III)
La revolución que estalló en 1910, en México, tuvo diversas razones que dieron impulso a su origen, eminentemente político –ver el “Plan de San Luis” de Madero- y la socializaron. Estas son tanto internas como externas. Sobresale, en lo interno, la condición de pobreza, miseria y semiesclavitud, de la mayoría de trabajadores del campo y de la incipiente industria capitalista, bajo control externo -donde se dieron los acontecimientos, acallados en sangre, de Río Blanco y Cananea-.
La economía porfiriana se conformó con inversiones en áreas que servían a intereses de los imperios, disputándose el control del país. Por tanto, el empleo no progresó, creciendo el desempleo; la inversión sirvió para redes ferrocarrileras, de centros de producción de materias primas rumbo a puntos fronterizos, y en el control de dichas materias primas, para encausarlas a las preferencias del capital extranjero.
Las razones externas son visibles, en la presión para llevar a Díaz a su comprometida entrevista con el periodista Creelman -1908- que abrió puertas al evento electoral democrático –que no cumplió-. Ello exacerbó el “enojo” en el imperio, que “sufría” la persistente apertura al capital europeo, en ferrocarriles, minería, petróleo, agricultura. Molestaron: la derogación de impuestos, solo al cinc exportado a Europa; la nacionalización de ferrocarriles de origen estadounidense. Tras la crisis económica de 1907-08, el Porfiriato contrató más préstamos en Europa; apoyó exploraciones y explotaciones en hidrocarburos por empresas inglesas; negó mantener concesión carbonífera para la marina estadounidense, en tanto negociaba un puerto con Japón. Asuntos de política molestaron también, a los yanquis como: la compra de pertrechos militares a Europa y el envío de un navío de guerra a Nicaragua, para asilar al presidente Santos Zelaya, derrocado por antiimperialista.
De allí las conspiraciones en círculos de inteligencia del imperio, para terminar con el régimen de Díaz. EU solo quería cambio de personajes y política exterior, para obtener más canonjías. Esperaba que Díaz lo operara correctamente, pero no ocurrió. Tras la 6ª reelección de Porfirio Díaz –que burló al pueblo- “vio con buenos ojos” el empeño de Madero, le apoyó cuanto pudo –diferente al trato para magonistas, a quienes encarceló-. Por su lado, el maderismo se fue a la lucha armada, tras el “Plan de San Luis”, al cual se incorporaron párrafos atractivos para las luchas campesinas y obreras, como vimos (la alternativa sin ruptura estaba cancelada). La guerra se dio contra el ejército de Díaz –avejentado en mandos, anquilosado en acciones, falto de moral para la lucha-. Chihuahua fue escenario principal. Allí el alma de la contienda era Abraham González –recio y noble, muerto prematuramente- y sus seguidores: Pascual Orozco, Francisco Villa y otros ya mencionados.
Tras el Tratado de Paz de Ciudad Juárez y la salida del Dictador (80 años) al extranjero –París fue destino y tumba- mediante una presidencia sustituta “por ministerio de ley”, se llama a elecciones, que gana ampliamente Francisco I. Madero. Este se considera el proceso electoral más genuino de la historia nacional. Unen sus deseos Madero y Díaz, al obtener una lucha armada corta, sin mucho derramamiento de sangre. Los problemas reales estaban por llegar.
Paso importante para la democracia, el respeto al voto: “los que os retiréis a la vida privada (dijo Madero en Manifiesto de mayo 25 de 1911) esgrimid la misma arma que habéis conquistado: el voto. Usad libremente esta poderosísima arma…pronto veréis que…os proporciona victorias más importantes y duraderas que las que os proporcionó vuestro rifle…”. Tan noble ingenuidad chocó a partidarios que querían cambios reales, no una mera transición como ocurría, incluso después del triunfo electoral. Se suma el persistente malestar del imperio, quien conspira, a través de su embajador, con el ejército, clero y terratenientes porfirianos, para derrocar a un Madero, remiso a servirle.
En la práctica, el gobierno de Madero –tras entrevista que tuvo él con Zapata, en que se conminó a este último a licenciar sus tropas- reaccionó violentamente contra el campesinado -táctica de “tierra arrasada”- que en Zapata tenía su ícono, en lucha por el retorno de la tierra a las comunidades y el reparto de latifundios entre los pueblos. Tímidos cambios hizo para: un mejor trato a los trabajadores; respeto a la libertad de prensa –aprovechada por los panegiristas y testaferros del régimen anterior para denostarle- mecanismos democráticos para elecciones. Pero no hizo nada por abrir puertas a la reforma agraria, que era clamor en todos los rumbos del territorio nacional.
Los zapatistas reaccionaron. En medio de la guerra, promulgaron su propósito de lucha y programa, en el “Plan de Ayala”. En él se desconocía a Madero como presidente, restituía tierras a pueblos despojados y anunciaba nacionalización de tierras de enemigos de la revolución. Los obreros también se organizaron. Eran pocos aún, pero muy coordinados. Tras una serie de huelgas y promociones de unión, fundaron -septiembre de 1912- la “Casa del Obrero Mundial” (COM) cuya respuesta oficial fue la creación del Departamento del Trabajo.
A la vez, Madero colocó en posiciones de mando militar y político a antiguos partidarios del Porfiriato, lo que hizo a Luis Cabrera –ideólogo fundamental del movimiento- en carta personal, recordarle que “Las revoluciones son siempre operaciones dolorosísimas para el cuerpo social; pero el cirujano tiene…el deber de no cerrar la herida antes de haber limpiado la cangrena…!hay de usted! (continúa) si acobardado ante la vista de la sangre o conmovido por los gemidos de dolor de nuestra patria, (la) cerrara…sin haberla desinfectado y…arrancado el mal que se propuso usted extirpar…la historia maldecirá el nombre de usted…porque la patria seguirá sufriendo los mismos males...sin metáforas: usted que ha provocado la revolución, tiene el deber de apagarla…!hay de usted!...(si) amenazado por el yanqui, deja infructuosos los sacrificios hechos. El país…quedaría expuesto a crisis cada vez más agudas…en el camino de las revoluciones que usted le ha enseñado, querría levantarse en armas para la conquista de cada una de las libertades que quedaran pendientes de alcanzar”.
Premoniciones aparte, eso fue lo que ocurrió. Levantamientos en armas –Bernardo Reyes en el norte; Pascual Orozco -“Plan de la Empacadora”-Félix Díaz en Ver. alteran el orden. Todos son derrotados, apresados sus caudillos y condenados a muerte. Los mismos, que Madero indulta –Díaz y Reyes- se unen contra él, poniendo en jaque a su gobierno durante la “decena trágica”, iniciada el 9 de febrero de 1913. Allí, traiciones –Huerta la principal- ingerencia del imperio, –“Pacto de la Embajada” auspiciado por Henry Lane Wilson- y presión oligárquica, culminan en el magnicidio de Madero y el Vicepresidente Pino Suárez.
El gobierno de Madero fue: noble, civilizado –perdonó vidas a quienes fraguarían su caída y muerte-; débil, al no apoyarse en los trabajadores –campesinos y obreros- con quienes tenía compromisos; incapaz de aislar, al menos, a “científicos” porfirianos y licenciar al ejército pretoriano que, al final, le aniquilaría. Su período fue de cambios políticos, pero no manejó la política. Su entrega al proceso democrático, pospone la atención a graves problemas sociales. Estos serán planteados y defendidos -hasta la muerte- por quienes representan mayorías del campo, ejércitos: Libertador del Sur con Emiliano Zapata –“Tierra y libertad”- y División del Norte con Francisco Villa a la cabeza. Ambos aún tenían mucho por hacer, en la revolución permanente, que representó el proceso mexicano hasta 1919.
Correo electrónico: v_barcelo@hotmail.com Villah. Tab 28-Nov-2010
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