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Sebastián Lamoyi
Jesús se echó a llorar.
Los judíos
entoncesdecían: Mirad cómo le
quería. Juan 11.35-36
Bienaventurados los que duermen, y los que viven, en la amistad
del Dios de su corazón. Bienaventurados
los que hacen de la amistad un estilo de vida. Ellos gozarán la paz
eterna.
A uno de esos seres que han caminado haciendo amigos,
acompañamos ayer para entregar su cuerpo material a la tierra y a despedirlo en
su viaje al infinito, a integrarse al cósmico.
Muchas lágrimas lavaron el dolor mientras avivaban el recuerdo
de los encuentros con Sebastián Lamoyi Ulín, un hombre que trascendió su
generación al través de la amistad que cultivó no sólo con sus contemporáneos
sino con otros tabasqueños que siempre le recordarán y, como el Cristo a
Lázaro, verán levantarse y andar de nuevo, tal vez escucharle en la palabra
amable que nunca utilizó para dañar a alguien, para avivar enconos, sino para
sembrar concordia.
Ayer, en el Recinto Memorial,
junto con muchos de sus amigos, sus hijos le vieron partir y con una
oración le entregaron en las manos de aquel que por amistad hacia Lázaro lloró
su muerte e hizo el milagro de la resurrección.
El obispo de Tabasco, Gerardo de Jesús Tojas López, ofició la
misa con la que fue despedido su cuerpo mortal y se le dio la bienvenida a la
gloria de la vida eterna.
Era el mediodía y la capilla del cementerio estaba llena. La
noche anterior, el jueves, los amigos que asistieron llenaron las salas del
velatorio. Por ahí llegaron desde un humilde vendedor hasta el más importante
de los políticos. Todos en torno a la amistad que don Sebastián sembró toda su
vida, un legado a sus hijos que sintieron, y sentirán, el orgullo de un padre
que les dejó la más grande fortuna que hombre alguno puede atesorar: los
amigos.
La amistad. Un sentimiento que movió a Jesús a dar ejemplo de lo
que puede significar. Así como alguien, a su llamado desde las aguas, deja la
seguridad de la embarcación, Jesús siembra la esperanza de la resurrección ante
el amigo muerto físicamente. “Esta enfermedad no es de muerte, sino para
glorificar a Dios”, comentó con sus discípulos.
Y ya en Betania, —donde estaba muerto Lázaro y donde vivían sus
hermanas María y Marta, aquella primera que fue la que en un acto de amor ungió
a Jesús con perfume y le secó los pies con sus cabellos—, ante las palabras de
Marta, que le dijo “Señor, si hubieras estado aquí mi hermano Lázaro no habría muerto”,
le respondió que le resucitaría.
Hecho que hoy es la más bella promesa, la esperanza para los que
en el camino de Jesús esperan. Esperanza en la que los hijos, los familiares y
los amigos de Sebastián Lamoyi, despidieron ayer sólo el cuerpo físico del
hombre que amaron y que les amó en esta vida.
Dice el Evangelio de San Juan: Había un enfermo llamado Lázaro, de
Betania, la aldea de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al
Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro había
enfermado. Entonces las hermanas le enviaron este recado:
—Señor, tu amigo Lázaro a quien tanto amas, está enfermo.
—Esta enfermedad no es de muerte, sino para glorificar al Hijo de Dios -comentó
Jesús con sus Apóstoles.
Pasados dos días les dijo que debían regresar a Judea porque Lázaro había muerto. Se pusieron en camino y cuando ya estaban
cerca de Betania, Marta, que había sabido que llegaba Jesús, salió a su
encuentro diciéndole.
—Señor, si hubieras estado aquí mi hermano Lázaro no habría muerto...
—Resucitaré a tu hermano —le prometió
Jesús.
Que
ese Dios, como cada quien lo concibe y el Cristo, den la paz eterna al amigo
con el que muchas veces comentamos el acontecer de Tabasco y del que recibimos
el consejo de tolerancia y fraternidad que siempre mantuvo.
Que
les dé la paz a sus hijos y toda su familia, que con él vivieron el amor que
les queda como legado.
Así
sea.
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