martes, 8 de enero de 2013

TRANSPARENCIA POLÍTICA / Erwin Macario / Columna / De novela II / Ene 08

Publicado en el Diario Rumbo Nuevo

De novela II
—Eche, gringo, ¿quién dijo que Gabito
inventó esos cuentos? Él mismo se la pasa
diciendo en las entrevistas que sólo ha sido
un notario.
Alberto Salcedo Ramos / Viaje
al Macondo real

erwinmacario@hotmail.com

Antier, domingo, cuando cientos de miles sonrisas fueron el sol de la esperanza; cuando las manos solidarias se abrieron a la primera acción que el DIF Tabasco realiza para llevar una muestra de amor a nuestros niños, el colega e historiador Jorge Priego Martínez llevó al recuerdo, a la memoria, a quienes, hoy adultos, entendemos que si algo hace mejor a la gente son sus sueños infantiles.

Entre la añoranza de la llegada de los Reyes Magos, Jorge cuenta una costumbre que, al parecer, era sólo de Villahermosa, de uno de sus barrios: También aquí en Villahermosa nos encontramos con una simpática tradición de noche de reyes, desconocida por nosotros puesto que en Frontera no se acostumbraba: la de que las muchachadas de los barrios se encargaran de llevar “regalos” a los vecinos. En el viejo e histórico barrio de La Punta, comprendido principalmente por la calle Melchor Ocampo, de tan grata memoria para nosotros, la palomilla traviesa de entonces, conocedora o simplemente inventora de las carencias de cada persona o de cada familia, se aprestaba a dejarle en las puertas de sus hogares, “los obsequios de los Santos Reyes”, recogidos en los basureros que se formaban en la orilla del río, consistentes dichos regalos en zapatos, estufas de petróleo, sillas o diversos utensilios viejos de uso doméstico, tales como baldes, freideras, ollas, palanganas e incluso bacinicas, —nos relata.

Quienes no deseaban estos “regalos” —agrega— se aprestaban a recibir a los traviesos reyes magos del barrio desde una parte elevada de su casa, para bañarlos a cubetazos, como lo hacíamos nosotros, capitaneados por nuestro papacito. ¡Qué risa nos causaba ver cómo los mentidos santos reyes salían despavoridos al sentir el baldazo de agua fría en la gélida madrugada del 6 de enero! ¡Merecido regalo para sus travesuras!

No sabemos si aún persiste esta, llamémosle tradición, o si también se ha perdido como tantas y tantas otras costumbres de nuestra amada tierra, escribe Jorge.

La imaginación, con esa lectura, regresó más de medio siglo; a los sueños de entonces. La realidad, esa que acaba de sacudirnos con el desastre político en que Tabasco ha quedado tras un sexenio de inmoralidad y corrupción, hace pensar en que, ciertamente, como aquí se ha dicho, basta con dejar constancia de muchos hechos como estos para ser novelista. Nuestra realidad es de ficción. En Tabasco, realismo mágico, estaría el Macondo de Gabriel García Márquez o Comala, el pueblo muerto, “donde no viven más que ánimas, donde todos los personajes están muertos, y aún quien narra está muerto”, según el propio Juan Rulfo, en la revista Siempre! del 15 de agosto de 1973, al referirse al lugar donde ubica a su Pedro Páramo. Tal vez estemos viviendo en Tabasco una revolución como lo real maravilloso de El reino de este mundo, de Alejo Carpentier. Quizás.

Sólo cuestión de memoria, de recuerdos, de introspecciones como las que causa un escrito como el de Jorge Priego.

Ni Gabo, ni Juan Rulfo ni Alejo Carpentier pudieron ser sin el recuerdo, sin la historia. Tiene razón, repito mi amigo Miguel Barnet. Basta escribir para fabular.

El cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos, en texto publicado en SoHo.com.co, —reproducido en el periódico tabasqueño La Chispa, del 8 de octubre de 2012—, dice “entiendo a esos paisanos que no ven las historias de García Márquez como transposición poética de la realidad, sino como una simple reproducción documental de los sucesos cotidianos que narraban los vecinos”.

“Los paisanos de Gabito saben que él es un señor muy importante con unas alas enormes, ni más faltaba; saben que es célebre, celebrado, gracioso, distinguido, pero muchos de ellos no lo ven precisamente como fabulador, como alguien que creó el universo por el cual se volvió tan famoso. Lo ven tan sólo como un amanuense, como un tipo que supo plasmar en los libros el acervo que heredó de sus mayores, un compadre que echó en su maletín de viaje los cuentos de todos, y los hizo circular hasta el último rincón del planeta”.

“Además sienten que el Macondo de la literatura es un simple reflejo de la vida de ellos. Así que para qué perder el tiempo buscándolo en las novelas cuando pueden verlo en sus propias esquinas?

“—Ustedes quieren saber quien era la tal Rebeca que comía tierra? Una señora llamada Francisca que vivía en la calle Monseñor Espejo”.

Esos niños santos reyes bromistas que nos cuenta Jorge; la vidente, doña Esperanza Gamas, que en San Pedro, Balancán, quedó lisiada cuando la multitud la arrolló en la puerta de su casa al aparecerse un espíritu cuando querían saber sobre un tesoro; Gudelia, que dicen quedó loca por leer la Biblia; la pequeña que con la semilla caliente de un marañón era curada de un problema de esfínter; la panadera que despachaba mientras los niños veían, entre sus pies descalzos, el charco de su incontinencia —ahora entiendo que era diabética—; el matón que no cumplió su trabajo porque en ancas iba su amigo, el hijo del ganadero contra el que tenía que disparar; y muchos recuerdos, y hechos actuales, llevados al papel están haciendo la novela, o al menos dejando datos para que alguien la escriba.

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