La fiesta de los excéntricos
El Reino Unido es un país que produce excéntricos memorables. Pero ninguno tan abigarrado como los enamorados del fondo de armario de la monarquía, que han empezado a extenderse por Londres como una mancha de pintura edulcorada y tricolor.
Llegan de Norfolk, Sidney o San Diego y les ha traído hasta aquí su vocación de 'voyeurs'. Algunos son monárquicos con formación y convicciones históricas. Otros son el fruto de la sobreexposición al papel cuché. A media tarde quedaba aún mucho espacio para acampar en las aceras del Mall, el amplio paseo arbolado que une el arco del Almirantazgo con el Palacio de Buckingham. Algunas inglesas dormitaban y otras se probaban unos sombreritos azules. La mayoría se entretenía leyendo novelas de aeropuerto o se abandonaba a la charleta con los periodistas.
En los aledaños del monumento a la reina Victoria se arremolinaban los reporteros de las televisiones estadounidenses, deseosos de compartir con las amas de casa de Virginia los últimos detalles del cortejo nupcial. Al otro lado de la calle, dos americanas los miraban curiosas pero sin salir del todo de una tienda que lucía varias fotos de Diana y acababa en una corona imperial.
La muchedumbre no era tal pero lo será mañana. Por ahora estaban sólo los más raros o los más madrugadores, empeñados en volverse con el timbre de gloria de la primera fila. Michael acababa de llegar de Australia y estaba sin hotel pero no le importaba. Lo tenía todo en su mochila: un par de calcetines, dos mudas, una bandera patriótica y protector solar. Junto a él, una familia entera de Sudáfrica. Sin tienda de campaña pero con tres paraguas para espantar a los agoreros de la BBC.
'Manualidades' reales
En el Mall una mujer dejó un cartel escrito a mano por si las moscas:"Espacio reservado. Voy al servicio. Volveré pronto. O eso espero...". No demasiado lejos una californiana departía con unos filipinos y en la verja de Buckingham decenas de personas protestaban contra la presencia de los representantes de Bahrein y Arabia Saudí con una pancarta: "Guillermo, no invites a tu boda a criminales". Difícil contestar.
En Trafalgar Square unos indios perseguían a dos dobles de los novios y una nube de estudiantes se arremolinaba en pos de los autógrafos de los protagonistas falsos de la jornada. Una adolescente de Cambridge ultimaba con unos pinceles los escudos de armas de los novios."Me ha llevado un par de días", decía concentrada. Y en la rotonda de palacio una armadura medieval se paseaba con una rosa en la mano y en el yelmo los colores de la Union Jack.
El desahogo en el Mall no se reproducía delante de la abadía. En parte porque es el lugar que eligió el primero de la fila y en parte porque todos querían ser los primeros en ver el vestido en cuanto la novia salga del Rolls. Había menos banderas americanas que británicas y jóvenes combinando las botas de goma y los diamantes falsos. Una inglesa rolliza con un gorro de policía confeccionaba sus pancartas con recortes de revistas y celo barato y una muy delgada intentaba dormir la siesta con el traje de chaqueta, el culo al aire y unas medias blancas.
Eran muchas más ellas que ellos y sus pancartas tenían el regusto de los sueños infantiles. "Debería haber sido yo", rezaba una que portaba una chica rechoncha recién llegada de Yorkshire. "Que no cunda el pánico: queda otro príncipe", terciaba otra pegada en la valla.
Al otro lado del gentío, casi en Parliament Square, permanecía apostado un corredor de apuestas. Pagaba 100 a 1 por el sombrero negro de la Reina y 6 a 1 por una cabezada del Duque de Edimburgo. También aceptaba apuestas por la canción que abrirá el baile del enlace. Elton John y Robbie Williams son los favoritos. Pero si quiere hacerse rico, ponga su dinero en Marvin Gaye y 'Sexual Healing'. Ganará 500 libras por cada una que apueste.
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