martes, 19 de abril de 2011

Opinión: Aída Elba Castillo Santiago / Abr 19

¿Por qué tanto “odeo” hacia nuestros árboles?

Parafraseando a algún amigo de la zona indígena de Tamulté de las Sabanas, lanzo la pregunta que da título a éste escrito, para tratar de entender por qué las autoridades locales andan con motosierra en mano derribando cuanto árbol encuentran a su paso.

No creer exagerar cuando así lo expreso: derribaron guayacanes en Paseo Tabasco para construir esa cosa tan re fea que es el Puente Bicentenario (conmemoración que por cierto ya pasó sin que la “magna” obra participara en los festejos); están por hacer lo propio en Ciudad Industrial, y ayer lo concretaron en Plaza de Armas.

La verdad es que me dolió arribar al Congreso del Estado al mediodía de ayer lunes 18 de abril de 2011 –fecha que no debemos olvidar-, y ver “pelona” a la que llaman -ya no sé si lo es-, la principal plaza pública del estado.

Lo peor es que cuando uno busca en internet acerca de los atractivos turísticos de Villahermosa, ¡aparece Plaza de Armas como uno de ellos!. Si, lo acepto, a lo mejor atravesarla era riesgoso para nuestras ropas y cabellera, con la cantidad tan grande de excremento que producían las palomas anidadas en las copas de los árboles, pero, ¿eso justificaba tirarlos?.

Por supuesto que no, pero no podemos esperar mucho de quienes nos gobiernan, pues actúan bajo la misma lógica de quienes les antecedieron en el poder hace muchos años. Son herederos de la mentalidad que cambió la naturaleza por pavimento y asfalto.

Me explico: en todo México, pero principalmente en el Sureste, imperó durante décadas la noción de que talar árboles era sinónimo de progreso. Comenzaron así los programas de fomento ganadero, para lo cual derribaron millones de ceibas, tintos, guayacanes, cedros, por citar sólo algunas especies. En los años 70’s hubo hasta una Comisión Nacional de Desmonte, cuyo propósito –que cumplió con creces-, era tumbar bosques y selvas a como diera lugar.

Sin que suene a justificación, por lo menos las vacas que ocupaban esos campos daban leche, no que las vacas burócratas de ahora –pido de antemano disculpas a tan noble animal por equipararlo con tan ruines sujetos-, en el supuesto de que dieran leche, de seguro les saldría cortada.

Pensemos que quizá esa visión cortoplacista poco sabía de los daños al medio ambiente, ni soñaba con el calentamiento global. Pero derribar árboles cuando eso ya lo sabemos todos, y que a decir de especialistas, México es el segundo país latinoamericano con mayor deforestación después de Brasil, y el sureste mexicano, junto con Belice y El Petén, en Guatemala, presentan tasas elevadas de deforestación que amenaza la biodiversidad mesoamericana, es no tener un poco de lo que le da sombra al cacao.

De: Aída Elba Castillo Santiago

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