Para recuperar nuestros sueños.
Un año más está terminando su conteo de 365 días de brincos y sobresaltos para una nación, como la nuestra, que perdió el rumbo del bienestar para su población, mismo que, con todas sus fallas, mantuvo por algo más de cuatro décadas del siglo XX. Muchas hendeduras se vivían entonces en el proceso nacional, que llevaron a una mala distribución de la riqueza –acumulada en manos de los propietarios de bienes y recursos- pero que, así fuera a niveles cortos, mantenía el incremento del salario y su capacidad de compra, con lo que los trabajadores tenían características de vida, con cierto decoro.
Esto ocurrió, aunque en menor medida, en el campo, durante las décadas de los cuarenta hasta mediados de los setenta, en que la corrupción de líderes y su colusión con algunos funcionarios, dieron al traste con la Reforma Agraria, el gran componente que llevó a miles de hombres y mujeres de pueblos y comunidades, a ofrendar sus vidas durante los aciagos años de la parte armada de la Revolución Mexicana.
No fueron en vano tales sacrificios. Su primer producto fue la Constitución de 1917, en que aparecen -a la par- derechos individuales, al lado de los sociales, que aún cubren y determinan las características de un sistema de vida, que así como respeta la propiedad privada, la preserva y da pautas para su crecimiento –que tan buenos resultados tiene para grupos, notablemente pequeños de inversionistas y empresarios, vinculados a intereses extranjeros- también permite e impulsa la propiedad social –ejidos, comunidades, cooperativas, medianos y pequeños propietarios- que tuvo auge en los años de crecimiento de la economía, por arriba del 6% anual.
Este proceso se derrumba cuando se cumple la “maldición de Poinsett” –el jefe del espionaje imperial durante las primeras décadas del siglo colonial-independentista en América: la centuria del XIX- y los “Chicago Boys” definen las líneas de la economía, como lo dicta el “Consenso de Washington”, que fuera acordado por representantes de los países poderosos, para abrir mercados a sus capitales especulativos y a sus bienes, producidos en “maquila” dentro de nuestras naciones.
Estas producciones retornan a poder de empresas transnacionales, quienes instalan tal tipo de fábricas en naciones con salarios bajos, para abatir precios y vender sus productos en los mercados que más les apetezcan. Tal tipo de producción inducida, no coopera a recuperar los mercados internos –única vía para obtener empleos constantes y remuneradores- ya que solo provee de empleos volátiles, que pueden desaparecer cuando a los propietarios –siempre extranjeros- se les ocurra que, en territorios de otros países, hay mejores condiciones para realizar esta tarea, que se dio en llamar “bracerismo al revés” por que se realiza en el territorio del país oferente de mano de obra barata. Al menos este mecanismo es paliativo que evita, primeramente, que las personas necesitadas de ingreso familiar o personal, tengan que emigrar al Norte de nuestras fronteras, con peligro para su existencia.
También es de considerarse que, en tanto no haya políticas claras de aprovechamiento nacional de nuestros recursos naturales y transformación de nuestro productos del campo, para competir con lo importado, tanto para recuperar los mercados internos, como para ir a territorios fuera de nuestras fronteras con producción competitiva en calidad y precio, tendremos que continuar con la maquila, el mal menor.
Debiera ser impulso de año nuevo, sobre todo en gobiernos locales que inician sus tareas, recuperar políticas o crear otras que se apoyen en el trabajo organizado de pequeños o medianos propietarios de empresas productivas –en cadena con las de servicios de todo tipo- para que se desarrollen mecanismos probados, que les provean de los recursos financieros y la tecnología pertinente, para contar con procesadoras de alimentos o cualesquiera otras tareas productivas, sin el acoso externo.
Dichos mecanismos debieran tener como meta, superar los programas vigentes, tanto en el campo como para la promoción de empresas, que solo son modestos paliativos para evitar un mayor y más grave empobrecimiento de pobladores, aquellos que alguna vez lograron forjar con sus manos un patrimonio personal o social, que se volatilizó con la apertura indiscriminada de los mercados nacionales a las transnacionales. Estas nos convirtieron, a pasos de gigante, en lo que hoy somos: un país mercado, subordinado a sus intereses.
En esta puja de sueños para el 2011, ocupan lugar relevante tres áreas de gobierno, base para esa recuperación de nuestro destino como nación –iniciada desde lo local-. Ellas son: gobernanza, educación y salud. Solo una conjunción en que las tres se compaginen y preparen ambiente social, salud integral de la población y tanto niveles como características educativas de excelencia, podrá ser puerta para ese nuevo México que imaginamos y podemos empezar a construir.
Allí debemos caber todos, sin distinción de raza, religión, capacidades, habilidades naturales o aprendidas. Una patria que nos cobije a todos, desde las extremosas arenas de los desiertos que hoy ponen en peligro vidas y propiedades con sus cambios inexplicables, hasta nuestros trópicos abandonados, pasando por hermosas cordilleras que ofrecen posibilidades extraordinarias para la vida, con valles productivos y laderas, por recuperar su foresta, destruida por la mano humana.
¿Nos daremos tiempo para construir ese mundo mexicano, que viene de nuestra historia y sus procesos?. ¿Será esta la fórmula de aplicación urgente para evitar otras, que con su ruptura nos lleven décadas atrás, al caos y la desesperanza, aún mayores a las que vivimos?. Nos debemos este esfuerzo de la inteligencia, la dedicación y el amor al terruño, sus pobladores y lo que representa para nuestros padres, hijos y nietos. Hagamos todo lo imposible por lograrlo.
Correo electrónico: v_barcelo@hotmail.com Chiapa de Corzo 2-I-2011.
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