jueves, 23 de junio de 2011

Transparencia Política: Erwin Macario Rodríguez / Columna / Jun 23

(Publicado en el Diario Rumbo Nuevo)
erwinmacario@hotmail.com

Prensa profesional

Más que ninguna otra profesión,
el periodismo se enfrenta cada día
al tormento de la rebelde índole del
lenguaje. Gweorge E. Reedy/ La
comunicación masiva en las democracias.

Nada hay más difícil, enredado y hasta engorroso, que hacer crítica en el ámbito en el que uno se desempeña. Y no es éste el caso de Federico Madrazo y su discurso. No. Se trata de lo que en este espacio periodístico se ha dicho acerca del llamado Colegio de Periodistas.

Si en realidad se tratara de un gremio realmente constituido conforme a derecho, son aceptables las —por cierto pocas— opiniones que en contrario se han dado en torno al asunto. Pero no es así.

Claramente se ha dicho que un colegio es una agrupación sustentada en el título y la cédula profesional de quienes aparecen como miembros, lo que lamentablemente no es el caso del ente en cuestión.

Es de lamentarse porque el periodismo necesita colegiarse para una mayor defensa gremial y darle mayor respetabilidad al ejercicio periodístico, —en presa escrita y electrónica— invadido no sólo por quienes tienen problemas para manejar el lenguaje —lo que se entiende cuando se inicia uno extra universidad—, sino por quienes hacen de este espacio de libertad un lugar hasta para el insulto, la diatriba y la ofensa a la sociedad. Basura que aparece y, a veces, desaparece cada seis años.

En lo que respecta al buen uso del lenguaje, de la gramática, de la buena forma de contar la historia cotidiana en la prensa, la radio, televisión y hasta en la Internet, un Colegio es el medio idóneo para la profesionalización, para que cada día se mejore no sólo la información, la nota, sino el comentario, el periodismo de opinión que se da en las columnas y los editoriales.

Profesionalizar sería una de las primeras metas de un colegio de periodistas bien constituido.

Pero también, se ha dicho, inculcar no sólo en sus integrantes sino en los demás compañeros —con el ejemplo— los puntos básicos de la ética, entre los que ya se ha mencionado el respeto al trabajo ajeno, se de otro colega o de escritores que sin ningún recato son fusilados en la red de redes y citados sin darles créditos y hasta con la desfachatez de firmar como propio lo que ha sido producto de un plagio.

Quienes esto cometen son gente que no se tiene respeto a si misma pues es muy fácil detectar cuándo se trata de un texto original, propio del periodista que le entra a la columna y hasta la tarea de historiador, y cuando se está en presencia de un vil plagio que, además, es un insulto para los lectores y otros receptores de los medios de comunicación.

En ningún momento —todavía no es necesario y quizás no lo sea— una crítica y autocrítica en el medio periodístico debe asumirse como ofensa para el gremio. Por lo contrario en mucho ayudaría que cotidianamente escudriñáramos lo que otros escriben para estar en una fraternal competencia que vaya mejorando el periodismo que la sociedad necesita.

Mucho menos, al tejer sobre esta sensible tela de los medios, se está en un acto de particularización, de señalamiento a tal o cual persona en particular, sino de generalidades que así deben tomarse, sin que nadie se plante el saco, la camisa o la guayabera.

Mejor sería que todos los periodistas opináramos sobre el tema. Hay quienes por su cortedad y hasta intolerancia se negarían a hacerlo, guardarían sus opiniones aún en las mesas y sitios donde se reúnen, y hasta prepararía la leña verde para llevar al sacrificio a quienes tal se atrevan.

En tanto el asunto camina, sólo en el caso de una colegiación, que es necesaria, bueno es señalar a los lectores y otros receptores del periodismo —de opinión, principalmente— lo sencillo que resulta un examen a los que escribimos.

Basta con copiar párrafos de lo que aparece publicado en los periódicos, de todos tamaños y colores, y colocarlos en algún buscador de la Internet para saber de que sitio han sido robados no sólo la idea —que no tiene dueño— sino, la mayoría de las veces, textos completos que se presumen en los cafés y otros sitios para ostentar una calidad de periodista, escritor, investigador y hasta historiador, que no se tiene.

Que los comensales, anfitriones o invitados en esas mesas, por un mero respeto a la camaradería y hasta a la tolerancia, no se vean precisados a poner en su lugar a cada quien en esto de escribir, de contar historias, de ser ayudante de la Historia, no quiere decir que no mantengamos en nosotros mismos un espíritu de crítica y autocrítica, tan necesarios para este quehacer.

Claro, cada quien tiene derecho a sentarse con sus pares y sus dispares. A tolerarlos y veces hasta perjudicarlos negándoles un comentario que les mejore como parte del gremio.

Hay quienes prohíjan esta especie que debía ir en extinción dado los avances académicos y tecnológicos, suben la basura —que un día regresa al lugar de donde parte—, pero se tiene que pensar si ¿esos mecenazgos interesados no están perjudicando al periodismo y al pueblo al que se dirige esta actividad?

Queda mucho en el tintero.

LADO CLARO

Para profesionalizar el periodismo tiene que construirse un edificio sobre rocas, no sobre la endeble arena de la simulación.

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