lunes, 6 de junio de 2011

Opinión / Víctor Manuel Barceló R. / Jun 06

Por una Biopolítica para la Paz y el Bienestar.

En los empeños modernos de la academia, se recogen expresiones de antiguos pensadores, relacionadas con diversos rumbos de las ciencias. Las apreciaciones evolucionan en múltiples casos hacia criterios, en que más de una disciplina se entrelazan, para ir hacia delante en la interpretación de la sociedad o el conocimiento de la naturaleza.

Tema del análisis de la sociedad, que ocupa espacios en universidades (Instituto de Humanidades de la Universidad Diego Portales, Universidad de Buenos Aires, Universidad Santiago de Cali, Instituto italiano di Science Umane, Canadá y otros rumbos) es el referido a la biopolítica. De ella, su más conspicuo analista Michel Foucault afirmó en “Nacimiento de la Biopolítica”: “Durante milenios el hombre siguió siendo lo que era para Aristóteles: un animal viviente…capaz de existencia política; el hombre moderno es un animal en cuya política está…en entredicho su vida de ser viviente”.

La noción de biopolítica se pretende arrancar desde Maquiavelo, básicamente, al considerar a ésta afirmativamente. Discurrir la política como el potenciamiento de la vida y no solo la conservación de ésta, a partir de estrategias que se ejercen sobre ella, es lo que permite pensar a Maquiavelo en términos bío-políticos. Hay tesis que llegan a esta postura.

El vocablo aparece a comienzos del siglo XX, en teorías del Estado, organicistas. Michel Foucault le da connotación de particular significado para analizar una de las formas que asume el poder en la modernidad. Su empeño se caracterizó por intentar asirlo, no tanto del lado de sus dispositivos jurídico-formales (filosofía política clásica) sino en su funcionamiento concreto, analizando técnicas de dominación y dispositivos por y para el creados.

Hay tecnologías históricas, de control sobre cuerpos humanos a través de "dispositivos de verdad". Estos hoy tratan de "hacer la vida" ya no "destruirla", como sucedía con la anatomopolítica, sistema para "castigar", durante la Edad Media y que se repite en el nazismo.

Hacia el S. XVIII era mecánica del poder disciplinario, ejercído directamente sobre los cuerpos. No extraía bienes y riqueza -como el Señor en su feudo- sino cuerpos, tiempo y trabajo, con el mínimo de gasto y el máximo de eficacia posible. Dio lugar a un saber clínico, propio de las ciencias humanas que tubo como patrón de medida la norma, en lugar de la ley.

Al mismo tiempo, se da en Europa un proceso de estatalización de lo biológico; un ejercicio del poder sobre el hombre en tanto ser viviente, donde la medicina irá ocupando un lugar cada vez más central. Paralelamente a la normalización, sus prácticas y dispositivos conexos, aparecerá otro, histórico-político, de guerra en la paz, con una tradición, más larga pero oculta, que opone un “nosotros” a “los otros”, la que,́ a fines del XIX se expresará en racismo, que permitirá -a nivel científico como político- el clásico poder soberano de vida y muerte.

En este marco de normalización y medicalización de comportamientos (regularización) se desarrollará una serie de técnicas para hacer proliferar la vida de la población. Esta biopolítica se interesó, desde segunda mitad del XVIII, por la natalidad, mortalidad, morbilidad y longevidad. La higiene pública combate endemias, problemas de quienes quedan al margen del trabajo, pero también del medio de existencia de la población, el problema de las ciudades.

Esta sociedad, atravesada por mecanismos de la norma disciplinaria y la regularizadora, será caracterizada por Foucault como sociedad de normalización. De allí que la biopolítica, que opera sobre la población al nivel de la especie, sea fenómeno moderno. La demografía, es expresión científica de esta transformación política.

La biopolítica trata que los cerebros se autorregulen (controlen) y busquen crear una "forma de vida verdadera", de manera que no solo se extiende la biopolítica en temas como identidad, nacionalismo, cosmopolitismo etc., sino también hacia resistencias como: sexualidad, género, etnicidad, clase, etc.

La biopolítica no necesariamente quedaría apresada en la lógica del bando soberano, ni del estado de excepción hecho regla, sino que debe llegar a potenciar la vida. Es una ruta hacia una nueva forma de comunidad, constitutivamente abierta al devenir. Una sociedad corresponsable Gobierno-ciudadanos, en donde se acepte lo diferente, diverso o múltiple.

La biopolítica moderna ha estado sujeta a la deriva inmunitaria de occidente y a la lógica de la soberanía estatal -expresadas en la noción de guerra preventiva-. Son necesarias nuevas formas de vida que saquen a la biopolítica de la dialéctica mortífera, en la que está secuestrada.

De allí que en las universidades citadas y en otras, se efectúen debates, basados en las tesis de Foucald y otros pensadores posteriores. Así se llega a una definición provisional de “biopolítica”: “conjunto de saberes, técnicas y tecnologías que convierten la capacidad biológica de los seres humanos, en el medio por el cual el Estado alcanza sus objetivos”. Educar, sanar para crecer.

Desde el inicio de la edad contemporánea, el Estado y los elementos económicos que le apoyan -o le utilizan- se esfuerzan por fomentar las capacidades físicas e intelectuales que consideran valiosas, ya que éstas constituyen el instrumento gracias al cual los agentes lograrán sus propósitos. Esto ocurrió siempre, pero con diferencias vitales.

Los Estados preindustriales administraban hechos naturales: número de habitantes, estado de salud. A veces estimulaban su reproducción con medidas fiscales o reconociendo contribución de familias numerosas. En la época postindustrial, donde la industria deja de ser la fuente principal de generación de riqueza y puestos de trabajo, pasando al sector terciario -servicios- o cuaternario -investigación científica y tecnológica- los Estados parten de realidades creadas y desarrolladas por ellos mismos.

Antes los seres humanos eran dejados al azar y al medio. En la era biopolítica encontramos una biología disciplinada, sometida a las capacidades de las autoridades, para intervenir -a favor o en contra- de la expansión poblacional. Conviene el análisis de fenómenos a que se refieren M. Hardt y A. Negri: la insurrección o la vida como arma; los refugiados; el éxodo o migración y, su más trágica forma, el terrorismo suicida. Todos ellos conceptualizados como lo opuesto al biopoder, a la soberanía en condiciones biopolíticas. La sociedad en sus formas y búsqueda de equilibrio, aún tiene mucho que aportar de sus modos de acción, para que, el análisis científico de su proceso, le alcance.

Correo electrónico: v_barcelo@hotmail.com Puebla, Pue. 5-junio-2011.

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