martes, 24 de mayo de 2011

Transparencia Política: Erwin Macario Rodríguez / Columna / May 24

(Publicado en el Diario Rumbo Nuevo)

Callar al Mensajero

Un día vinieron por los negros
y no dije nada; otro día vinieron
por los judíos y no dije nada; un
día llegaron por mí y no tuve nada
que decir. Bertolt Brecht

erwinmacario@hotmail.com
erwinmacario@rumbonuevo.com.mx

So pena de parecer plagiario, este texto se sustentará, en su mayor parte, en otras voces, no por ello ajenas al periodista, a su trabajo. Transmitir hechos y opiniones de otros es una de las tareas, la primera, quizá, de los comunicadores. ¿No somos los periodistas sino mensajeros, la mayor de las veces? ¿No es sino ese ejercicio el que en México se encuentra entre el fuego cruzado del gobierno y del crimen organizado, del narco?

La libertad de pensar y aún de disentir políticamente y publicarlo, el periodismo político, no está en peligro. Lo está el fin que sustenta todo ejercicio de prensa: informar, comunicar de hechos. En ello se está cayendo en la vieja práctica de la antigüedad, de Persia y otros pueblos, en los que era costumbre matar al portador de malas noticias, en especial a los que comunicaban derrotas militares.

En México, a través de un “acuerdo” entre los medios y el Gobierno —y como tercero beneficiado el narcotráfico— se ha optado por el silencio en una guerra estúpida que ha costado al país más de 40 mil muertos, entre ellos más de 50 periodistas. Uno por mes en este sexenio.

Ante lo grave de esta situación nacional, el gobierno panista exhibe a quienes darían noticias perjudiciales para el sistema y no a los que las provocan, las generan con una cuota cotidiana de sangre mexicana. Se mata al mensajero o, al menos, se le calla.

Se retorna a las viejas prácticas usadas en la dictadura, ilustradas con maestría por Bruno Traven en el cuento “Diplomáticos”, que tomo de la revista Etcétera, de noviembre de 1999: Lo que no cuentan los periódicos, no existe. Y más en el extranjero. Ésta es la razón por la que un país puede continuar gozando de buena reputación. Todos los dictadores utilizaron la misma receta”.

Ahora, Felipe Calderón Hinojosa quiere minimizar ante el mundo lo cruento de su guerra, aunque no con los alcances mediáticos que el dictador lograba en su gobierno, cuando —como lo señala Petra María Secanella en El periodismo político en México, según el periódico oposicionista El hijo del Ahuizote, citado por María del Carmen Ruiz Castañeda y otros en El periodismo en México: 450 años de Historia— “sostener el aparato de propaganda oficial” le costaba al estado mexicano “tanto como los 248 diputados y los 56 senadores federales (sic) y las 27 legislaturas locales, o sea poco más de un millón de pesos al año”. Lo mismo que le costaba al pueblo sostener la prensa independiente de aquellos días, según Ruiz Castañeda.

Al héroe del 2 de abril le funcionaba. Así lo expresa Traven en el cuento citado: “Bajo el reinado del dictador Porfirio Díaz no quedaban en Méjico ni bandidos ni rebeldes ni salteadores de trenes. Porfirio Díaz había limpiado el país de rebeldes de una manera muy sencilla y de una manera dictatorial: había prohibido a los periódicos que publicaran ni una sola palabra sobre asaltos a mano armada a no ser que se lo pidiera de manera expresa el gobierno”.

La Revolución Mexicana, aquella vez, demostró lo contrario

¿Hasta dónde el presidente Calderón logra disfrazar su fracaso? El verdadero periodista sabe, como lo afirmó Fernando Savater en una entrevista concedida a Emilio Garrido, publicada en la La Jornada Semanal, número 123, el 20 de octubre de 1991: “El que dice siempre sí a todo lo que hace el gobierno es un abyecto y un rastrero, y el que siempre dice no es un neurótico. Las dos posturas son absurdas”.

Analizar, criticar, una medida como la que en nombre de los medios informativos de todo el país tomaron el Gobierno y un sector de la prensa nacional para acallar los hechos delictuosos que conlleva un enfrentamiento inútil contra la delincuencia organizada, una guerra perdida por el Estado, no debe ser un mero acto de inconformismo encubridor de otros intereses. Se puede proteger la seguridad del periodista sin acudir a silenciarlo, a callarlo.

No se trata, insisto, de un acto contra el periodismo político directamente, sino contra el basamento de todo el andamiaje de la comunicación: el acto informativo, la noticia.

Analicemos a Savater en la entrevista mencionada, “Intelectuales del pesebre”, como la tituló La Jornada: “El estado te administra lo mismo si le das la razón que si se la quitas. Hoy hay mucha gente que cobra por ser inconformista. Es una pose que exige atención económica de las autoridades que quieren tener siempre la conciencia tranquila de que a esa persona, a pesar de su inconformismo, sus críticas y su oposición, se le trata bien, se le invita a los sitios y se le da dinero. Yo conozco a gente que vive del inconformismo”.
Lo que no es tema para este texto.

Lado Claro

La inconformidad contra el silencio no admite, siquiera, diálogo con el Gobierno. No debe ser objeto de negociaciones.

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