domingo, 21 de noviembre de 2010

Solo en Domingo: Francisco Peralta Burelo / Columna / Nov 21

(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)

¿Cómo que te vas a casar si no sabes hacer ni huev

Cindi, una joven hoster de un restaurant, observaba como Carla, la cocinera principal, freía unos huevos sobre la plancha con gran destreza y velocidad. Creo que lo hacía con un poco de curiosidad y otro tanto de admiración, porque de un servicio se pasaba a otro.

Por la confianza que tengo con ambas me acerqué a las dos, pero principalmente me dirigí a Cindi, que andará por los veintitrés años. “¿Y tú ya sabes cocinar unos huevos?”, le pregunté, bromeando y haciendo un poco de memoria nostálgica. “!Claro que sí¡”, me contestó en el acto, segura de su respuesta.

“Ah, pues ya puedes casarte”, le comenté en el mismo tono de broma. “¿Por qué lo dice?”, me preguntó, ante la sonrisa de Carla, que andará por los cuarenta años (o quizá un poquito más).

“Es que antes, cuando una joven tomaba en serio un noviazgo o manifestaba intenciones de casarse y su madre no estaba muy de acuerdo con la formalización de esa realización o con el casorio, no dudaba en recriminarle en términos más o menos así: “¿Cómo estás pensando en eso si ni siquiera sabes hacer unos huevos?”, le expliqué a Cindi.

“Así, Cindi, que si ya sabes hacer unos huevos pues ya te puedes casar; ya estarías preparada para el matrimonio”, le comentaría, pensando, claro, en aquellos ayeres, en donde la mujer que no sabía cocinar no estaba lista para el casorio.

Y así era antes (o así fue). La mujer debía saber cocinar --o cuando menos hacer unos huevos-- para pensar en el matrimonio, porque si no ¿qué pensaría de ella el marido al que no pudiera preparar sus sagrados alimentos?. Pasada la luna de miel podría hasta echarla de la casa (lo que es más una exageración que algo cierto).

Ferdusi Bastar escuchaba la plática y las remembranzas. En un momento dado terciaba en la conversación. “Es que antes a las mujeres se les preparaba sólo para el matrimonio; para ver la casa, para cocinar, para atender al marido, para cuidar a los hijos. Era obligado que las mamás enseñaran a las hijas no nada más a hacer unos huevos sino a guisar platillos exquisitos”, comentaba.

Y así fue. ¿Qué mujer no iba a saber hacer unos huevos, revueltos o estrellados?. Todas, hasta las jóvenes, en su mayoría ayudantes de cocina de la madre, discípulas de ésta y herederas de una tradición culinaria. ¿A cuántas de ellas no se les confinó a ese sitio y se les privó de la oportunidad --que hace cuarenta o cincuenta años casi no se presentaba-- de pasar parte de su juventud en escuelas de educación media o superior?

La mujer tenía que saber cocinar (y más aún la casadera, y ya no se diga la casada). “¿Ya quieres casarte?, pues aprende cuando menos a hacer unos huevos”, le diría la madre a su hija. Y a ésta no le quedaría más que aplicarse en el aprendizaje de las labores propias del hogar para no tener luego problemas con quien se casara por la dos leyes (lo que también era obligatorio en aquellos dorados tiempos).

El hombre, en cambio, qué iba a saber hacer siquiera un par de huevos, ¿cómo, si las mujeres no lo dejaban entrar a la cocina, sitio exclusivo para las faldas y negado a los pantalones?. “¿Qué haces aquí?, ¡sácate, no quiero verte ni un minuto aquí!”, le diría la indignada madre al hijo varón que se atreviera a tomar en sus manos una fridera o hurgar en ese sitio tan femenino.

Para el varón la cocina estaba proscrita. Era lugar prohibido para él. El hombre se casaba y no sabía hacer ni unos huevos, y si la mujer no se levantaba de la cama por equis o zeta pues se quedaba sin desayunar o sin comer (eso del marido haciéndole el desayuno a su mujercita y llevándoselo a la alcoba es de estos tiempos y no de aquellos).

Hoy puede ser que una mujer no sepa hacer ni unos huevos, pero ¿qué importa eso?. Ahora no uno, sino muchos hombres, han tenido que aprender a guisar, unos chambonamente y otros con su buena sazón, y la cocina ya no es lugar exclusivo del sexo débil. “Yo lavo los platos hoy, pero tú los lavas mañana; yo levanto la casa hoy, pero tú la levantas mañana; hoy te toca a ti cuidar a los niños, porque es mi día libre…” Ah, la igualdad de sexos, la modernidad y todas esas cosas.

Ahora a la cocina va tanto el hombre como la mujer (además ya no es la friega de antes, hoy con tantos electrodomésticos que hacen la vida amable allí). Los tiempos aquellos en que el hombre llegaba cansado a casa y la mujer tenía que consentirlo y hacerle todo sus gustos son, ¿o acaso no?, cosas del pasado.

Quizá llegue el momento en que ninguna mujer se case con un hombre que cuando menos no sepa hacer unos huevos… y llevárselos a la cama para que se los desayune ella allí.

fcoperalta42@hotmail.com

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