domingo, 21 de noviembre de 2010

Opinión: Víctor Manuel Barceló R. / Nov 21

El centenario de una Revolución inconclusa.
II
La celebración del centenario de la Revolución Mexicana encuentra al país en una encrucijada: muchos de los achaques sociales de aquel régimen pretoriano, de más de 30 años, están presentes hoy. Se aprecian en la vida cotidiana de la nación, en especial la pobreza –que impacta a más del 50% de la población- y su contraparte: creciente concentración de riqueza, que otorga primeros lugares en número de ricos y posiciones de privilegio en ranking universal, para ellos.

En los prolegómenos al estallido de la revolución, la maderista que buscaba “Sufragio efectivo, no reelección” como sustento primordial, ante el eternizamiento de Díaz en el poder –quien le asumió con tal lema, en 1877, al que traicionó, obligando a la Cámara de Diputados a la reelección y, después, ampliación del período presidencial a 6 años-. En (1908-10) el estado de la nación era de alta gravedad. El trípode del poder colonial recreado: ejército pretoriano; iglesia que volvía por sus fueros y gobierno de “científicos” (el dictador en la cúspide, gobernadores, caciques regionales, jefes políticos, hacendados, en la base); federalismo destruido para servir a los poderosos. Los pobres -la inmensa mayoría- vivían en penosas condiciones.

Prestigio internacional –sobre todo en Europa- otorgaba al régimen de Díaz calificaciones positivas por la paz lograda –“paz de los sepulcros” como se le denominó por apoyarse en la eliminación sistemática de líderes opositores, a lo largo y ancho del territorio nacional-. Dicha circunstancia se mantuvo tres décadas, impulsando el desarrollo del capitalismo, mediante el incremento de la inversión extranjera –EU, Inglaterra, España, Alemania, Holanda, sobre todo- permitiendo un crecimiento importante de la economía, mediante el desarrollo de infraestructura (ferrocarriles, puertos, caminos, energía) en que el imperio del norte -en crecimiento- ocupaba privilegiado lugar.

La otra cara del Porfiriato era de alta preocupación: Aguilar Mora denomina “feudocapitalista” a la estructura socioeconómica del Porfiriato, producto de penetración y hegemonía del capitalismo, de fines del S. XIX y principios del XX. Allí había relaciones de cruel servidumbre: para el proletariado incipiente, que laboraba “de sol a sol” en fábricas y minas dominadas por capital extranjero; como en el campo: peonaje “acasillado” vendido por generaciones a “la tienda de raya” y cuasi esclavitud de indios -los yaquis, secuestrados de Sonora y enviados a plantaciones tropicales del sureste son terrible testimonio; muchos de ellos “exportados” a ingenios de Cuba-.

Era el México Bárbaro de John Kenneth Turner; el de Friedrich Katz, quien presenta la condición de servidumbre, prevaleciente en el campo mexicano, dominado por haciendas porfiristas, como precisa en su biografía de Pancho Villa y la conformación del villismo, una de las expresiones más genuinas –la otra la constituye el zapatismo- de los anhelos sociales que impulsaron la Revolución.

Ese estado de cosas e intereses estadounidenses para mayor apertura a su ingerencia económico-social -el Porfiriato dejaba de ser útil- presionaron la entrevista de Díaz con Creelman (1908) y su compromiso por llamar a elecciones libres. El General se arrepiente, reeligiéndose por sexta vez como presidente (1910-14) con Ramón Corral de vicepresidente, por 2ª vez. Esto no agrado al imperio.

En lo interno, ese proceso burla la voluntad popular conjuntada por un hombre, quien, además de fundar el Club Antirreeleccionista (mayo de 1909) en que figuraban a su lado prominentes personas de diversos rumbos del país (Félix F. Palavicini por Tabasco, como ejemplo), ya había escrito en 1908 “La sucesión presidencial”, editado en San Pedro de las Colonias, Coahuila. Tal personaje fue Francisco I. Madero (nace en 1873 en acaudalada familia de Parras, Coahuila, asesinado el 22 de febrero de 1913 en Ciudad de México). Mostraba allí Madero, apasionada defensa de la democracia, proponiendo la urgencia de un Partido Demócrata, que pusiera en vigencia el “sufragio efectivo, no reelección”. Él Partido presenta sus postulados en 1909. Allí pide la participación ciudadana, para terminar con la reelección, ganando en urnas el poder político.

No era, por supuesto, la primera reacción política -escrita primero, después convertida en ruptura- contra el régimen de Díaz. Otros precursores del movimiento social que inaugura el siglo XX, fueron los hermanos Enrique y Ricardo Flores Magón, con su periódico “Regeneración” –adonde va conformándose el sustento ideológico de la revolución- creando el Partido Liberal, que impactó en el país y algunos hechos de armas encabezados en Chihuahua y Baja California, fallido el primero y desvirtuado el otro. Intentos de ruptura se sucedieron –los hermanos Serdán en Puebla y otros- que habrían de consolidar la lucha política maderista.

Madero junto a José María Pino Suárez (destacado político culterano tabasqueño) lleva a cabo su campaña por la Presidencia, afrontando a su costa los gastos y aguantando presiones y falsas acusaciones para reducir la presencia de miles de personas, en su recorrido por el país, hasta ser apresado en Monterrey –acusado de incitar al pueblo a la rebelión- y remitido a prisión en San Luis Potosí. Al ser liberado se le confina a esa ciudad como cárcel. Allí conoce (junio de 1910) del nuevo fraude electoral, que reelige al Dictador. Logra escapar de SLP en octubre y en San Antonio Texas trabaja en el “Plan de San Luis”, lanzado con fecha posdatada al 5 de octubre.

En dicho documento, además de declarar nulas las elecciones (sustento político) en su Art. 3º se considera al pueblo, decidiendo la restitución “a sus antiguos poseedores los terrenos de que se les despojó…a quienes pagarán también una indemnización por los perjuicios sufridos”. Así el Plan despierta el adormilado asunto agrario, iniciado, con las armas en la mano, por Hidalgo y Morelos, cien años antes. Tal determinación, junto a otras allí inscritas para reivindicación de la “raza indígena” y la determinación de aumentar “los jornales de los trabajadores de ambos sexos, tanto en el campo como en la ciudad”, fortalece las luchas campesinas que se llevaban a cabo en muchas regiones del país, cuyo prototipo e ícono fue la emprendida en el sur por Emiliano Zapata.

El Plan de San Luis, tuvo eco inusitado por diversos rumbos del país. Levantamientos que lo secundaron –antes y después del 20 de noviembre de 1910- conformaron un movimiento revolucionario que obedecía al mando de Madero, en que destacan: Abraham González, Pascual Orozco y Francisco Villa en Chihuahua; Maytorena, Eulalio Gutiérrez, Cesáreo Castro en Coahuila; Agustín Castro en Durango; Luis Moya en Zacatecas; Salvador Alvarado en Sonora; Emiliano Zapata en Morelos; los Figueroa en Guerrero, para mencionar los más connotados y decididos a terminar con: caciquismo, peonaje, fabriquismo, hacendismo, cientificismo y extranjerismo, como coloquialmente se marcaban las lacras que laceraban al grueso de la población nacional.

Los enfrentamientos de los revolucionarios –mal pertrechados y desorganizados, pero con una moral muy alta- con el ejército federal –bien armado pero sin “sprit de corp” en su mayoría- dan como resultado el triunfo de los revolucionarios y, a la toma de Ciudad Juárez se suceden acontecimientos como: el Tratado de Paz (21 de mayo de 1911) en que participan representantes del Porfiriato, tras el Manifiesto del Dictador –después de su informe de gobierno- en que vuelve a ofrecer lo que traicionó con su reelección, en un tardío y penoso intento de parar el derramamiento de sangre -en que coincidía con Madero- ofreciendo retirarse para “mantener la dignidad y el decoro”. Al final, Díaz abandona el país.

Correo electrónico: v_barcelo@hotmail.com Colima, Col. 20-nov-10

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