viernes, 12 de noviembre de 2010

Internacional / España / Diserta el Senador Arturo Núñez Conferencia Magistral / Nov 12

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El Estado de Derecho institucionaliza la democracia, afirma Arturo Núñez

• Participa el Senador del PRD en un foro organizado por la UNAM, la Universidad Carlos III y el Centro de Derechos Humanos “Fray Bartolomé de las Casas” en Madrid, España en el marco de la celebración del Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana.


Al hablar en el foro “Constitucionalizar democratiza”, en el marco de la celebración del Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana, organizado por la UNAM, la Universidad Carlos III y el Centro de Derechos Humanos “Fray Bartolomé de las Casas”, en Madrid, España, el Vicepresidente del Senado de la República, Arturo Núñez Jiménez, afirmó que el Estado de Derecho es el estado de la democracia.

En su disertación, en la que dio un repaso al sistema constitucionalista mexicano, desde sus inicios hasta nuestros días, aseveró que el Estado de Derecho es la institucionalización jurídica-política de la democracia, con la que se busca garantizar derechos sociales y dividir el poder.

“Se llega a la noción de Estado de Derecho, en una connotación técnica, que identifica un ideal específico, que atiende a la vez las exigencias de la democracia y de la seguridad jurídica”, expuso el Senador del PRD.

Ante el público español, compuesto por académicos, universitarios y políticos, expresó que la historia del constitucionalismo mexicano da cuenta de la lucha por estas libertades, por este propósito de dividir y controlar el poder que, “como todo proceso del devenir social, no hemos alcanzado de manera completa”.

Con la representación del Senado de la República, indicó que, sin menoscabo de las demás, tres han sido las constituciones que han sido determinantes en el rumbo que ha tomado el país (1824, 1857 y 1917) y cada una, “en su tiempo y circunstancia”, dio cuenta de los avances concretos en cada etapa de la vida nacional.

La Constitución de 1824 refrendó la recién adquirida soberanía nacional, la adopción plena del modelo liberal, la forma federal del Estado, pero con la concesión, todavía, al Estado confesional.

La Carta Magna de 1857 dio paso a la separación Estado-Iglesia, con la afirmación del laicismo como principio fundamental del Estado y la adopción del liberalismo social, en tanto que la Constitución de 1917 agregó los derechos sociales y la lucha por garantizarlos.

Desde el punto de vista político, en sentido riguroso, comentó, la Constitución de 1917 ratificó la decisión fundamental de la del 57 de que México es una República representativa, democrática y federal.

No obstante, señaló que el país enfrentó, en lo que se refiere a la forma de gobierno, dos intentos monárquicos, antes de la Constitución del 57 y después de esa etapa, el de Iturbide y el de Maximiliano, y “hubo que enfrentar pretensiones centralistas en un país con clara vocación centralista”.

Dijo que si el país hubiera adoptado una estructura centralista con la vocación centralista que tenemos “las cosas serían mucho peor” en México, pues “por lo menos el Federalismo nos obliga, a ratos, de acordarnos de la descentralización”.

Consideró que la Constitución de 1917 no tuvo grandes aportaciones desde el punto de vista normativo-prescriptivo, de diseños constitucionales complejos, pero contribuyó a la conformación del modelo político revolucionario, al que “hemos estado desmantelando todos estos años, en un proceso todavía inacabado”.

El constituyente, dijo, rarificó el presidencialismo, pero estableció también la no reelección, el fortalecimiento del Ejecutivo, el desconocimiento de la personalidad jurídica de las iglesias y la cancelación de los derechos políticos de los ministros de culto religioso, y la supresión de los jefes políticos que existen en los gobiernos estatales y el municipio libre.

Destacó que la Revolución Mexicana hizo un gran aporte en lo político al desmilitarizar la política, pues durante más de 118 años la forma de resolver el problema del poder en México era a balazos, y aunque en ese tiempo ya había elecciones, “éstas sólo servían para legitimar a posteriori lo que muchas veces se resolvía en el campo de las batallas”, así se pasó de un país de caudillos a un régimen de instituciones.

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