lunes, 11 de octubre de 2010

Transparencia Política: Erwin Macario Rodríguez / Columna / Oct 11

(Publicado en el Diario Rumbo Nuevo)

MANTENER EL FORMATO DEL VIERNES PASADO.

El almirante Humberto
El gran estratega e inventor yacía inmóvil, ataviado con su níveo uniforme, ostentaba en el pecho sus relucientes condecoraciones… había perdido la única batalla, con heroísmo, con dignidad. Gabriela Gutiérrez Lomasto / La Zona Luz
En la mesa de los jueves, con Gabriela Gutiérrez Lomasto, los temas varían. De la asepsia documental —tarea que lleva a la mesa libros, recortes, periódicos completos, revistas que la cronista de Villahermosa ha atesorado a lo largo del tiempo— surgen recuerdos, añoranzas, sueños.

erwinmacario@rumbonuevo.com.mx

Uno de estos compartimos el jueves pasado. Nadie como ese personaje de los últimos tiempos. Detrás de su imponente figura, su elegante forma de portar el símbolo de su poder, el uniforme, y comportarse ante el pueblo, nadie ha ahondado.

A diferencia del divino loco, Don Quijote, de éste nunca se ha sabido el origen de su locura. Aquel reñía con el escudero que intentaba ubicarle en la cordura. Éste, según lo que nos dice la cronista de Villahermosa, comparte sus sueños con la única persona que le creía a fe ciega: “un marino de tierra, amando tanto al mar, se hizo almirante y en la bella aventura de vivir lo soñado, una madre amorosa se unió a la travesía de la irrealidad, para que el navegante no viajara en soledad”.

Esa madre, como aquel Sancho Panza nombrado gobernador de la Isla Barataria, se gana junto al hijo los títulos de ilustre heroína y uno de los equipos importantes del gran defensor de Inglaterra y comandante de la segunda guerra mundial, su armamento, lleva el nombre de ella: Armamento Clemencia Aguilar.

La nobleza de doña Clemencia, a contrario de Sancho Panza, es parte de las proclamas del almirante al que una vez, cuenta la leyenda, saludó marcialmente el presidente Adolfo López Mateos cuando aquel hizo el saludo marcial al paso del mandatario frente a su casa, en 27 de Febrero esquina con Pedrero, contra esquina del Instituto Juárez.

El 31 de julio de 1952 el grande almirante militar mundial, Humberto de Achirica Aguilar lanza una proclama especial para honrar el nombre de quien con él comparte sueños: ilustre heroína Clemencia Aguilar Loreto viuda de Achirica, fue nieta del héroe república coronel Alejandro Loreto; hija del héroe coronel Francisco de Paula Aguilar Torres, originario de Fresnillo, Zacatecas…sobrina de los generales Berriozabal, del héroe ingeniero capitán Rafael María Tellez…

El documento, en los archivos de la cronista, revela en versión del almirante, la muerte de doña Clemencia. Es una “proclama al mundo”, que como muchas otras posteriores, siendo estudiantes, leíamos en El Submarino.
Muchos de estos documentos, se ha dicho en este espacio, los guarda celosamente el licenciado David Gustavo Gutiérrez Ruiz. O, tal vez sea parte de esas leyendas que crecen como las de los personajes de Tabasco.

La proclama es una protesta por la muerte de doña Clemencia: “… después del duro tormento aplicado por los asesinos alumnos del Instituto Juárez de esta ciudad y de sus profesores y cómplices, por estarme ayudando a las defensas de las naciones aliadas, y defensa de la nación mexicana, durante la guerra mundial pasada. Tormento aplicado por el sistema de pedradas, hiriéndome a mí, no pudiendo en esta forma violarle los secretos de la defensa de la patria y del armamento para pasárselos al enemigo”.

Fue así, según nuestro héroe, cuyo nombre no está en el muro bicentenario recientemente inaugurado: “la noche del 30 de julio de 1945, sentados ella y yo, en las puertas de nuestra casa, bajo un fuerte tiradero de pedradas y al no poder soportar este tormento, revienta la aorta, con un fuerte derrame de sangre interior. Muere al día siguiente a las cinco y media de la mañana. El gobierno enemigo de la patria y de la defensa de las naciones aliadas, ordena la levantada del acta de defunción, que yo no firmé, y la hace aparecer como muerta de pulmonía, sin estar enferma”.

El almirante concluye su proclama: “He pedido a los historiadores del mundo, a los ejércitos del mundo, el severo castigo a estos feroces asesinos de mi señora mamá”.

El almirante don Humberto jamás perdió una guerra. Sus proclamas eran mejores que las del generalísimo que asume su papel y evalúa sus triunfos, como escribí el 25 de agosto próximo pasado.

Aquel era un defensor cuyo ejército propio y contrarios jamás contabilizaron las grandes pérdidas humanas de la guerra de este sexenio y su general que acaba de decir: “Estoy hablando (en relación a los muertos) quizá de 8 a 1, o más. Indefectiblemente, la victoria, digamos, de ese enfrentamiento corresponde al gobierno. De tal manera que no es dable hablar de que esa guerra o esa batalla se va perdiendo”.

LADO CLARO

A sus 70 años de edad, el almirante explicaba, “en lo que toca al uniforme que porto está registrado desde la segunda guerra mundial para ser identificado mundialmente. Nadie lo puede usar es un uniforme personal de identificación mundial” (Papiro, segunda quincena de agosto de 2009)

*Periodista. Premios: Radio Chapultepec, Club Primera Plana (35 y 40 años), Premio México de Periodismo, el Premio Estatal 1991 y el Rumbo Nuevo 2010. Ha publicado Periodismo y utopía, Vocabulario tabasqueño (en colectivo) y el prólogo de La última ruta de Cuauhtémoc, de Humberto Muñoz Ortiz www.erwinmacario.blogspot.com

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