domingo, 31 de octubre de 2010

Sólo en Domingo: Francisco Peralta Burelo / Columna / Oct 31

¿Quién se acuerda de los 33 mineros chilenos?

Hace algo así como dos meses ni quién supiera de ellos. Era como si no existieran. Un día más que otro, sin embargo, se supo que un grupo de mineros estaban atrapados --no se sabía si vivos o muertos-- en una mina chilena.

Así de vaga la información sobre ellos. No se sabía ni cuántos eran ni en qué condiciones de salud se encontraban, ni a qué profundidad se encontraban. Sólo se decía que estaban atrapados a más de seiscientos metros de profundidad en la mina “San José” de Chile, sin darse por hecho que pudieran ser rescatados con vida o si les aguardaba la muerte.

La historia de los mineros chilenos atrapados no despertaba mayor interés en el mundo. Era una noticia periodística, pero nada más. Se hablaba de cómo llegar a ellos y de cómo sacarlos, pero esto se daba como algo difícil, por cuanto implicaba horadar gruesas capas de roca dura, lo que implicaría toda una proeza técnica.

Después se supo que eran treinta y tres los mineros atrapados, dado que uno de ellos, quién sabe por qué medios, había logrado establecer comunicación con el exterior. “Estamos vivos y esperando que nos saquen”, o algo así, diría el mensaje que enviaría al exterior. Y de allí en fuera la tecnología y lo mediático entrarían en juego.

De alguna forma el gobierno chileno --apoyado quien sabe por cuántos organismos internacionales-- lograría introducir, por una pequeña hendidura, un micrófono, una cámara de televisión (o una lente fotográfica) y diversos instrumentos más, con los que enseñaría al mundo --que ya estaba atento de cuanto pasaba en la mina-- los rostros y las condiciones en que estos mineros sobrevivían inopinadamente. Se daba término (unos seis meses) para el rescate.

Los treinta y tres mineros atrapados en el fondo de la mina cueva cobraban fama y reconocimiento mundial. Eran algo así como unos héroes modernos; un ejemplo de sobrevivencia en condiciones extremas. La prensa --principalmente la televisión, que daba amplia cobertura al acontecimiento-- mantenía la atención del mundo sobre ese grupo que, condenado a la muerte en un principio, podría salvarse gracias a que uno de sus miembros dio señales de vida y a que el gobierno chileno se había propuesto, recurriendo a la más moderna tecnología, regresarlos a la superficie de la tierra.

La construcción de una cápsula, y toda esa proeza de ingeniería que se llevó a cabo puntualmente, con las cámaras de televisión encima todo el tiempo, mantuvieron los ojos de media humanidad --o del mundo entero-- sobre los mineros chilenos y la empresa de rescate.

Finalmente llegó el día en qué la cápsula llegó a las profundidades de la mina y que, tras rescatar al primero, rescató a cada uno de los treinta y dos restantes mineros. La hazaña --que pareciera imposible-- se producía. Todos quedaban a salvo ante la mirada atónita, emocionada, festiva, de millones de personas de cualquier parte del mundo. Estallaba el júbilo universal. La gente se rendía ante sus nuevos héroes, asediados por la televisión, la radio, la prensa.

Aquellos treinta y tres mineros chilenos desconocidos antes de quedar atrapados por un derrumbe entraban al mundo de la fama. La televisión y la prensa escrita les solicitaban entrevistas y les ofrecían pagar su historia a altos precios; ellos mismos elevaban su costo. Su rostro y su nombre aparecían en todos los medios de comunicación. En un momento el mundo nada más se ocupaba de ellos. Sebastián Piñera, que no era más que un presidente como cualquiera otro, cobraba súbita celebridad: lo recibía la reina Isabel y otros mandatarios de países importantes, a los que regalaba urnas con material pétreo --de la mina “San José”-- en su interior.

El recate “tipo Hollywood”, como habría calificado la prensa, con “drama y romance”, todo una hazaña, sería llevado a la pantalla cinematográfica y televisiva, a los libros, a los reportajes periodísticos. Se buscaban actores para el reparto. No había quien no quisiera entrevistarlos o al menos quedarse con un autógrafo del que fuera (al fin todos eran famosos). Ellos pedían que los dejaran descansar, que les respetaran su vida privada, que les permitieran recuperar su vida normal.

El asedio sobre estos treinta y tres personajes de la vida moderna era intenso. Al recibimiento como héroes había seguido un acoso digno de las grandes celebridades.

El recate histórico --con una cobertura de más de veinte horas consecutivas por parte de CNN y otras cadenas de televisión mundial-- fue el doce de octubre pasado. Hoy, a menos de tres semanas del portentoso suceso y de la explosiva fama de esos treinta y tres mineros, ¿quién se acuerda de ellos?


fcoperalta42@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.