domingo, 17 de octubre de 2010

Sólo en Domingo: Francisco Peralta Burelo / Columna / Oct 17

(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)

Hoy, jóvenes y viejos se entienden menos

Antes los jóvenes y los viejos se entendían de maravilla. Y cómo no si aquellos eran casi una calca de éstos (y si no querían serlo pobres de ellos, porque el padre, la madre, el profesor, la sociedad, les hacía pagar cara su osadía de pensar distinto y de querer ser diferentes).

Eran los viejos patrones culturales, en donde todos los miembros de una familia --salvo las ovejas negras o descarriadas--, de una sociedad, de un pueblo, pensaban y actuaban casi de la misma manera. Eso evitaba aquel llamado choque generacional.

Padres e hijos, viejos y jóvenes, se entendían casi a la perfección: compartían gustos y aficiones, comían la misma comida (aunque a veces a desgano), acudían a los mismos lugares (aunque si eran non santos a horas diferentes), compartían afectos y amistades, platicaban con regular frecuencia, convivían armónicamente, etcétera.

Unos y otros tenían mucho en común, lo que hacía relativamente fácil el entendimiento mutuo (a las buenas… o a las malas). Padres e hijos, jóvenes y viejos, podían platicar de un tema (y hasta empleando el mimo lenguaje, sin usar palabritas atípicas). Y lo mejor es que se entendían (aunque, claro, hubieran sus pequeñas, o grandes, diferencias de opinión y de criterio).

“Ay, esa mi mamá con sus ideas a la antigüita”, habrán dicho muchas resignadas jovencitas. “Ese mi papá que no entiende los nuevos tiempos”, habrían expresado algunos hijos respingones. Y del otro lado algo parecido.

“Mi hijo no entiende”, “la juventud es mala consejera”, “ya lo quiero ver cuando sea viejo y tenga que darme la razón”, “allá aprenderá con los golpes por no hacerme caso”, “a mi hija no sé lo que le pasa”, “no me explico por qué no sienta cabeza”, yo a sus años no hacía eso”, etcétera, y otra vez etcétera, exclamarían los padres y madres de época idas --pero no por ello muy lejanas-- en relación con su progenie.

Sin embargo, mal que bien, padres e hijos, viejos y jóvenes, se entendían (o hacían lo posible por pasar por encima de sus diferencias). Se comprendían, pues, más allá de que un día más que otro llegara la rebeldía juvenil --con sus nuevas ideas y sus modas-- y que la “viejetud” fuera puesta en entredicho, y aún hecha de lado, por quienes poseían el eterno tesoro.
A usted lector, lectora, ¿no le ha pasado, no una vez, sino muchas veces, que no logra entenderse, si usted es joven, con los viejos y si es viejo (o vieja) con los jóvenes?. Seguro que le ha ocurrido. Como que unos y otros no nos entendemos, ni de padre a hijo o a la inversa, y no le queda a uno más que hacer como que se entiende con el otro. Así le pasa a los jóvenes y así a quienes pintan canas.

La verdad es que, salvo que el viejo o la vieja estén muy a la onda, no se entiende con el joven, aún y cuando sea su hijo o su nieto --y ya no se diga con cualquier hijo de vecino-- y que de igual manera ocurre del otro lado. A los jóvenes como que les cuesta mucho trabajo entender a quien es de generación anterior a la suya. Pero, bueno, así nos comunicamos en estos dorados tiempos, aquí en Tabasco, y en México.

A los chinos, siempre tan conservadores, producto de una cultura ancestral que se transfirió de generación en generación, algo igual --o peor quizá-- les está corriendo en estos momentos con la invasión que sufren de la occidentalización. Ellos como que no se entienden generacionalmente; como que hay barreras entre jóvenes y viejos; como que pertenecen a dos mundos distintos.

Dos de tres personas mayores no entienden a los jóvenes en China, revela un estudio realizado. En ese país se ahonda la brecha generacional. Un reportaje de Angel Villarino, publicado en el diario “Reforma”, hace hincapié en la situación de un hoy anciano chino que, dice él mismo, “cuando tenía veintisiete años nunca había salido de la provincia de Anhui, no tenía radio ni televisor, nunca había visto una película estadounidense en el cine… y se comportaba de acuerdo a la tradición de su país”, en tanto que “a la misma edad su hija ha cambiado de trabajo siete veces, ha pasado por cuatro ciudades y ahora vive en Beijing con su novio”.

“Las transformaciones que ha vivido China en los últimos treinta años han abierto una brecha enorme entre dos generaciones que apenas se reconocen y que a veces parecen vivir en otro país… la gente joven es más realista, más pragmática, piensa más en el dinero y va directo por las cosas materiales, sin rodeos”, señala un estudio de la revista Population Research, que cita Angel Villarino.

“Mi vida es muy diferente a la de mis padres. Lo obvio es que dispongo de más cosas; todo lo material es mejor. Ellos trabajan para sobrevivir yo para vivir…”, dice Vivian, una ingeniera en informática de veintiocho años.

Qué pena. Se acabó el espacio quedando tanto en el tintero.
fcoperalta42@hotmail.com

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