domingo, 24 de octubre de 2010

Opinión: Víctor Manuel Barceló R. / Oct 24

Buena Alimentación, sustento de la educación nacional.

La aprobación –en principio- de la Ley de Ingresos para el 2011, nos deja sabor de boca amargo. No podemos ascender un ápice hacia una economía del bienestar, con un esfuerzo planificado por la distribución equitativa del ingreso. Si bien hay avances en cuanto a la captación de recursos provenientes de ventas de bebidas insanas y del tabaco –con una “rebelión en la granja” de las transnacionales tabacaleras- nada se planteó, ni para rescatar enormes deudas al fisco, de empresarios -los más ricos del país que, al cierre del 3er trimestre del 2010, acumularon 232mil millones de pesos, no pagados por concepto de impuestos diferidos- con que podrían satisfacerse buena parte de las necesidades de recursos para despertar la economía del campo y sus líneas de transformación, a fin de activar las PYMES. Menos aún, quitar carga -que pesa sobre hombros de causantes cautivos- incrementando tasas de impuesto a grandes empresarios, que lloran con cualquier cambio que les “afecte”, mientras convierten a México, en país de pobres, con primeros lugares y mayor número de multimillonarios en el mundo.

El recordado y querido maestro, Horacio Flores de la Peña, con esa lucidez, velocidad de pensamiento y profundidad de análisis que le acompañaron, en sus ocho décadas y media de estar entre nosotros – narradas con sereno pesar ante su ida, por Jorge Tamayo y Fernando Paz Sánchez- nos dijo en 1999: “Cuando una economía entra en una depresión prolongada y aguda, como es nuestro caso, se deterioran todas las relaciones de la sociedad, se degrada la economía, la política y, lo más grave, las relaciones sociales. Los problemas estructurales se agravan y la dualidad que afecta todas las estructuras de nuestra sociedad se va haciendo más profunda…los empresarios, cada vez acaparan más ingreso…como en economía nada se pierde, lo que ellos ganan lo pierden los trabajadores y las clases medias que entran a un proceso agudo de proletarización, esto crea pánico, porque las clases medias y aún los intelectuales, son más capaces de hacer cualquier cosa por los trabajadores, menos vivir como ellos”.

En últimos informes del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, se reitera que “el hambre afecta a una sexta parte de la humanidad. Se trata de un problema que no sólo se presenta en naciones de bajos ingresos, también va en aumento en las economías industrializadas”. Resultado natural del modelo económico, que solo se ajusta para interés de los poderosos, de transnacionales que controlan mercados, dejados a su arbitrio por décadas.

Antes del capitalismo monopolista e imperialista, las crisis de hambre eran de escasez, y muy recurrentes, ahora son de sobreproducción. “En 2006, había en el planeta mil millones de obesos y sólo 800 millones de hambrientos…hay alimentos de sobra”, Ahora se proyecta la comida sin nutrientes sanos, en “bocado (que) incluye agroquímicos, organismos genéticamente modificados, funguicidas, conservadores, emulsificantes, saborizantes, texturizantes, colorantes, edulcorantes sintéticos y sustancias que desprenden los envases plastificados.

Ese es el tipo de alimentación que defienden, hasta la ignominia, las empresas culpables que nuestros niños, en escuelas, consuman “chatarra” –incluso en cooperativas escolares que, por lo general, no son ejemplo de alimentación nutritiva y respetuosa del medio ambiente-. Menudo problema enfrentan autoridades educativas, intentando remontar el grave problema de los tente en pié, piscolabis, colación, bocadillo, o como se le quiera llamar -en nuestro bello idioma- al snack pocho. En algunos estados de la Federación -en el DF también- se intenta apoyar a productores agropecuarios y a PYMES (pequeñas y medianas industrias que realizan pasos subsiguientes en la cadena productiva alimentaria) para que oferten alimentos de alto nivel nutricio –como el amaranto y cacahuate en diversas presentaciones- a cooperativas escolares, padres de familia y maestros, que apoyan la elaboración de alimentos para escuelas de medio y tiempo completo.

Lograr buenos resultados de tan importante búsqueda, a partir de la alimentación en las escuelas, requiere trabajo intenso y multidiciplinario –a través de la participación de diversas dependencias oficiales, universidades, productores agropecuarios sociales y privados, así como las PYMES- para aplicar, mediante innovaciones puntuales, ciencia y tecnología, existentes en nuestros centros de investigación y desarrollo, así como la ancestral y moderna, que aún aplican productores agropecuarios, que se resisten a irse del abandonado campo mexicano. Esa enorme riqueza -dispersa y olvidada- puede ser detonador de la recuperación de buena porción del campo mexicano, en base al más noble fin: la buena alimentación de la niñez nacional.

Muy a pesar de buenos oficios y a veces claridosas apreciaciones de funcionarios de Naciones Unidas (FAO, UNICEF y otras regionales) que se atreven a señalar que “es necesario revisar el modelo de producción y de consumo actual” las transnacionales insisten en remediar el problema alimentario –crisis y el hambre en sí- con la revolución verde y transgénicos, que tan mala fama tienen por sus resultados en la vida del Planeta. Ello va de la mano con mecanismos de mercado libre.

Flores de la Peña alecciona: “Con (la) crisis el crecimiento de la economía se retrae, causa desempleo en todos los sectores y bajan… los salarios reales, porque la inflación, cuando sólo se le ataca del lado de la demanda, crea más inflación y más desempleo entrando en un círculo perverso del que se puede salir rápido, cuando se cuenta con una política adecuada…” El se refiere a “…la gran depresión, -en que hubo estadistas y economistas de talla- tanto en los Estados Unidos (E.U.) con Roosevelt e Inglaterra bajo la influencia de Keynes; desgraciadamente la diferencia intelectual de estos dos personajes y los doctores que nos gobiernan se mide en años luz” –concluye-.

La situación es simplemente alarmante. En la mesa redonda “Unidos contra el hambre”, se confirmó que “para nutrir a poco más de 108 millones de mexicanos, se requieren alrededor de 60 millones de toneladas de alimentos; pero para 2020, el incremento en el volumen será del 25 por ciento. En la última década el ingreso de quienes ganan menos de dos salarios mínimos, pierde alrededor del 60% de su poder adquisitivo. Por su lado, la canasta básica cuesta un 20% más. El Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Subirán” recuerda: en el 2000 había entre 12 y 14 millones de personas con algún tipo de desnutrición; para 2008, la cifra creció a 25 millones. El problema de la alimentación en el país es claro indicador de pobreza.

De ahí nuestra insistencia en programas como el del trópico húmedo –visto anteriormente- y el que hoy presentamos para la alimentación escolar –sustento físico de habilidades, de competencias que desarrollan capacidades intelectuales y crean valores- que no deben caer totalmente dentro del gasto fiscal de los gobiernos. Aquí pueden unirse esfuerzos financieros de entidades y grupos sociales nacionales y multinacionales. Hay una enorme riqueza –no necesariamente monetaria- que puede conjuntarse para detonar nueva vía de recuperación del campo nacional, aprovechando lo mejor de todas las instancias, pero con una guía clara, planeada, programada desde la conjunción social-gobiernos, que supere lo que con precisión y cruda ironía nos dejó en su legado el Maestro Horacio: “Cada vez parece más evidente que con la crisis se impuso un toque de queda sobre la libertad del pensamiento, y el uso de la imaginación y la inteligencia”.

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