domingo, 2 de mayo de 2010

Solo en domingo: Francisco Peralta Burelo /May 02

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(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)

Ya ese Tabasco no volverá

fcoperalta42@hotmail.com

“Está bien que hayas escrito sobre Jalapa, pero escribe también de cómo era Tabasco antes de que llegaran tantas gentes de fuera y cambiaran las costumbres, la manera de ser y todo eso que nos dio identidad por años y años”, me sugiere Agapito Domínguez Lacroix durante el desayuno que el domingo pasado compartimos un grupo de amigos.

“Di que Tabasco es el único lugar en donde la gente que llega de fuera no se asimila a las costumbres de la población nativa, como ocurre en tantas partes de México y del mundo, sino que impone su manera de ser a los tabasqueños que viven en nuestras ciudades”, me hace ver, sin ocultar un dejo de nostalgia y un deseo ferviente de que no sea así.

“Sí, la inmigración hizo cambiar mucho las costumbres y la manera de ser del tabasqueño”, asienta Benjamín Zenteno. “Cuando yo llegué al estado, hace más de cuarenta años, Tabasco era otro”, asevera.

Vuelve a tomar la voz Agapito Domínguez. “Ya la gente no es como antes. Tú saludas a alguien y éste, si no te conoce, no corresponde tu saludo. Ya nadie saca su sillón a la banqueta de su casa y se pone a platicar con miembros de su familia o con vecinos. Se acabaron las visitas familiares”, agrega.

Traigo a cuenta que mi madre salía a barrer por las mañanas el frente de la calle donde vivíamos en Comalcalco. “Eso ya no lo hace nadie”, replica Agapito. “Pues yo casualmente vi una dama hacer esto hace algunos días en esta ciudad de Villahermosa”, les digo, todavía casi sin creer que lo hubiese visto.

Y sí, Tabasco ha cambiado mucho en los últimos veinte o treinta años. Ya es otro, definitivamente, como también lo es la gran mayoría de tabasqueños urbanos, influenciada por las nuevas modas, por las modernas maneras de ser, por los actuales estereotipos, y por todas esas cosas, que en buena medida han modificado la idiosincrasia tradicional de los hombres de nuestra tierra.

Antes los vecinos no solamente se conocían entre sí --y ello de años y años, de generaciones y generaciones-- sino que cultivaban amistad cercana, visitándose una o más veces al día, convidándose bocadillos, ayudándose en las malas, manteniéndose juntos en las buenas, preocupándose por el otro (y más si éste sufría de alguna enfermedad). “Vine a ver cómo amaneció el enfermito y aquí le traje este cariñito… Me mandó mi mamá a preguntar cómo está tu papá… Disculpa que no hubiera venido antes, pero aquí estoy para lo que se te ofrezca…”.

Quizá lo mejor de aquel viejo Tabasco era la convivencia personal y fraterna. El trato de unos hacia otros, siempre deferente y afectuoso; la franqueza; la falta de convencionalismos falsos; el respeto mutuo; la consideración a los demás. Vivir con las puertas abiertas y en santa tranquilidad fue otra virtud de aquel Tabasco y una enorme fortuna de aquellos tabasqueños.

La gente salía y entraba de sus casas sin cerrar las puertas y ni quien le sustrajera algo. Alguien llegaba, penetraba, daba los buenos días o las buenas tardes y a falta de respuesta decía “no hay nadie” y se retiraba sin darle mayor importancia al hecho de que la casa estuviera sola (porque la señora andaba visitando vecinas o algo así).

Mucho es lo que podría decirse de ese Tabasco que se nos fue y que no volverá nunca más, y no exactamente por la influencia de la gente que en grandes cantidades llega de fuera trayendo sus propias costumbres, sino porque eso que le llaman modernidad nos avasalló a todos (y no nada más a los tabasqueños) y porque además no supimos defender --o no nos interesó hacerlo-- el patrón de vida que marcó la época de nuestros ancestros y que por múltiples razones las hoy nuevas generaciones de tabasqueños no heredaron.

Hasta aquí la voy a dejar, lector, lectora, para que no sea que la nostalgia nos invada y nos pongamos a llorar a aquel Tabasco que cómo, ¿recuerda usted?, las golondrinas de Bécquer, “no volverá”, porque día a día se nos va más y más de las manos, aunque algunos --que cada vez seremos menos-- no se nos salga nunca del corazón.

P.D. Un saludo muy afectuoso para Abiud Pérez Olán, que acaba --eso sí, sin celebrarlo-- de cumplir cincuenta y dos añitos.

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